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Tomado de internet. Resto de fotos, usadas como nicks |
El lago recóndito en un recodo de Internet le permitió volver a enamorarse de sí mismo.

En el transcurso del verano pasado, en un ejercicio de verborrea sin precedente, y desde el anonimato de la red ADSL, el mundo se había abierto para él.
En una dedicación diaria de horas frente a la pantalla se había dispuesto ser el rey de la red. Contestaba a diestro y siniestro a todos los participantes, del signo u opinión que fuera. Por el simple placer de expresar sus opiniones contundentes.
No en vano su ego había cabalgado a lomos de la soberbia desde su más tierna infancia.

Estrenaba nombre y foto de nick cada poco tiempo, cuando tras las quejas de los contertulios le baneaban. Incluyó algunos nombres femeninos.
Se batía con lengua viperina en cualquiera de los temas propuestos por la red social. Insultaba a quien le parecía oportuno siendo consciente que estaba muy por encima de los contertulios. De todos ellos.
Llegó a tener que leer que alguna patología mal tratada estaba en su mente, y eso le sacaba aún más de sus casillas. Todos eran los demás, sólo él era "the boss". Una mañana de Diciembre su mente hizo un sonido parecido al fósforo de las cerillas en su combustión contra el lateral de la caja de mixtos y descansó el sonido. La red social pareció respirar con el cese de los ruidos.
Pasaron los meses, se recompuso un poco su equlibrio y , recuperado parcialmente su pensamiento, se atrevió a entrar en la misma red.
Acertó a retomar el mantra retórico. Se dejó llevar por la obviedad de los espejos que reflejaban la luna en el charco calmo, y al fin compuso confusiones de telarañas e interlocutores de la noche.
Acertó a retomar el mantra retórico. Se dejó llevar por la obviedad de los espejos que reflejaban la luna en el charco calmo, y al fin compuso confusiones de telarañas e interlocutores de la noche.
Todo fue en vano. La ciénaga le deglutía sin piedad. Los personajes habían cambiado en ese año, aunque eso no era importante. Tras unos días de intenso despertar del sueño de su locura, Narciso divisó, con el agua justo tocando su nariz, unas diminutas flores azuladas en las manos de esa niña de luz vestida de azahares.


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