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viernes, 30 de marzo de 2018

Despidiendo a las pesadillas



Imagen de Ole Marius Jørgensen

En el marco onírico en que el quedó presa, entre trampas de pastillas y psiquiatras, Elena despertó un día. Un instinto más fuerte que su mente, más visceral que sus miedos, y más poderoso que las leyes de la medicina le hizo desafiar a sus pesadillas. 

Quedó con el viejo amor que la engañara en su juventud. Fue fácil simular un pasado superado y un presente por compartir. Con la conciencia más lúcida y tranquila que pudiera recordar echó los polvos en la copa de Eduardo. Liberada y ligera, sin acabarse de desnudar, se quedó mirando al pelele del hombre que nunca debió haber amado. Luego se plantó ante el espejo, despidiendo a sus fantasmas, sacudió la cabeza y salió del dormitorio. Antes de  cerrar la puerta del piso limpió concienzudamente todo rastro de su paso. Sintió un sol de primavera sobre su rostro, y sonrió. Seguramente como aquella tarde lejana, en la que con engaños, se perdió.

Siguiendo la iniciativa de bic naranja

viernes, 23 de marzo de 2018

En busca de la felicidad


No fueron capaces de aterrizar en planetas idílicos. Ni en campos abiertos con flores y luz, ni en orillas de mar con sabor a caribe, ni en montañas con picos de nieve perpetua. En su búsqueda de la felicidad, tomados de la mano, dejaron atrás escenarios sencillos, paisajes normalitos, ciudades grandes y pueblos pequeños, zonas deshabitadas y barrios superpoblados. Todas las ubicaciones les parecieron poca cosa. Era un rodar como hamsters en su rueda de la vida, sin conseguir llegar a un objetivo que les satisficiera. 

En el camino pasaron los años. Inconformes e inconformistas no supieron, sin embargo, controlar la ingesta de sustancias para elevar el ánimo, y ahora vagan, medio drogados y con la mirada perdida, por el espacio infinito de los infelices.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Primavera tal vez



Primero vino una suave brisa. Nadie la notó entre el viento y el frío. Luego, esa leve brisa, como una  ola, fue transformándose, lentamente, en una especie de una marea multicolor. Entre los copos de nieve, luciendo su color, pude verlas. Ellas, pequeñitas, juguetonas, me provocaron una sonrisa. Cerré los ojos.  Y entonces, entre el viento que quería arremolinar los últimos copos caídos, pude sentir la última brisa del invierno. La primavera se asomaba, discretamente entre bambalinas. Pronto se levantaría el telón. 

martes, 20 de marzo de 2018

Manifestación

Imagen de Google


El presidente estaba avisado de los disturbios que podían llevarse a cabo tras ocho años de recortes y de maltrato a parte de la población. Creía que podía controlar el descontento con cuatro palabras de posibles mejoras, si los presupuestos lo permitían, pero guardaba un as en la manga. El ejército saldría a las calles a controlar a los descontentos, si llegaba a ser preciso.

Los manifestantes se habían unido en sus trayectos. Los pensionistas, las mujeres, los manteros, y los parados de larga duración habían confluido, sin planificación previa. Los  antidisturbios, cuando recibieron órdenes y refuerzos, se tuvieron que emplear a fondo para disolver la gigantesca manifestación. Cargaron contra la gente con porras y balas de goma, sin atender a las quejas. Al fin abrieron una gran cuña en ella, sin poder seccionarla. 

Cuando los reivindicativos confirmaron que los agentes del orden habían llegado casi al centro de la manifestación, lentamente fueron cerrando filas, atrapándolos. La masa siguió en su avance, cada vez más nutrido. Dejando tras de ellos unas docenas de uniformes pisoteados en el suelo.


lunes, 19 de marzo de 2018

Cena de diseño


Ellos entraron a la hora convenida. Un lugar insólito, sacado del medievo, de esa Tarragona  siempre viva. Para llegar habían tenido que deambular por callejones solitarios, pero luego reconocieron que había valido la pena. 



