 |
Tomado de Google. Me encantará ver más obras de esta autora. |
Hace poco departía vívidamente sobre la
sonoridad esdrújula de los momentos álgidos, esos de ritmo atlético, o de los
que parecen netamente estáticos.
Me he levantado con febrícula, pero en
absoluto abúlica y como me pide mi instinto práctico, me haré un desayuno fantástico
con algún ingrediente básico, con poderes mágicos.
Sin recetas académicas, y a falta de brújula para
el hambre, cocinaré alguna instantánea, a mi estilo anárquico. Plato simple,
nada regio ni monárquico.
Los huevos acrobáticos se descubrieron auténticos,
en su lunático juego de no querer ser cómplices de la panceta ibérica, que les esperaba
en la sartén más que cálida.
Las naranjas, más dóciles, sí se dejaron cortar,
pero de forma patética, por un cuchillo pérfido que odia las formas
geométricas, aunque el zumo quedó óptimo.
Las tostadas, tan flemáticas, en un
estado bélico, quisieron quemarse un poco, para parecerme pésimas y producirme lástima.
Pero las miré impávida.
La prensa incólume y doblada en la mesa,
con sus titulares de vértigo, noticias políticas que pisan el ánimo y números
macroeconómicos, me dejan atónita.
La estética de mi mesa, con su alineación británica,
su disposición simétrica y mi silla autóctona, forman un conjunto armónico. Esto
pinta opíparo.
Suena el teléfono. La cháchara fraterna se
torna transoceánica con tintes narcóticos. El zumo acompaña al antitérmico y mejor me regreso a las sábanas, sin un ápice de desánimo.