Dígale, agente, que no tuve más remedio que matarle. Era el loro más ruidoso de la ciudad y hubo quejas vecinales. Dígale también que cada vez que pienso en ella recuerdo nuestra boda. Ella, tan elegante y ufana por casar a la nena. Recuerdo con menos cariño sus intromisiones en nuestra casa, en nuestras comidas, nuestros hobbies, en nuestra decoración y hasta en la educación de los niños. Dígale también que el crucero dando la vuelta al mundo se lo hemos ampliado a otro más. La intención es un tercero, pero eso, de momento no se lo diga, agente.
domingo, 24 de enero de 2021
viernes, 22 de enero de 2021
Muñeco de nieve para un jueves
Siguiendo la propuesta de Molí del Canyer, sobre una historia de nieve y frío, mi aportación es la siguiente.
El año había sido duro, y
gris. Con ramalazos de un viento que nunca había sentido, así, como deshojando margaritas
entre un “espera”, y un “tira palante”. Había llegado enero con las gélidas temperaturas
de un invierno cuajado de vaticinios cumplidos e incertidumbres abiertas. Fiebre no parecía tener pero se sentía mal.
Anunciaron nieve en toda la
península, y él se dispuso a observar por la ventana, primero aquellas nubes grises
como panza de burro, y luego, poco a poco, los copos, de uno en uno al
principio, inconexos, y más apretados después. Salió a la
calle. Nadie recuerda cuándo se sentó en el banco del parque. Cada quien iba a
lo suyo, con la novedad de la nieve. Los niños, abrigados, y con la alegría infantil,
se arremolinaban excitados por el frío y la blanca capa. El grosor fue en aumento,
y en la noche, un manto de más de un palmo cubría la ciudad de los desvelos. El
tipo había identificado, quedándose quieto, y mirando como desde una atalaya, cómo cada copo llevaba una pequeña señal para él. Uno le hablaba del recuerdo de esos labios huérfanos
del pasado, el otro de aquella varicela que dejó cicatrices en su cara, otro más del desplante de su mejor amigo, y así, pestañeando levemente, fue rescatando
cada golpe, pequeño o no, que había tenido en la vida. De vez en cuando aparecía
algún copito bailarín y brillante que traía una sonrisa de la pecosa de cuarto,
o el sabor de las albóndigas cocinadas por su madre, o un beso apasionado que le
llegase al corazón, pero eran minoría. El tiempo fue pasando y la noche se le
echó encima. Las luces de las farolas del parque daban un hálito entre niebla y
amarillo a su alrededor, generando un paisaje borroso, donde una figura humana
seguía bajo la nieve. Al día siguiente, temprano, un chaval se detuvo a su lado,
y le puso una bufanda al cuello y un encendedor por boca. A media mañana, una señora
con perro le colocó dos nueces por ojos y una mandarían por nariz. Al
mediodía cerraron el parque por miedo a que las ramas de los árboles no aguantasen
el peso de la nieve.
Nadie había reparado en su
ausencia cuando con el deshielo le encontraron los jardineros municipales. Un
tipo sonreía, congelado, bajo el muñeco de nieve del parque. Era una sonrisa ladeada
y triste, como la de un payaso, derritiéndose.
Palabras : 402
lunes, 18 de enero de 2021
Deja de llorar, Inés.
Esperando que más pronto que tarde, dejes de llorar por él, te he hecho un pastel de frambuesas y he reservado una suite en aquel hotelito que te gustaba, y que seguro que no compartiste con Pablo. Qué quieres que te diga, Inés, igual que un día me dejaste por él, ahora eres tú quien se ve obligada a olvidar. Sabes que yo no te olvidé, pero espero que no tardes en regresar a nuestra casa, a nuestra historia, porque tanto llanto no hay nadie que se lo merezca. Al menos, quien te abandona, seguro que no.
jueves, 14 de enero de 2021
Echar de menos, en jueves
Siguiendo la iniciativa de Dorotea, qué pasaría si no tuviéramos algo, mi aportación es la que sigue
No sonó la alarma del móvil, que encontré
sin batería de buena mañana. Sin luz en el lavabo, y con una vela de las que tengo
para aromatizar, lo que vi en el espejo fue poco, y sin calentador eléctrico, el
agua salía heladita. Lavado de cara como los gatos y tira palante, me dije. El
microondas no iba, y me calenté el café con la cocina de gas, tras encender una
cerilla, pues le piezo eléctrico no me ayudó a que prendiera.