Degustaron como diez entrantes, en dosis pequeñas pero suficientes, donde las exquisitas salsas, la presentación de diseño y una comida de autor se habían acoplado a ese cumpleaños que, en pareja, celebraban junto a una luna menguante de Marzo. La cena estuvo regada con un vino del  priorato, que, en contra de todo pronóstico, maridaba perfectamente con todos los platos, de variada hechura.
Todos los clientes hicieron alabanzas del lugar, y sobre todo del menú de gustación de la casa. Un acierto total. Una pareja discutía, sin embargo,  poco después de tomar asiento. Apenas probaron bocado, aunque se sirvieron más de una vez sus copas. Una botella de don Perignon presidió su  mesa mientras estuvieron en el restaurante. 




Pedro, criado en el barrio, entró en la cocina. Se preparó unos exquisitos canapés con un paté apenas tocado, otro con los restos de una bomba de calamar, y alguno más con  un trozo de lomo de merluza intacto, y de un tartar de atún inacabado. Regó su cena con una copa de champagne y otra de un vino muy suave en boca, un priorato atípico. Tenía que esperar para limpiar la sala, y mientras hacía tiempo, reflexionaba sobre lo injusto que resulta que algunos vivan de los restos de los demás. Luego sacudió la cabeza y cogió la escoba, se puso los auriculares y, siguiendo la música de su móvil, comenzó a barrer la sala, abovedada, empezando  por un rincón. 

sábado, 17 de marzo de 2018

Echando la vista atrás

Imagen de Aguirrefoto


Su desmemoria estaba cada vez peor. Parecía avanzar sin que los trucos que iba improvisando pudieran detenerla. Intuía que pronto perdería sus recuerdos, para siempre.  Se puso a escribir, cada noche, su nombre completo, de dónde era y algunos datos personales. No quería olvidar a su esposa, ni a sus tres hijas, sobre todo a la menor, con la que vivía, Patricia.

Una noche se encontró con un boli en la mano ante una hoja de papel. Leyó un nombre, un lugar que no podría ubicar y cuatro nombres más, de mujer. Creyó que eran apuntes para un relato y escribió un rato, hasta que se cansó. 

Una tarde, como todas, se fue a la playa, a mirar el mar. Ese día dudó un poco al elegir el bloque de pisos donde tenía que ensartar su llave, pero llegó bien. Patricia le puso la cena y él intentó recordar a un ave que había estado cerca de él, sin resultado. Sacó un boli, y ante un relato inacabado de alguien, que encontró en la mesa de su dormitorio, fue escribiendo hasta llenar el folio. Podía recordar con exactitud episodios de su niñez, sobre todo de los meses de mayores bombardeos en Barcelona, pero era incapaz de recordar qué había comido al mediodía, ni siquiera qué había cenado hacía apenas una hora. 

Cansado,  intentó firmar, buscando en su mente un nombre, y que tardó en poder plasmar. Miró sus manos, que ahora parecían torpes, y se echó a llorar ante el pijama doblado que le esperaba, sobre la almohada.

Vaya mi admiración a los ancianos y pensionistas alzados en pie de guerra, y con razón

jueves, 15 de marzo de 2018

La sombra

Imagen de Aguirrefoto


Viajar solo era su pasión. Nada de ir con un amigo. Menos aún con pariente alguno. Eso de cacarear unos cortos, pero intensos viajes en su caso,  era para gente que alardeaba por las redes sociales de poder darse pequeños caprichos. Él, precisamente, huía de dar información sobre sus salidas.

Aprovechó una oferta invernal. Con sus pasos amortiguados por las botas de montaña, anduvo callejeando, al azar. Cruzó velados puentes, colonizados por la densa niebla. Bordeó estrechos canales, atravesó plazas  desiertas y al fin acabó apoyado sobre el pozo tapiado de una plazuela. No se cruzó con nadie, mientras la noche se teñía de un algodón gris, cada vez más denso. Veía a duras penas la punta de sus botas. Recordó una frase. "Miremos arriba hacia las estrellas y no abajo hacia nuestros pies." de Stephen Hawding , y sonrió.

En el laberinto ciego de una niebla densa, miraba a su alrededor, sin lograr distinguir la silueta de ninguna esquina. Se acomodó, a la espera de que mejorase la visibilidad. En un estado de duerme vela creyó fundirse con la niebla. Fue lo último que pudo recordar. Desde entonces, una sombra con anorak y botas marrones vaga, mirando al cielo, en los brumosos inviernos venecianos. Por el campus, desde hace tiempo, corre el rumor de que el viejo y antipático profesor de física de la Complutense se tomó un año sabático muy largo.

