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jueves, 28 de noviembre de 2019

Amor a contracorriente en jueves

Imagen tomada de Moli del canyer

Siguiendo una propuesta de Molí del canyer, sobre imágenes de actualidad, mi aportación es esta.

La plaza Habima estaba en calma. Ibrahim, nacido y crecido en la franja de Gaza tenía veinte años y mucha rabia acumulada en sus ojos. Estaba en la capital por unos permisos que necesitaba para poder visitar Florencia. David, natural de Tel Aviv, y con la misma edad,  dejaba la secretaría de la universidad para obtener el permiso de realización del servicio militar obligatorio.

Ambos entraron en el bar del Crovne Plaza y se sentaron a los extremos de la barra. Las miradas se cruzaron.  La conversación somera les confirmó que no tenían nada en común. El palestino había de tomar un bus hasta su aldea en un par de horas y el judío había tardado menos de lo esperado en los trámites, así que acabaron por sentarse ante una mesa, donde ni la comida parecía de similar contenido. Ninguno era demasiado ortodoxo ni especialmente religioso, por lo que pudieron hablar libremente de temas ajenos a la guerra sin fin entre sus pueblos.

Cuando salieron del bar, antes de despedirse, sus miradas eran de fuego y de luz. De promesas a flor de piel. No podían despedirse, no querían. No quisieron romper el hechizo del arco iris en el horizonte. En algún lugar llovía, pero no en sus corazones.

La foto la tomó un turista. Ese beso, que acabó por ser la imagen viral de un sueño imposible, les volvió a unir unos meses después. Ahora viven en Florencia, ambos huidos y con dificultades para poner en regla sus papeles, pero se sienten felices y libres,  sin kipá ni hufiya  que se interpongan en su maravillosa y loca historia de amor a contracorriente.  

jueves, 14 de noviembre de 2019

Al circo en jueves

Imagen del blog de Mag
Siguiendo una iniciativa de Mag, mi aportación es la siguiente:

Iban saliendo alegres. De la chistera negra salían dos conejos y tres palomas. Los primeros correteaban y acababan saltando por un aro de fuego, mientras las segundas revoloteaban para acabar posándose en un alambre de trapecista, de donde volaban a su jaula blanca. No había payasos, ni tontos ni listos.

La fiera más peligrosa estaba en su jaula, donde un domador con silla y látigo entraba por conseguir que hiciera “El pino” ante las sucesivas negaciones y puñetazos que el reo intentaba propinar al domador con pantalón ceñido.

Del fondo de la carpa hacía su entrada un caballo, que caminaba a dos patas y  un hombre pequeño que lo llevaba de las bridas y quien luego lo montaba, vestido de mariscal de campo con chorreras. Dos mujeres rubias se columpiaban haciendo giros imposibles en el aire con sus acrobacias y su mallas pegadas a la piel, para regocijo de los espectadores. El mago se presentaba, tras la función de conejos y palomas, con una niña de vestido rosa, para el número del cajón con sierra. Era el número más aplaudido y ponía punto final al circo ambulante. 

La sangre goteaba por el  pedestal con ruedas del artefacto de magia. Desde las gradas, un hombre vestido de chimpancé, y confundido con ellos, lloraba, mientras el vendedor de bananas guardaba las ganancias de la sesión.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Por los pasillos del hospital

Imagen de Aquí

La subida de tensión de mi madre había provocado su asistencia al hospital. Con un susto previo, llamé al trabajo para comunicar que no iría.  Acababa de regresar de un viaje absurdo por Lugo, pero no me sentía cansado. Cuando la vi en la habitación asignada me asusté un poco. Mostraba miedo, una sensación que no pensé que fuera en absoluto con su manera de ser, así que intenté bromear un poco, con escaso éxito.
Sentado a su lado me di cuenta de qué tan frágiles somos. Ella incluida. Cuando se quedó dormida salí al pasillo y vi a la mujer ingresada en la habitación contigua. Conectada a diversos aparatos parecía una frágil mariposa. Entré, no sabría por qué.

— ¿Cómo se encuentra señora?, ¿necesita algo?
—Me siento  muy cansada, pero no, no necesito nada, gracias.
—Vale.  Estoy con la paciente de al  lado, y si no le molesta,  la voy a ir saludando, sonreí.
—Muy amable. Gracias, joven, murmuró, con una sonrisa pálida.