El ascensor no funcionaba, así
que no pude ver que llevaba el jersey del revés. La salida del parquinq no funcionaba,
pero, a diferencia de mis vecinos, sí podía ir andando al trabajo, donde llegué
cuando llegué, tras haber hecho la caminata que me despertó, sobre todo porque,
sin farolas, esquivar alguna caca de perro estuvo medio complicado. Al llegar
me preguntaron que qué hacía, que si no había recibido un wasap comunicando que
quien no pudiera llegar, pues que no sufriera. Los ordenadores no funcionaban,
pero la telefonía sí pero no, porque todos los aparatosos iban conectados a la corriente. Hasta media mañana pudimos
hacer más o menos el trabajo, si bien algunos cálculos fueron manuales, en mi
caso, porque había quien tenía más batería en su móviles o cargas auxiliares.
No tenía memorizado ningún número de teléfono de mi agenda. Las ventanas bien despejadas me hicieron
sentir bien con el solete que entraba. La hora de acabar me pilló sin haber
comido nada, y barajando, como todos, qué pasaba regresé a mi casa parando en cada bar o tienda abierta que encontré,
solicitando el favor de poder conectarme a su red, o, en el último bar, un bocadillo
de salchichón.
Mi ciudad seguía sin luz, y con
unos trastornos enormes de tráfico, por los semáforos apagados. Sin la premura
de la mañana, me vi haciendo revisión de mi cocina, y de la nevera. De velas y linternas.
Sin
tele, con una radio a pilas, ni ordenador ni agua caliente la tarde se me hizo difícil
de pasar. Me había quedado, además, sin amigos. Ni Facebook, ni wasap, ni
teléfono. Me sentí más incomunicada que un ermitaño. En la noche cayó el frío y
la oscuridad. Suerte de una estufa catalítica con bombona, pero habría sido más
bonito una chimenea. También eché de menos una mascota, y acabé por dormirme.
Hoy me ha despertado el sonido
del calefactor del lavabo, a todo trapo. En el piso parece estar todo en orden.
Hoy, creo que iré besando cada aparatito que ayer eché en falta.
Palabras. 430
domingo, 10 de enero de 2021
El virus
Cojo tu mano y salimos corriendo, calle abajo, dejando atrás las sombras y los ruidos de esta maraña de datos. Te cuesta correr, lo veo, lo siento. Los faldones de mi gabardina sobre tu camisola de hospital te hacen parecer un pelele al viento, pero seguimos corriendo. Entramos en el restaurante de papá. Cerramos la puerta. Pronto llaman a la persiana con insistencia. Tendré que entregarte a la policía, y es que estás afectada del virus. Tal vez yo lo esté también, y me dejen acompañarte, mamá.
martes, 5 de enero de 2021
Regalos de Reyes magos, por jueves
Siguiendo la iniciativa de Mar en su bitácora, sobre regalos de los Reyes Magos, mi aportación es la que sigue
Había sido un mal año, el trabajo precario, ya inexistente del padre. ponía dificultades para cualquier compra. Sin embargo, Alicia no quería más regalo que una casa de muñecas, grande y con muebles.
Dejando los zapatos en el balcón, rezó porque se cumpliese su deseo. Había sido muy buena. Había aceptado el confinamiento sin quejarse, También ayudó a su hermanito en todo, y había sido aplicada en el colegio. Era imposible que no le trajeran lo pedido. La mañana de Reyes encontró una caja de una estufa sobre sus zapatos. Tras el primer momento de enfado y frustración, su padre y ella estuvieron todo el día recortando cartón, construyendo muebles, pintando ventanitas en las paredes, y lámparas en los techos. De aspecto frágil, era una casita de muñecas muy artesanal y hasta bonita. Cansada, se durmió siendo abrazada por su papá.
Esa casita la usó relativamente poco. Pasaron los años, las cosas mejoraron, los regalos de Reyes fueron siendo más acorde con sus demandas, pero acabó por reconocer, ya adulta, que ese día de Reyes, fue el mejor que recordaría jamás.
viernes, 1 de enero de 2021
Nochebuena/vieja diferente, en jueves
Siguiendo la propuesta de Leonor sobre una nochevieja diferente, mi aportación es la siguiente. Y feliz entrada de año para todos
Esa vez aceptó ir a la fiesta de
entrada de año en casa de Blas, porque la última discusión con Laia había
excedido su punto de paciencia, y a falta de otro plan, o de mayor presupuesto
se vio a las once y media ante el garaje de su viejo compañero, donde, nada más
llegar, Julia brillaba con luz propia. Era cosa de empezar el año, ese 2020 tan
redondito, bien, por una vez en la vida.