Mi pequeño homenaje a  una estrella con luz propia que se fue

miércoles, 14 de marzo de 2018

Venecia en la voz

Imágenes de Aguirrefoto

Sabía que Venecia es para recorrerla por sus rincones. Huía de los circuitos turísticos. La única vez que había estado antes en la ciudad de los canales se había sentido agobiada por las riadas de turistas. Veía grupos de japoneses en todas partes. Esta vez había descartado la Plaza San Marcos y el puente de los suspiros de día. Había madrugado, y, pertrechada con su canon, se apostó ante el amanecer. Unos veinte turistas se alineaban a su lado, todos con las cámaras a punto.




Se oyeron disparos de las cortinillas de los diafragmas, como una metralleta dispuesta a cazar al sol, que, ante la góndolas dormidas, se elevaba perezosamente. Concluido el espectáculo regresó al hotel. Descansada, salió a pasear evitando las zonas más concurridas. Cuando quiso regresar se percató de que se había perdido y era de noche. Atravesando un callejón oscuro, escuchaba su propia respiración, cada vez más agitada. Recorrió una y otra vez el laberinto de  callejuelas y puentecillos sobre los canales, buscando una referencia reconocible, pero sólo consiguió tropezar con una montañita de bolsas de basura. Cada vez más nerviosa, su respiración se aceleraba por momentos cuando acertó a ver un bulto sentado en una esquina. Parecía un vagabundo borracho.

Una voz varonil y gutural se ofreció a sacarla de allí por cien euros. Ella dio media vuelta y se alejó, sin responder, con las alertas disparadas por el miedo. Mientras se alejaba de ese pasaje, una voz atronó en la noche. " Ba bene, senza di me, non uscirai viva da qui, jajaja".

Ahora la voz la persigue cada vez que se pierde en cualquier ciudad, así que evita salir de noche, salvo en barrios que conoce a la perfección. Los de su ciudad

domingo, 11 de marzo de 2018

Tiempo de arena y sal

 Un péndulo de Foucault. De Cosmocaixa

El trabajo era agotador. Cuatro mil trescientos noventa y nueve,  y cuatro mil cuatrocientos. Ese último  granito de arena cayó sobre el montón . Silencio. En el taller se podía escuchar a una mosca.

Súbitamente, alguien había entrado y miraba la esfera del reloj de pared y la mesa de trabajo de manera alternativa. 
- ¿No te había dicho que atrasaba?, ¡te has descontado chaval, hace cinco granos que tenía que haber caído! - le gritó el maestro al  aprendiz.
- Sí maestro. Volveré a empezar
- Ajústalo. Luego lo compruebo. En dos mil granitos de arena vuelvo.


viernes, 9 de marzo de 2018

Gabo y Mario en Barcelona


Imagen de Internet

Gabriel residió en la Ciudad Condal desde 1967 hasta 1975, y muchos, entre ellos yo,  muy jovencita, descubríamos “Cien años de soledad”. Vivía entonces en la calle Caponata, del barrio de Sarria y prefería el ron con coca-cola y no ese que hacíamos aquí con ginebra. Comentó alguna ocasión, que había conocido a un  librero catalán, Ramón Vinyes, a quien incorporaría a Cien años, como el “sabio catalán”, y que prefería Barcelona a Paris para vivir. En la ciudad de la luz había pasado hambre y penalidades, y en Barcelona se encontraba como pez en el agua, cuando ese boom artístico había sembrado la ciudad de escritores, fotógrafos, diseñadores y sobre todo buenos editores. Cuesta vivir de la literatura, y como había pasado con Vargas Llosa, fue la editora Balcells quien propició que ambos pudieran vivir de su tal vez único y gran talento: la escritura.

Vargas Llosa llegaba a Barcelona en 1970 por el empeño y tutoría de la gran Mamá Grande, y vivía en la esquina de la calle  Caponata con calle Osio, así que acudían ambos a menudo a la pastelería Foix, en plaza Sarriá. Tan diferentes, tan alejados… uno con pinta de galán y el otro bajito y desaliñado compartían amistades en Barcelona, con reuniones en una u otra casa. Al extremo de que habían de colaborar en una obra común, que por supuesto, con el alejamiento entre ambos, quedó  frustrada.

