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martes, 29 de abril de 2014

Pablo cazando quimeras y dudas


Reconozco que le dejé una nota muy ambigua, pero realmente estaba un poco harto de su desgana hacia mí y  sobre todo, a mi obra.
Total, hablar de un posible infarto, tampoco estaba tan lejos de la verdad, ya que en mi familia, los varones éramos propensos a sufrir y morir del corazón, a edades tempranas.

La campaña para la compañía de automoción me había ido muy bien. Yo diría que excesivamente bien. Mis bocetos tan oníricos como     impactantes habían causado sensación, según me dijo Rubén, más que mi marchante, mi mejor amigo. Necesitaba poner un punto y aparte en mi relación con Laura.  No podía imaginar estar cerca de ella con la libertad de usar mi estudio a mi criterio, dejando que ella entrase, a su gusto y placer.

Laura había sido un error. Educada, amable, de aspecto sano y moderno, era una mujer que me dejó impactado desde el primer día que la conocí. Con ese saber estar, esa elegancia natural, y su charla amable sobre temas dispares, me había hecho creer en la fantasía de que era la mujer perfecta. Para cualquier hombre. Pero no para un cualquiera, como me sentía yo a mis veinte años, cargado de ilusas esperanzas y una fe en mis pinceles que nadie parecía compartir.

Mi empeño en hacerme el encontradizo dio sus frutos, y en pocos meses, la relación parecía ser perfectamente armoniosa. A ella le gustaba tocar el violín, y ejercer de profesora de parvulario en un centro bilingüe de Gràcia. Es  cierto que nutría mi ego. Jamás se negó a que yo siguiera formándome, excepto cuando empezó a poner pegas por mi deseo de irme a África. También  lo es que me acompañaba a hacer retratos de paseantes por las Rambas,  cuando aún no había la normativa tan estricta y onerosa de este Ayuntamiento. 

Es ahora cuando reconozco que es cierto que era la mujer más divertida y seductora. Nadie podía haber animado a posar a quienes ella creía que podían ser buenos modelos. Nadie como ella, con ese encanto y dotes de persuasión.

No sé cómo en estos años esta relación ha cambiado tanto. No entiendo dónde han quedado las risas de esas tardes del muelle. Aquellas en las que hacíamos collages a cuatro manos. Tenían mucho éxito. Yo pintaba, y ella tejía motivos inventados, o recortaba telas,  y se nos ocurría pegar los materiales en conjuntos imposibles. Esa complicidad  nos dejaba con dinero en los bolsillos, amor en los ojos, y besos en la recámara de nuestras armas de amor.

No he querido asustarla, sino desaparecer. Parece tan difícil decir adiós, y que fuera de una forma rotunda, que se ocurrió sin más.
La excusa perfecta era su viaje a París para ver a una prima. O a quien fuera, porque en verdad se me ha escapado el amor o el interés por retener su cuerpo a mi lado. Y su alma, como la mía, que también hay que reconocerlo todo, andan alejadas por más que podamos unir los cuerpos, en un alarde de pasión de artificio calculado.

Ahora, cuando ha pasado un año y medio, y en este local, he recobrado la pasión por pintar, es cuando no se me ocurre otra cosa, que esperar que aún le importe un poco. Como amigo, si no puede ser de otra manera. La pasión no retorna, cuando se deshace como azúcar en un fregadero.

Laura  no ha contactado con Cahiba. Ni su móvil está operativo. Ni sé si esta necesidad de retomar mi vida con ella es sólo un espejismo, o si la seguiré buscando en cada trazo que se desgrane de mi soledad.
No soy Picasso y nunca lo seré. Mi alma no está formada por las vísceras de mi ego y el poder del minotauro. Por no haber hecho,  no he ido detrás de ninguna modelo, aunque reconozco que Cahiba me arañó  las entrañas, pero no hay musa para expresar lo que sigue latiendo bajo mi corazón. He de esperar por ver si quiere tender una mano al pasado, donde encuentre lo que dejamos grabado en él.

Úrculo, de la exposición en El Corte Inglés.

viernes, 25 de abril de 2014

Las ONGs de algunos niños.

                     



Los niños afectados de cáncer, por desgracia, pueden ser los nuestros. Nos podemos imaginar en la piel de estos padres, porque ellos, los niños, son el futuro, nuestro futuro. Colaborar con las asociaciones que forman, es sensibilizarse con la causas de la lucha por la vida

No sé si pueden imaginar lo que, entre mil cosas, he vivido hoy. Los niños no debieran enfermar de nada serio. Bastan los chichones, los arañazos en las rodillas al caerse de la bici.