Nada tuvo que ver ese vestido de tubo negro, ni sus medias con costura, que llamaban a la simetría de un chocolate cimbreante. Tampoco el escote palabra de honor de su atavío. Era su sonrisa, que no podía recordar de las mañanas de estudios de antaño. Sopesó el malestar del resto de las chicas ante la evidencia de que ellas parecían la comparsa de una reina. Acabó por beber dos copas, charlar con Julia, dejándose el alma prendida de su mirada, y gozando del atrevimiento de bailar con ella. A última hora, inhalando la esencia de mujer que desprendía, ante la cara de Pablo, que siendo amigo, captó el terremoto que su novia producía en él, se despidió de la fiesta temprano. Alegó haber dormido mal la noche anterior. Ahora se despertaba agitado. Ya era 2021, con Julia dormida a su vera. Qué diferencia, qué deprisa había pasado el año, a pesar de la pandemia, se dijo. Julia roncaba bajito, y todo estaba recogido, sin rastros de fiesta alguna. Habían estado ellos dos con un hermano de ella y un amigo común. Se tomaron las uvas, brindaron deprisa, y los dos "invitados" se fueron pitando, por lo del toque de queda.
Miró el reloj, eran las ocho de la mañana. Mentas iba al lavabo se dijo "vaya despedida de año tan extraña.
-Mierda, gritó- me vuelvo a la cama. A ver si sueño que celebramos el nuevo año chino con jolgorio, aunque sea sin uvas"
martes, 29 de diciembre de 2020
Baile de disfraces por Fin de año.
Mis preparativos para la
fiesta de fin de año convocada por Dulce habían acabado. Necesito poco de nada para
sentirme segura, pero con un antifaz tan delicado, me esmeré un poco más que de
costumbre en mi vestimenta y peinado. Dejé mi pelo suelto, con los rizos como
agua, sobre el que flotaban diminutos collares de nácar y lapislázuli. Luego
comprobé que, al reírme, producían un efecto de baile blanco y azul sobre mi negra
cabellera.
Me abrió la puerta de la
mansión un hombre con librea y peluca blanca, y enguantado, quien me ofreció una copa de champagne.
Al fondo, el salón lucía profusamente decorado, con detalles de carnaval y de invierno.
El anfitrión, quien iba de grupo en grupo saludando, se acercó a mí, saludándome afectuoso. El baile posterior, entre mesas con exquisiteces de buffet libre, fue
magnífico. Bailé con tres hombres enmascarados, a cuál más divertido, ocurrente
y educado. El champagne tal vez se me subió un poquito a la cabeza, sin ir achispada,
porque me sentía liviana como una pompa de jabón, irisada y volátil, voladora y
risueña. Subí hasta el techo, donde las lámparas de lágrimas reflejaban los
miles de colores del apogeo de la fiesta. Desde arriba observé 'un momento. Luego vi a mi segundo compañero
de baile.
Como no podía quedarme en el
techo, ni quería, me coloqué a su lado, y después seguí bailando con él como una
media hora. De conversación amena, de ojos negros enmarcados en la máscara, su
voz y su mirada fueron subiendo en intención, y me pareció agradable. El
anfitrión había propuesto un juego. Desde el primer momento. Consistía en que alguien
robara algo y luego todos averiguásemos al ladrón. Vimos el anillo, con una
cabeza de león grabada, y que dejó junto a una ponchera de plata, de adorno en
una de las mesas.
Su tamaño nos daba opción a bolsillos y escotes, y tras las campanadas, llegaba el desafió. ¿Quién había sido el ratero? El hecho de buscar los unos en los otros fue divertido y un tanto picante, permitiendo la ocasión que más de una búsqueda acabara en alguno de los sofás y sillas del salón. Para mí no había duda, lo había visto desde el techo, así que sabía quién era el “caco”, pero no era cosa de empezar el año haciéndome la lista, mejor me hacia la tonta y jugaba, como los demás, a encontrar el anillo perdido y hallado en…Solo el anfitrión lo sabe porque los secretos, cuando se dicen, dejan de ser secreto