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martes, 27 de febrero de 2018

Nieva, qué invierno más crudo



Hace frío y ha nevado en muchísimas ciudades. Mi recuerdo y admiración a quienes trabajan en tareas duras a estas temperaturas.

Llegó el perito del seguro. La avería duraba un día entero. El electricista manipuló durante toda la mañana el bendito cuadro eléctrico. Suerte que las luces de la fábrica no habían sufrido avería alguna. Qué alivio cuando el frío volvió por fin a la cámara. 

Hizo firmar al encargado, y sin más se fue. Le importaba muy poco el estado agusanado de las carnes, como es lógico. Tampoco se interesó por los operarios que se habían quedado encerrados. Éstos, felices tras la inquietud, salieron un poco más flacos y bastante demacrados. Pasado un tiempo reconocieron que al menos, un día, no habían pasado frío en el trabajo. Poder estar en mangas de camisa les había ayudado a soportar la espera de su liberación. 

lunes, 26 de febrero de 2018

Las cortinas

Lego, nuestro gato

Mi marido es de aquellos hombres que guardan un amor ciego por su madre, así que hago como que sigo sus consejos, y que los sigo de buen grado. Hoy, luego de ponerlas, mi suegra se frotaba las manos y sonreía ella al verlas en mi ventana . Nunca me han gustado las cortinas con flores. Las margaritas me gustan pero no para tener la pared repleta de ellas. Tal vez se ha notado un poco cuando he soltado al gato,  justo en medio de aquel trapo espantoso. Sabiamente, él se ha encargado de deshojarlas, yo diría que de una en una.

Mi marido ha hecho como que no se ha enterado, pero luego ha llamado a su madre, contándole, divertido, que Lego sigue siendo muy juguetón a pesar de haber cumplido diez años. Iremos mañana, juntos,  y solos,  a encargar unas cortinas.


domingo, 25 de febrero de 2018

Deconstrucción



Al fin quedamos. La realidad virtual quedaba atrás. Dos meses en la red de contactos habían cristalizado en una cita. Para seducirme, imagino,  me invitó a un restaurante de moda y de alta cocina. Para impresionarme, pidió los entrantes, para ambos. Esas ostras deconstruidas en espuma de nácar, esas transparencias de láminas de cigalas al nitrógeno enriquecido y esas algas con su fosforescente guarnición estaban muy buenas, aunque en raciones homeopáticas.


Mientras comíamos, yo le explicaba sobre una comida típica catalana. Tan sencilla y mundana como cebolletas a la parrilla con una salsa para mojarlas. El camarero, que sí conocía el ritual de los calçots sonreía, tal vez añorando lo simple, y en su gremio, tan poco habitual hoy en día.

Mi acompañante, como quedó visto después, no supo interpretar que a mí, lo me gusta, es la naturalidad. 



miércoles, 21 de febrero de 2018

Engranajes

Roseton de la catedral de Toledo, tomada de Google

La cinta trasportadora escupía las nueces con la velocidad justa para poder descartar las más pequeñas o las que  estaban en mal estado. Un puesto al que renuncié porque la monotonía me mataba y la espalda me dolía tras estar tantas horas sentada. Ayer fui a por el finiquito y ya de paso, a saludar a mi amiga, quien se mostró entusiasmada por poder sustituirme en la fábrica de frutos secos de la zona.   

Desde un pasillo la vi. Agitaba un caleidoscopio y miraba maravillada su efímera improvisación de geometrías y colores. Otro toque al cilindro , y otro misterioso mosaico de lucecitas de color se abría ante su mirada. Luego me explicó que con esa poesía visual mataba el tiempo, a la espera del graznido de la sirena que pone fin al descanso para desayunar, que la convertía, nuevamente, en una rueda más en el engranaje de la fábrica.




jueves, 15 de febrero de 2018

La vecina de enfrente

Cuadro de  Sandorfi

La vecina de enfrente era insoportable. Cada noche, cuando él tenía que dormir, le daba por hacer gimnasia, con la luz encendida. Y además, con una música para fitness, o para zumba a todo trapo. Le desagradaban esos temas tan actuales y machacones. Pero si el volumen fuese más moderado lo habría pasado por alto. Tenía que dormirse temprano porque madrugaba. Era la misma vecina que luego salía de la ducha con tan sólo una toalla en el pelo y quien tenía un dálmata sin pedigree que ladraba mientras su dueña se ponía en forma. También se le oía ladrar por horas cuando le dejaba solo.
Llevaba tiempo con ganas de decirle que bajara el volumen de la música, y que educara a su perro, pero parecía que a los otros vecinos no les molestaba el guirigay. Un día se compró unos prismáticos. No para verla  en mallas y camisetas ajustadas, sino por si alguna vez iba de excursión a la montaña. 
Cuando la vecina empezó a salir con un hombre, no conseguía dormir hasta que el señor salía por la puerta del edificio de enfrente. No eran celos, sino necesidad de dormirse sabiendo que nada estorbaría su sueño. 
Cuando ella y su perro se mudaron, prismáticos en ristre, se desvelaba esperando que  alguna mujer del vecindario se decidiera a hacer gimnasia ante su ventana, pero ninguna se animó. Rastreó la nueva dirección de su querida  gimnasta y se trasladó a un piso cercano. En el edificio de enfrente. No para espiarla, sino para poder dormir.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Verborrea inacabable


Cuadro de Sandorfi

Es inútil. No para de hablar. Parece que lleve pilas contra mi desaliento cuando no puedo concentrarme, porque su voz sigue y sigue inundando el piso entero, y es que continúa explicando lo que sea que me cuente, pase lo que pase. Del comedor al pasillo, de mi escritorio a nuestro dormitorio su voz recorre las estancias. Durante meses colgué un aviso en el picaporte. Silencio, se escribe, pero fue en vano.  Un día, mientras estaba dándose un baño, de los pocos ratos en los que consigo hilvanar dos párrafos, alguien me susurró:Aprovecha. Ni sumergido en la bañera y siendo estrangulado paró de explicarme que ese juego le resultaba divertido. Incluso cuando todo acabó, seguí apretando su cuello. Al salir del baño oí el levísimo ruido de unas burbujitas que salían de su boca. Por esta vez, yo diré la última palabra, pensé, en un destello de liberación.