Basta con esas fiebres que nos ponen a prueba de lo que recordamos de dosis de paracetamol, de paños, que si con alcohol no, que si de qué eran?...

Basta con las otitis que desgarran los nervios al no saber cómo bajarles la luna por verles que desciende el dolor.   

Basta con los nervios de los primeros pasos en los patines, desafiando el equilibrio, y con las caídas de toboganes, columpios, murallitas que acaban por echarles a trompicones.

Pero hay enfermedades que ponen a prueba su cuerpo y nuestro equilibrio. El que nos hace caminar por el filo afilado de la navaja entre ceder a las propias lágrimas o a la rabia inconcebible de un carga injusta que no sabemos cómo canalizar.

Porque todos salgan de estas redes de araña. Porque ninguno quede atrapado en la viscosidad de los malos augurios.

Por los grandes niños. Los que luchan como leones por la vida..

miércoles, 23 de abril de 2014

Un booktrailer, al amigo libro.




Había visto alguno, pero me ha llamado la atención este que les presento, de 2009, ya ven lo puesta al día que estoy yo de muchas cosas.

Esta tendencia para promocionar un libro, tiene por objetivo captar a lectores. La gracia parece ser que está en no desvelar el final, sino en ofrecer una sinapsis motivadora para animar a la lectura de la obra.



En este caso, es sobre Going West, del escritor neozelandés Maurice Gee, quien pone la voz, y que sigue sin haber sido traducido al español. He mirado un poquito por internet, y creo que me gustará leerle. Le imagino un octogenario amable. En la tarea de escribir sus memorias, entre paisajes de películas de su infancia y montañitas esparcidas por el suelo, de libros por acomodar en anaqueles, pero no me hagan caso, que igual la imagen en nada se parece a la realidad.






Este corto, que es una preciosidad de alegato a la lectura, fue producido por el Consejo del Libro (se encargó a Colenso, quien trabajó con Andersen M Studios, de Londres). Valieron la pena esos ocho meses de recortar papel, para construir paisajes, porque consigue animar a la lectura, como actividad que abre la imaginación, con más facilidad que cualquier película o viaje por emprender. 






La verdad es que de este autor no he leído nada. He visto algunos fragmentos de un film basado en una obra suya (In my father's den) y me han parecido durilla



La aventura de leer tiene un mecanismo muy potente, se llama cerebro. Gasta poco, excepto por la tala de árboles, pero entre los e.books y que se recicla cada día más, el balance entre precio y calidad es excelente. El gasto de pasar las páginas está al alcance de casi cualquiera, mucho más que subirse a aviones, montar en canoas, o cargar mochilas.




En definitiva, que la lectura es fuente inagotable de placer. Uno bien asequible, y de libre altura de vuelo, porque cada lector escribe el libro, a medida que al leer, va imaginando. ¿Qué más se puede pedir? Que nos acompañe siempre, pero eso, ya lo sabemos todos, que no hay mejor compañero, ni más fiel.




Aprovecho para felicitar a todos los lectores asiduos en el día de Sant Jordi, día en el que en Catalunya se regala una rosa  y un libro. 




Feliz día del libro. Les dejo mi rosa, que comparto con todas las amigas blogueras, y un libro, que por sobado y cargado de puntos de libro propios, conserva el suyo, de seda verde,




lunes, 21 de abril de 2014

El mejor oficio del mundo según Gabo.


Tras tantos homenajes que todos hemos hecho al gran escritor, deseo  recordarle a través del discurso sobre el periodista, como oficio, que él tan bien ejerció. Dicen quienes le conocieron, que tenía tres pasiones: escritura, periodismo y cine. Porque explicar historias se hace de esas tres maneras, casi de forma exclusiva.

“La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”. Estas palabras forman parte del discurso "El mejor oficio del mundo", que fue pronunciado ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP),  en Los Ángeles, el día 7 octubre de 1996.

Es un discurso más vigente ahora, que cuando lo pronunció, porque internet, con su forma de dar a conocer lo que sucede, por esa instantaneidad, no permite tiempo de reflexión. Las noticias, deshumanizando el acontecer de los hechos, quedan en ocasiones en meras estadísticas frías y lejanas. Tanto  para quienes son los protagonistas del suceso, como para los lectores, que son los clientes a quienes buscan fidelizar.

