Translate

domingo, 30 de septiembre de 2012

Nostalgia en el otoño

De "Lecturalia"


Con el aspecto de un niño otoñal había llegado a punto de la cincuentena con demasiadas nostalgias vivas..
En busca de un delirio imposible, se había perdido en el laberinto de un cenagal de concupiscencia y derroches etílicos, despertares brumosos y agendas imprecisas.

Esa mañana, en su despertar de un hotel del que no recordaba ni cómo había llegado, una luz intensa le llamó desde la rendija vertical de unas cortinas mal cerradas.

La voz era la de ella, inconfundible a pesar de los años. Su profesora de inglés. Miss Peggy Sue le llamaba con la voz que siempre resonaba en sus oídos entre brazos anónimos. Su destino estaba nítido, porque era el suyo. Esta vez no había dudas posibles. Ese destino extraviado entre los recovecos de las huidas correlativas e incontables, nunca lo había sentido tan real como en ese instante.

Vestido de blanca alegría entre las manchas de su alma, abrió las cortinas para alcanzar, en la luz, a la única mujer que había alcanzado a amar. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuartito de hostal

Habitación de hotel E, Hopper 1931


Encontraron un cuartito en un hostal de medio pelo, al final de un pasillo vestido con una alfombra amortiguadora de tacones y cargada de ácaros y pasos olvidados. Y allí, donde jamás había llegado el viento álgido del amor real, se entregaban todos los jueves al delirio de navegar entre azahares recogidos de naufragios imposibles de rescatar. 

Sólo allí conseguían desatar los nudos de la garganta de sus anodinas vidas, sus escarceos con la muerte y sus ansias de vida por degustar. 

 Ella había despuntado desde la edad frutal de los melocotones en ser tan descomplicada como concentrada en sus anárquicas curiosidades. El había sobresalido en saltarse las leyes de la trigonometría, a caballo de patrocinios de fiestas para ocultar la timidez de sus más oscuros deseos. 

Ambos habían seguido caminos prefijados, convenidos en el tiempo del devenir de los sucesos. Ambos se habían casado y sido padres, así como ambos habían jugado y habían perdido.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Rabia en la altanería.

Tomado de Google

Abrió las puertas del armario, donde las polillas pertrechadas de antiguos enconos devoraban los ropajes de antepasados y modas trasnochadas, y empapada en la montaña rusa de sobresaltos intempestivos, se dejó caer en la cama de barrotes de hierro colado.

Logró soñar tan vívidamente su encuentro carnal entre sabanas de percal, que despertó entre polillas que revoloteaban sobre su pelo y su cuello sudado del deseo impúdico de encontrarse con él.

La rabia de su altanería al saludarla había conseguido sólo un deseo alocado, intenso e irresistible de verle entre sus brazos. Con la enajenación de saber que su desprecio había encendido la llama de buscarle a cualquier precio, diseñó la lucha cuerpo a cuerpo que pretendía ganar.

No podía calcular las pérdidas que pudiera dejar por el camino de su victoria, que no entendía si no como acabar por llevarle a una pasión amatoria tan cargada de goces  irrepetibles, que él jamás pudiera olvidar.

El deseo de provocar un placer difícil de olvidar la hizo aventurarse por lecturas de meretrices francesas, temario de geishas y visionados de masajes de alto poder evocador.
Llegó a la conclusión de que, para volverle loco, le debía ignorar lo justo, no pedir nada jamás y entregar la mitad de lo que él pudiera pedir.

Exploró el talento de rozar sin llegar a tocar, dejar entrever sin mostrar y provocar suaves corrientes de aire en soplos lentos en lugares precisos.

Cuando él accedió a discutir en una cena un presupuesto ya cerrado, pronto se hizo evidente que podría rozar el cielo sin haberla tocado ni un centímetro de piel.

Ella entonces supo que la primera batalla estaba ganada.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Asma en la siesta.


Había llegado al territorio de  la muerte, pero allí fue incapaz de soportar la inmensa soledad de no tener a mano a sus seres queridos, ni a las ves, ni a  las flores que alegraban su existencia. Pero lo que en verdad le dolía era la ausencia del silbido tenue del respirar de su amada.

Aún a sabiendas de que no había lugar para el regreso, su fidelidad a la vida hizo posible lo imposible,  y una tarde de Octubre se presentó en el dormitorio donde Amanda hacía su siesta entre vapores de eucalipto y pañuelos impregnados de espliego por los rincones del cuarto.
Se sentó en la mecedora de mimbre donde tantas horas pasara en contemplar sus sueños y sus denodados intentos de vencer un asma tan caprichoso como tenaz.