El pacto de silencio tras el puñetazo  de Mario a Gabo en 1976 debe respetarse, pero Mercedes Barcha, la esposa de Gabo,  hizo un comentario muy elocuente: "es que Mario es un celoso estúpido". Parece ser que tras una ausencia de Mario, su esposa Patricia, se refugió en la amistad con el matrimonio de Gabriel y Mercedes. Recordemos que los hijos de ambos autores jugaban juntos como una verdadera familia, pero tal vez Mario creyó que su amigo fue más allá del apoyo amistoso. La foto famosa se la hizo un amigo y fue testigo de esa agresión de un doce de febrero, Elena Poniatowska, escritora y periodista. Lo que menos importa es ese incidente, que pudo reducirse a un simple lío de faldas, sino el ambiente bohemio que desprendía Barcelona.

En el verano de 1975 la familia se iría de Barcelona. No regresarían a vivir en la ciudad de los prodigios de un boom latinoamericano, en las postrimeras  de un franquismo, que fue eje de la literatura en español. La distancia ideológica se fue incrementando con los años, pero la admiración de Mario hacia Gabo no decayó. El premio Nobel les vuelve a unir en un barrio de laureles y promesas, constatando que son dos grandes, y no olvido que Gabo nos espera en su Macondo, desde su partida en 2014.

Quiero creer que en estos tiempos, lejos de ya de las utopías de la estrenada democracia de esas fechas, se esté gestando un nuevo boom de talento literario, de mestizaje de cuna y universalidad de miras, que en poco tiempo veamos  una nueva constelación de gente con brillo interior que nos deslumbre, y nos deje atrapados a estilos literarios que nos lleguen al alma, para sacudirla.

Hoy me ha apetecido escribir sobre el incidente del ojo morado de Gabriel GM, para curiosos que aún no lo conozcan, que imagino que serán pocos. El puñetazo de Mario a Gabo

jueves, 8 de marzo de 2018

Poema de invierno


Ay luz, rayos esquivos 
entre mis dedos, 
cuando las olas se mecen 
en los anhelos.

Los ojos jugando 
al escondite, 
entre guijarros de un mar 
que no se rinde.  

La tarde se esconde 
bajos los pinos, 
de un oleaje bravo, 
de sal y olvido.




El viento gime irredento 
tras las persianas, 
en las noches de plenilunio, 
que, de estraperlo, aguardan.

Sopa de letras 
acompasan madrugadas,
y el invierno sin mar engendra 
alas de musa sobre mi espalda.

Tras la noche del chirrido, 
llegará un mar en calma. 
Y la luna escribirá versos, 
que anidarán en mi playa

Música   ♪♪♫♪


Feliz día de la mujer. Esa luchadora que inverna y que aún ha de florecer

miércoles, 7 de marzo de 2018

Caminar, tal vez correr


Han pasado cuarenta años desde  la detonación. El cartucho de dinamita se había adelantado unos segundo a su hora de explosionar, y me había dado de lleno una roca, que, como un obús, sentí que me empujaba, desde abajo, en un mar de ruido infernal. Caí sobre la tierra boca arriba. Mientras volaba, unos pocos metros que parecieron largos, puedo recordar con precisión cómo mi vida pasó por delante de mi vista, y me acuerdo de la sensación de dejà vie que me produjo. Pensé, qué raro, se parece a lo que muestran las películas. 
Con mis veinte años las imágenes no eran demasiadas, pero mostraban los momentos importantes de mi corta vida. Asumí que estaba por morir. Me llenaba una paz interior, que también luego descubrí  que personas al borde la muerte explicaban, que me tranquilizó. Me había preparado para desaparecer cuando reboté en el suelo. No sentía sonidos ni sensaciones. No había dolor alguno, tal vez estupefacción  porque la sensación placentera se había convertido en la percepción de que seguía viva. 

Hice el gesto de levantarme, de incorporarme con los codos y ponerme en pie. Ahí el dolor acudió con una virulencia que desconocía. Algo andaba mal, muy mal de cintura para abajo. Escuché mi respiración, agitada, y los pasos a la carrera de mi compañero de turno. Me escuché diciendo " que venga la ambulancia", y le escuché, muy nervioso decir que aguantase, que estaba de camino.