Cuando apela a la ética como moscardón sobre el oído del periodista, se me hace inevitable casos de periodistas cuya ética está  en entredicho, y  otros que se aventuran a investigar poco sobre temas de gran calado.

Les dejo el enlace al pdf que contiene íntegro el discurso, pero me he permitido subrayar algún párrafo, que me parecen de especial interés.

El mejor oficio del mundo

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

…tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana.

…fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

…La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos.

…Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo.

…Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante…

…Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal.

…el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. …muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

…Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

…el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.


No sé ustedes, pero a mí me resulta una reflexión en tiempo presente. Vaya mi admiración hacia Gabriel García Márquez y mi pésame a los suyos, por tanto, a todos los que le hemos leído al mejor contador de historias veraces para el periodismo, y refundidas de la magia, en la literatura.

viernes, 18 de abril de 2014

Nos vemos en Macondo, Gabo


Hoy en Macondo andan de luto. Muchos de sus habitantes llevan rosa amarillas en los ojales, ante un revolotear de mariposas de la luz persiguiendo a un espíritu fresco y orgulloso en busca perpetua de la savia de Meme. El dentista de gránulos homeopáticos pudo escuchar las campanas a muerto, pero preguntando  por la calle de los turcos nadie le pudo confirmar quién era el tal Gabo, o por quien doblaban a duelo, en manos de un anciano que a base de chocolate conseguía levitar.

Melquíades lo había anunciado, en su caligrafía de arañitas en tendederos de ropa, pero el Coronel Aureliano Buendía,  José Arcadio y Rebeca no han querido volver al pueblo  tras enterarse de la infausta noticia. Remedios, esa descastada sin leche familiar, consiguió fugarse del convento, al tener el presentimiento de la muerte de alguien importante, y ha acudido a las exequias. La superiora del convento de la ciudad de las mil iglesias y sus palmones de Semana Santa, no pudo disuadirla de que la caída del cántaro de agua, ni la bajada a la tierra entre sábanas, de Remedios la bella, eran meras coincidencias.

Hoy Macondo está más triste que en la epidemia del insomnio, y menos húmedo que en los años de la lluvia inmisericorde. Aunque han llovido pajarillos, que andaban desorientados, a nadie le importó, porque una Úrsula del tamaño de un bebé, con sus 158 años, regresó nuevamente del camino que siguieron los gitanos del circo, con unos gritos de foquita acatarrada, pregonando que al fin, los pergaminos no reflejaban el final de una estirpe, sino el nacimiento de otra. Minúscula y activa, se aferró al cadáver caliente de un Melquíades reencarnado en un anciano normal, con voz de poeta, vestido con guayabera, y sin tufo a plomo, atanores ni piedra filosofal.

Ahora, que ambos sabían el camino del más acá, porque las tumbas figuraban en los mapas de la muerte, volvían a ser uno. El alter ego del sabio circense y mago, se adentraba en silencio bajo la piel de un tal Gabo, que le dotó de la puerta del otro lado del espejo.

Descansa Gabo. Te sigo viendo desde los Ojos de perro azul de mi mirada.

En esta “Crónica de una muerte anunciada’, mientras los acontecimientos cotidianos nos remiten a desenterrar ‘El amor en los tiempos del cólera’, todos nos unimos para escribir, huyendo de la desidia. ‘El coronel no tiene quien le escriba’ queda descartado, porque “Vivir para contarlo” nos lleva de la mano a temas atemporales, ‘Del amor y otros demonios’.
Hemos asistido al “El otoño del patriarca’, entre vientos de “La hojarasca”, donde los “Funerales de Mamá grande”, quedarán chicos, entre un “Relato de un naufragio”, y esas “Memorias de mis putas tristes”. Al final, este “Vivir para contarlo”, es la suma de “Doce cuentos peregrinos”, que nos acompañaron, a través de las palabras y del universo que creó,  por la senda de una literatura de cabecera. Permitiendo conjugar la realidad latinoamericana, en compás de fantasía, con la imaginación osada y la forma descriptiva de un mago de las palabras, armado, simplemente, de la varita mágica de una pluma irisada de pavo real. Descansa Gabo. Lloraremos tu partida ante un buen café aparcado mil veces cerca de un tomo desgastado, del cuatro libro que ha pasado por mis manos, de tu “Cien años de soledad”

La última entrevista, para La vanguardia He dejado de escribir, 2006

jueves, 10 de abril de 2014

Mares de virtualidad

Óleo de Modesto Trigo Trigo

Cada uno era el botón negro  sobre la otra esfera blanca, buscando la policromía de un deseo a punto de levantamiento de armas. Ese que discurría entre líneas, y bajo las líneas de flotación.