Cada vez que me acercaba parecía estar estable, y me sorprendía no ver a ningún familiar con ella,  a ninguna hora. Al tercer día del ingreso de mi madre, quien iba mejorando, de ánimos también, me pareció ver a una mujer de negro sentada en la cama de la “vecina”. Parecía darle la mano. Quien me había dicho llamarse Pilar, por una vez está acompañada, me dije, y continué mi camino a la cafetería. En el puesto de la lado, junto con revistas y libros, vendían  flores. Compré dos ramitos de margaritas. Para mi madre y no sé por qué, otras iguales para Pilar. 


—Qué ilusión me hace, muchas gracias, me dijo
—No hay por qué, Pilar,  se las pongo en la mesita de noche. Y así hice.
—Estoy tan sola, hijo mío… Dios no quiso darnos hijos, y mi marido murió hace tres años, así que me alegra que tú estés un poquito por mí. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Luis.  Sin problema. Que descanse. ¡Ah, hoy de cena hay verdura, y de postre flan!, le dije. Nos guiñamos el ojo. Me decía adiós con la mano, con una ternura en la mirada que se me quedó grabada en la memoria.
Al día siguiente estaría un rato con ella, me prometí. Mi madre cenó muy a gusto. Pensamos que al día  siguiente le darían  el alta, como así fue. No me quedé de noche, y por la mañana llegué animado porque el susto de mi madre quedaba, nuevamente, en un susto.

En el control de enfermería pregunté por la señora Pilar, al ver que su habitación estaba abierta y vacía. Un alta muy temprana me pareció. 

—Debe equivocarse,  porque en esa habitación no ha ingresado nadie desde hace una semana, señor. Aunque la anterior paciente sí se llamaba Pilar. Pero falleció- dijo tranquila.
—No puede ser, si ayer mismo le puse unas margaritas en su mesita de noche.
—La señora de la limpieza ha encontrado las flores. Aquí las tengo, espere. -dijo la enfermera, sacándolas de debajo del altro mostrador.
—No, si eran para ella. Mi madre tiene unas iguales.  Dejenlas por aquí.

Al llegar a la habitación, confuso,  me encontré con que el médico pasaba la consulta más pronto de lo habitual y ratificaba  el alta médica. Al mediodía, cuando nos íbamos, desde la puerta de la sala de cardiología, eché la vista atrás. Una señora vestida de negro se asomaba a la puerta de mi madre, para seguir por el pasillo hasta otra habitación. Parece que sólo la vi yo,  pues ni mi madre ni el camillero que llevaba su silla de ruedas dijeron haber visto a ninguna mujer de negro. Tampoco me extrañó demasiado.


En la línea de un previo post ,lápida en soledad, de hace unos días, si bien no es una continuación

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Actividad insólita en jueves

Imagen de nadar con tiburones en Barcelona

Siguiendo la iniciativa de Dorotea, esta es mi aportación.

Desde que mi amigo trabaja en el Aquarium de Barcelona puedo ir con descuento, así que acudo con frecuencia. Para mi cumple había reservado una actividad a mi medida, me dijo.

Ilusionada con mi sueño, nadar con delfines, me vine arriba. Decidida y feliz entré en las bambalinas del delfinario, que me encantó. Los cubos con sardinas para premiar a los acróbatas pesan, pero se vacían rápidamente. Un gustazo de sueño cumplido. Abrazaba agradecida a Javier, cuando me soltó que eso no era mi regalo.  Cuando me vi haciendo un cursillo acelerado de buceo, todos mis miedos se me subieron a la cabeza. Y lo que es peor, a mis manos.  

Lo de dar de comer a los tiburones puede parecer muy glamuroso y exótico. Pero, a pesar de ir acompañada, fue un regalo envenenado, porque anduve medio mareada toda la tarde, respirando fatal mientras buceaba y mirando a todos lados. Ahora no dejo de soñar con que alguno de los escualos se desorienta o se marea,  y confunde mis manos con su merienda. Una insólita experiencia que intento olvidar.

cortito:177 palabras, y es ficción, aclaro :-)