La amputación era inevitable. Lo descubrí después, cuando en la cama del hospital el traumatólogo bromeaba con que se estaban experimentando con nuevas prótesis muy eficaces y naturales. Me animaba a no desesperar. Podría correr los cien metros lisos. Algún día

Durante años soñé reviviendo el accidente. También soñaba repetidamente con correr, con alejarme del lugar de los hechos. Lo que nunca imaginaría aquel médico, es que ayer acabé una maratón, a mis sesenta años  Una medalla de bronce ahora luce sobre mi cama. Espero que me sirva de talismán, contra las pesadillas.

Inspirado en Un texto de Soro

El ser humano, ese cazador



El gran lector tenía como afición la caza y la música de Bach. Llegó a comprar  una cabaña en medio del monte. Alaska es muy grande. El mundo aún más. Una tarde, el rugido de una fiera le puso en alerta, pero siguió su lectura y con el disfrute, casi orgásmico de variaciones de Golberg BWV 988 .Poco después un segundo rugido, que oyó más cercano, le hizo temblar. Se levantó del sillón y cerró con llave la puerta de su casita de madera. Días antes había perseguido a un oso adulto. Resultó ser muy listo. Le había disparado dos veces, sin éxito. 

El animal rugía cada vez más furioso mientras arañaba con ahínco la puerta. Al fin logró abrirse paso.. El cazador, con una sonrisa sardónica afianzó la culata en su hombro. Le bastaría con apretar el gatillo, repetidas veces, parapetado tras el sillón.  Luego  presumiría de haber tenido una jornada intensa. De persecución y agotamiento, cargada de  peligros, para cazar a una peligrosa fiera.

Nota. El pianista con Asperger Glenn Could es irrepetible. Murió a los cincuenta años con su sillita inseparable cerca. Para quien quiera saber más del genial pianista Gleenn Could, un pianista magistral






lunes, 5 de marzo de 2018

Eva en el gimnasio



Eva empezó a hacer ejercicio. Subió la velocidad. Hasta diez. Luego hasta doce kilómetros por hora. El espejo le devolvía su cuerpo atlético. Su busto bien delimitado y mejor sostenido por un sujetador de último diseño deportivo, su culott con flores bajo la camiseta, y sus deportivas recién estrenadas, le daban un aspecto más que  halagador. Ajena por completo a las minúsculas variaciones por las que atravesaba su cuerpo, una toalla de microfibra lucía apoyada en la barra de la cinta caminadora.

Ella era una gota muy pequeña, nacida lentamente en la frente de la atleta, y que iba rodando sobre un tobogán. Cuando se asomó al abismo sin fondo, desde la punta de la nariz, entró en pánico. Miraba fascinaba cómo sus compañeras no parecían temer la caída al vacío, y se quedó colgando, sin animarse a saltar. 

Cuando al fin se aseguró de que otras gotas parecían felices con su vida, se dejó caer. Aterrizó sobre el cuadriceps de Eva. Fue el aire generado por la carrera lo que le hizo entender su misión. Demasiado tarde. Quedó integrada en una leve mancha de humedad, que de manera casi instantánea, como otras gotas de sudor, se evaporaría. 



jueves, 1 de marzo de 2018

El peso del paso del tiempo

Imagen de Aguirrefoto. San Sebastián


Los relojes empezaron a ralentizarse, todos a vez. Fueron frenándose sin que nadie pudiera encontrar la causa. Ni relojeros austríacos, ni los suizos, ni los ingenieros del reloj atómico, ni tan siquiera un pastor asturiano que sentía con exactitud la hora, sabían la razón, y menos aún cómo solucionarlo. El tiempo volaba, literalmente volaba, hasta el extremo en el que en un minuto transcurría una hora. Después llegó a ser un segundo lo que duraba una hora, y por fin, a una centésima de segundo le llevó una hora avanzar ese mínimo espacio de tiempo, Los científicos emitieron un informe al fin. El sistema solar se dirigía, impertérrito, hacia un espacio de no-tiempo.

Paquita, al escuchar la sentencia, y sin calibrar los riesgos del escenario que se avecinaba, simplemente se alegró. No es que fuera muy presumida, pero temía envejecer.