Se leían entre risas pletóricas, mientras  derramaban aquellas confidencias que atesoraban para sus encuentros virtuales.

Vestían de Arial cinco frases  de  seducción, con hilos de fantasía, donde la bata de estar por casa eran  medias negras, y el pijama, un ligero con blonda blanca.

Se intuían tentando colinas, descendiendo a muslos perlados, artesanos con manos de trapecista, y besos de mago con chistera y sin varita.

Dibujaban con Calibrí palabras de amor imaginado, con pespuntes de ilusión, donde el chándal era un esmoquin negro, con toques de pachulí.

Se acariciaban entre hilvanes de puntos suspensivos. Dibujaban en cursiva, con interrogantes y sin signos de admiración, dejando que los mensajes reflejasen vainicas de deseos prisioneros en las cuartillas de plasma del ordenador.

Los barrotes confinaban un máximo de cien palabras donde nadar, entre los seis mil quilométros de océano de soledades, por donde navegar sin timonel.

Cuando descubrieron el tapiz de nudos gordianos que habían trenzado durante dos años, se rindieron a la necesitad de encontrase, para desatar las letras, y anudar los brazos de la realidad.

El falso licenciado alquiló un departamento y un auto, dejando atrás los reproches por un dispendio que no podía abordar.

La señora de la limpieza pidió un crédito personal para el viaje a Cancún, sin reserva de hotel, y con ropa interior de estreno.

La realidad les encontró con el paso cambiado. Entre palabras extendidas a mamporros, los mejores amantes resultaron dos desconocidos, sin nada que compartir.

No llegaron a subir de la mano  a esa terraza, con vistas a ese  océano  caribeño, cuajado de los retozos de Tahoma  subrayados, ante un plasma incorpóreo de irrealidad.



jueves, 3 de abril de 2014

Barbero vocacional


Mi padre era barbero  y mi abuelo también lo fue. Desde pequeño he vivido en la barbería del barrio. Mi casa estaba arriba de ella. Conserva el cartel giratorio rojo y blanco anclado en la pared. Aunque me he deshecho de muchas cosas, sigo conservando ese cilindro bicolor que era mi guía cuando regresaba a casa, y el sillón para niños que tanto esfuerzo le costó  encontrar a mi padre. Cuando lo trajeron, yo tenía unos cinco años.  Me subía a él con dificultad, a escondidas, porque mi padre decía que no era para jugar, pero yo me refregaba en su espalda cuando la tensión se apoderaba de mi calma. Y eso sucedía muchas noches. Sobre todo cuando mi abuela Herminia contaba historias de niños ahogados, o perdidos, o enfermados, por desobedecer  a los padres. Repetitiva ella en sus cuentos con moraleja.

No  imaginen un sillón elevable, porque no lo es.  Tiene forma de caballito de carrusel. Es negro, musculado, brioso y altivo, y sigue hipnotizando a los niños, cuando conseguimos que se monten en su grupa. Me es útil para poder cortarles el pelo sin que se muevan demasiado. Está deteriorado por los flancos, por espuelas invisibles, pero sigue imponiendo su perfil desde el rincón.

Hay algunos momentos en que disfruto mucho con mi trabajo. Tras haber pensado cambiar de oficio, me sigue siendo muy grato ser barbero. No lo cambiaría por nada.

Uno de esos momentos especiales, es cuando el corte de pelo de un niño, lo piden a navaja. Dirán que la combinación de pelo infantil recién lavado, con los afeites de barbería, no tiene nada de especial. Pero ustedes no saben hasta qué punto tiene un toque a naturaleza incitante. Me hace subir un centímetro los talones para inundarme de un placer a siesta. Es por ello que suelo demorarme, pero dejo una cabellera esculpida a navaja, que les aguanta tres meses. Y las madres tan contentas. Tengo una tarifa de niño muy económica, pero es porque disfruto con ellos. Les veo llenos de asombro por todo. Con miedos injustificados y risas excesivas por cualquier cosa, y algo en esos ratos me deja al abrigo de las nubes continuas y de los sinsabores de la soledad.