Me desperecé, tras una pesadilla en la que ahogaba a mi marido y, como cada sábado bajé a desayunar al bar de la esquina. Luego paseé por la playa, y me tomé un té frío. Solo entonces recordé que no había pasado por el cuarto de baño. De regreso a casa iba pensando en mi sueño, sin poder concluir si en realidad habría pasado o no lo que ahora creía recordar como vivido.

Con el corazón en un puño abrí la puerta del baño. La bañera estaba vacía, lo que me alivió de momento, pero pronto vi que en el suelo había gotas de agua, y una toalla húmeda arrebujada descansaba contra el alicatado. El espejo, escrito con mi carmín me hizo estremecer  "es inútil", decía. Desde entonces me vendo los ojos al entrar en ese cuarto, y los abro, desmesuradamente, en el resto de lugares, mirando continuamente a mi alrededor.  He cambiado la cerradura, pero no pego ojo durante toda la noche, ni puedo  escribir un pequeño texto, porque el silencio inunda el piso entero y no consigo llenarlo con palabras que plasmar. Es inútil.

Hoy es el día de los enamorados, pero me apetecía saltarme la melosidad. Mil disculpas. 

sábado, 10 de febrero de 2018

Disfraces


foto de Aguirrefoto

Nuria se disfrazó de arlequín. Había entrado con las llaves que retuviera tras la convivencia con su primer amor. Pablo le cortó la yugular con el filo de su tridente. La mancha oscura se extendió hasta el cinturón de tela. Nadie sostuvo a un arlequín en su caída hasta el parquet. 

El diablo, acomodando su pelo bajo sus cuernos, se fue, mientras un bulto ensangrentado parecía estar muerto. Salió sin mirar atrás, porque no había pensado en matarla en ningún momento de los meses en los que la echó de menos. Luego, aún algo agitado,  se integró en un grupo de  diables, y cuál sería su sorpresa cuando un ser ensangrentado se le plantó delante con una pistola, que, aunque no desentonaba  entre una multitud de gente disfrazada de policía,  resultó ser de verdad. Lo último que sintió Pablo fue la sonrisa sardónica de un arlequín, junto con un estampido que quedó ahogado entre los cohetes. 

viernes, 9 de febrero de 2018

Compuertas estancas

Imagen de Alejandro Solís

Tras unos meses en una red social, había ido aumentando el número de nombres que usaba. Cada uno de los alias que había creado estaba dotado de una personalidad determinada, y tenía un discurso y estilo distintos. Era una y era muchas. Cada uno de esos yoes desconocía las andanzas de los otros.

Una vez segura de su total control sobre sus creaciones, hizo que dialogasen entre ellas. Ahí estuvo el error, se dijo luego, porque cuando una de ellas se enteró de la personalidad asignada a otra, se lió parda. El ser único implosionó entonces en un silencio atronador, que fue utilizado por el yo esperpéntico para absorber parte del delirio del yo megalómano. Entre todos montaron un garito en el zaguán del intelecto del ser único. Se encaramaban sobre los restos de ese creador único, formando un castillo de yoes en infernal guirigay, que enfurecía a los otros seres, únicos en su multiplicidad.

El olor a cerebro chamuscado, por el choque entre grupos de neuronas controladoras de cada personaje, impregnó su ordenador durante meses. Ahora ella descansa en el psiquiátrico, donde sus yoes van saliendo a escena según un orden sobre el  que el ser único no tiene ningún control. 

Inspirado en bic naranja

jueves, 8 de febrero de 2018

El preso


El preso trepó con sigilo hasta la cima del muro. El silencio palpitaba en la noche. Su corazón galopaba entre taquicardias y arritmias. La boca seca y las manos sudadas le hacían reconsiderar sus pasos.  Ya está hecho, susurró luego, y un graznido, y un aleteo de los árboles cercanos resonaron, monstruosos. 

Con las piernas a horcajadas, solo le faltaba dejarse caer. Un fogonazo cegador con detonación le alcanzó como un rayo asesino. Cayó del otro lado, libre, abatido por el balazo, pero  sonriendo.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Regresar o no regresar

Obra de SANCORFI

Tras diez años de psiquiátrico, el pintor loco logró fugarse aprovechando un cambio de guardia. Rehízo su ropaje y se pasó el peine por su cabello empapado bajo un grifo del lavabo. Caminó desenfadadamente y se hizo pasar por un visitante, saliendo por la puerta principal confundido entre los familiares de los ingresados. 

Sin perder un segundo entró al estanco y compró tabaco. Tras el primer cigarrillo se preguntó qué hacer. Tenía su vida y sus pinceles dentro. Ahora venía lo más difícil: regresar al manicomio