Amanda dormía entre suaves estridores, soñando su propia muerte. Vestía en el sueño un camisón con ribetes de encaje en puños y cuello y su cabello lucía trenzado a ambos lados de la cara. Estaba mirando la mecedora, que ocupaba Alfonso, con su eterno batín canela y sus ojos verdes enmarcados en las gafas de pasta. Hacía como que leía el libro que tantas veces recitara en voz alta para calmar su respiración agitada y su corazón al galope de una vida que habría de defender hasta que él la llamara, para descansar por siempre en la paz de un respirar profundo y sosegado de un amor eterno. 

Aquel que sólo él podría ofrecerla, hasta un poco más allá de la muerte.  

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cumbre coronada por Eva y Pau


Me gusta ver la flores de la primavera en el final del verano. Las cumbres encumbradas de poesía y esas nubes asustadas y en huida  ante la pareja de aire de amapolas sobre un fondo verde de esperanza compartida.

Me gusta que el aire huela a simple aire. Que las cordadas de las nuevas vías tengan la seguridad de que uno está sujeto con un arnés de ternura y mosquetones de acero fundido a fuego de caricias.

Me gusta que las sonrisas se expandan ante los valles y las cimas, o  en el interior de un recinto de piedras que huele a historia con pasado y con futuro, ante un grupo de gente tan querida.

Me gusta ver de la mano, las manos de los amantes y la complicidad de las miradas limpias. Abriendo, con los nuevos anillos, los aros del círculo de amor que se desboca en el fuego de unos ojos, florecidos.

Me gusta que Eva sea la mujer que Pau ilumina, y que él apueste al As de corazones la carta de ruta de su mejor acometida.


Las cosas vienen y van, como los pases de baile que adornan sus cinturas, pero al final de los finales, lo que me gusta es la armonía de un vals sin tiempos muertos, en una galope sin fin, de feliz algarabía.

Me gusta que amor corone cumbres, abra brechas, y acabe por poner una bandera en la más cercana distancia de la luna.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Encuentros o desencuentros



Estuvieron discutiendo sobre las dimensiones, consecuencias y final  de su relación. Aunque no llegaron a poder definir de qué relación estaban hablando. Es decir, suponiendo que hubieran tenido una relación, y que ésta hubiera sido algo más que de buena amistad.

Coincidía de tan mal grado lo sentido con lo sucedido, lo dicho con lo interpretado y lo ocurrido con los recordado, que al final concluyeron que la relación entre ellos, quedó en cuatro breves encuentros... si es que llegaron a producirse.

En lo que sí coincidieron fue en la afirmación de una enorme ternura que acabaron recordando intacta, limpia de manoseo de palabras.

martes, 11 de septiembre de 2012

Salvando la luz.



Intentó poner a salvo del naufragio de la memoria ese sonido único del rumor de las rosas al abrirse. Ensopado por la lluvia interior de las goteras de recuerdos, quedó pendiente de la deriva de unos sueños ajenos.

Pasaron los años, los líquenes de la ausencia trenzaron densos espinos sobre el tronco de su corazón dormido, y cuando  un estruendo de tormenta contenida desoló la periferia de su atalaya, el espejo le devolvió la imagen de un rosal pletórico de unas luces encendidas, que ni las más negras nubes habían conseguido apagar.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Jugando con " antes o después....

Fue el empeño en aferrarse a una triquiñuela de los sentidos lo que les llevó a seguir ponderando las idealizadas virtudes e ignorar los defectos. Pero antes o después tendrían que acostarse, y entonces, las reverberaciones de ambos espejos insistirían en desnudar la verdad.

Se desnudó despacio. Cayeron, botón a botón, las defensas de su camisa. Más tarde desanduvo la cremallera de sus jeans y esperó en ropa interior, sobre la cama. Porque antes o después tendrían que acostarse, según marcaba la tradición del matrimonio, y él ya no esperaría mucho más.

Cuando les oigo entre pelotazos y gritos, carcajadas y carreras, me frena recordar que tuve la misma edad y los mismos instintos goleadores.Pero lo que de verdad me serena es saber que antes o después tendrían que acostarse. Y yo podré dormir.

La mudanza había dejado un cansancio extenuante. Aunque sabían que antes o después tendrían que acostarse, aún evadieron la cama, por temor a caer en el embrujo de amarse de verdad entre cajas rotuladas. Conscientes de que antes o después, todo acaba por encontrar su lugar.