Otro momento único, es cuando me piden un afeitado, y puedo usar las toallas calientes. Tener a un hombre con la imagen de su cara tapada, ablandando la barba, me produce una sensación de poder absoluto. Posteriormente entran en escena las brochas, con el jabón de afeitar, y mi navaja barbera. Me hace encogerme un centímetro en los talones, adentrándome en el olor a secretos, que yo pudiera desvelar.

No tengo hijos. De hecho no me he casado, pero tengan por seguro, que si mi hijo quisiera seguir mis pasos, le animaría a cambiar de oficio. Porque en mi barbería se oyen muchas cosas, se imaginan en gran cantidad, pero se viven muchas menos experiencias de las que yo creo que acabarán por suceder.

Cuando llegó el señor canoso, con barba de unos días, y unas ojeras malvas, me sentí tentado de ofrecerle una toalla caliente empapada en cloroformo, para permitir su descanso.

Se tomó a bien que le ofreciera afeitarle. No, no teman, que no tengo cloroformo en la barbería. Pero le vi tan relajado, tras la toalla que había aderezado con unas gotas de aceite de almendras...que jugué con mi navaja ante su cuello.

Llegué a tenerla a un par de centímetros de su piel tensa por la extensión de las cervicales. Parecía roncar flojito, así que, ante la ausencia de nadie en el local, y tras cerrar las cortinas de la ventana, acerqué un poco más el filo. Un poco más unos minutos después, pero eso no debo decirlo.

Era una tentación que nacía bajo mis manos, por primera vez, pero tan poderosa que me tenía hipnotizado. No miraba su bolso, ni la billetera que asomaba del bolsillo interior de su chaqueta colgada, sólo podía mirar la nuez que iba haciendo unos movimientos rítmicos y pausados.

Tuvimos la suerte de que sonara su móvil. Salí precipitadamente de un estado anómalo, para decir.-¿todo Bien?, mientras le ayudaba a quitarse la toalla de la cara.

Todo bien, por tanto, procedí a un afeitado muy apurado, del que quedó más que satisfecho, por la propina que me dejó. No le volví a ver. No era del barrio.

Cuando unos meses después llegó un joven rubio, me sorprendió que solicitara afeitado y corte de pelo, por esa barba no compactada aún por  la madurez, y por ese color  tan claro que me llamó la atención, porque no abunda en hombres con un pelo marrón oscuro.

Era bellísimo. Su perfil contra la claridad de la ventana era perfecto. La nariz recta, en ese rostro joven y sano era impensable en mi barrio. No pude demorarme más en el corte de pelo, porque empezó a mirar el reloj, que marcaba la una, hora que suelo cerrar para comer, y me explicó que había de tomar un avión a las cinco.

Cuando le puse la toalla, tapando con ella sus ojos, y su nariz, y su barbilla perfecta, me senté sobre el caballo negro.

Por mirarle. Desde la grupa de mi alazán de la infancia le contemplé. Ante el impulso de acercarme me contuve lo que pude, y sólo cuando no podía evitarlo más, me acerqué, con la navaja en mi mano, que brillaba con destellos ante un sol que orillaba la ventana. Estaba con las cortinas abiertas, y podía ver la calle, con sus mil ruidos, y movimientos de regreso a casa de los niños del colegio cercano. Tomé su carnet y apunté sus datos. No sabría decir por qué. Lo cierto es que guardo en el bolsillo de mi bata un papel doblado.

Ante la tentación de acercarme con ella a su cuello, la tiré contra la pared, con tan mala fortuna que impactó en la esquina del mueble de los afeites y lociones, rebotando luego hasta la grupa del caballo de cartón piedra, produciendo un áspero sonido a madera carcomida. Con el golpe, el joven se incorporó, quitándose la toalla de la cara bruscamente, y luego salió corriendo de mi barbería, amenazando con ir a la policía.

Me asomé a la calle, y pude ver que hacía gestos a un taxi que pasaba a unos metros. No llegó a mirar atrás en ningún momento. Seguramente fue directo al aeropuerto, pero, aunque se fue sin pagar el mejor corte de pelo que jamás volverá a tener sobre sus facciones de príncipe al galope, no sabrá nunca que yo sé dónde vive. 

Yo haré porque no sepa jamás quién le despertará un día, con una navaja en el cuello mientras le contemple dormir.