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martes, 29 de octubre de 2013

Soltero y sin compromiso

Obra al óleo de Ramiro Ramirez
Julio tenía una máxima: una mujer para cada aspecto de la vida.

Así era, en efecto. Cuando se instaló en la nueva ciudad que le acogía, conoció a una mujer interesante, culta y con buen humor, cuya relación se basaba en los gustos comunes, ya fuese el teatro, la arquitectura, o esa pasión por Gaudí casi enfermiza que ambos compartían  Tuvieron la suerte de conocerse en pleno apogeo de la vitalidad de Madrid y hablaban a menudo de la propuesta de Barcelona para el 92, donde, por azares del destino, él acabó residiendo. 


Ella dejaba claro desde el primer momento estar casada y ser feliz en su matrimonio con un invidente adorable y tierno, que era su razón de ser. No se quitaba la alianza grabada con dos nombres separados por un punto.

Lucía era consciente de su suerte al poder afirmar que ninguna persona, hombre o mujer, podría competir con la sensación de sus manos y su voz grave. Juan era ese marido que se mostraba siempre amante, siempre generoso, y defensor a ultranza de que ella disfrutara de sus aficiones, que compartían sólo en parte.

Los amigos charlaban de mil cosas, pasando tardes enteras hablando de todo y de nada, hasta que él recordaba la hora que era, la de ir a buscar a Juan, viendo cómo su mirada se llenaba de alegría al saberse cercana a volver a los brazos del único amor que tenía y tendría.

Para la cama le gustaban las mujeres bonitas, armoniosas y alejadas de la veintena, pues considera que a esa edad andan aún perdidas en un campo de minas hormonal que a menudo desencadena discusiones sobre cosas evidentes, o dejan de percibir el estorbo de otras, así que no mezclaba la charla con la cama.

Sí, claro...cómo no, gustaba de la carne firme y de la pasión juvenil que no encuentra momento para dejar los juegos amorosos, pero no se le pasaba por la cabeza mantener una relación con jóvenes atractivas, más que la basada en premisas de química y química, sin física y sin haber encontrado ninguna jovencita  que valiera cambiar de opinión.

Para una relación que pudiera llevar al matrimonio,  aún era incapaz de imaginar, ni podía pensar en tipo alguno de mujer. No había tenido el gusto de haberla conocido, por lo que cuando se  jactaba de seguir “soltero, pero no entero”, como decía al presentarse, era totalmente sincero y honesto en su definición.

El tiempo diría si había una mujer en algún lugar, que pudiera combinar lo importante:que fuera posible la fusión entre aficiones compartidas y la belleza en la cama de un ser de cuatro brazos aullando a la luna un amor con garantías.
Pecado original, de Modesto Trigo, díptico


Entretanto, cuidaba su cuerpo para que no le traicionase su miedo a la soledad al llegar a una edad, en que el espejo le mostrase a un hombre con pocos fondos en su cuenta corriente del juego del amor.

lunes, 28 de octubre de 2013

Edificio singular II



La incorporación al proyecto de las Olimpiadas de José Prieto, fue una convulsión para el edificio de la calle Valencia.

Tal vez la sensación de estar de paso influyese en que alquilando ese ático, no lo sintiera su hogar en ningún momento. Este abogado engreído, relamido y parco en urbanidad, era consciente de que su curriculum le avalaba. No es que despreciara a la gente, sino que se valoraba en alto precio porque se sabía mejor que el resto de los mortales.

Había buscado el piso en alquiler a través de la más renombrada agencia inmobiliaria, poniendo como condición que fuera un ático, con poco vecinos y en  una buena y céntrica zona, por lo que al entrar en el portal observó los detalles de la portería, la estatua femenina de mármol de carrara,  y la amplitud que daba el techo con su artesonado, concluyendo que si el piso era de su agrado, no dudaría en alquilarlo.

Soltero empedernido, usaba esa condición como motivo para jactarse, y para él, los áticos poseían ventajas incuestionables. Jamás molestaban ruidos de habitantes sobre su casa, solían tener terrazas muy amplias y la excusa de mirar la ciudad bajo las estrellas era siempre un acicate para llevar a la cama a la mujer que tuviera cercana.

Con el agente, midió la amplitud de la habitación  principal y la disposición del comedor, así como la holgura de la terraza. No dudó en dar la paga y señal para formalizar el contrato esa misma tarde de Febrero.

Su mudanza la hicieron de forma profesional y rápida y los vecinos le vieron instalarse en un santiamén.

El ascensor, con su asiento de terciopelo verde, su gran espejo plomado y sus botones dorados le acogía a diario, ya fuese solo o en compañía de alguna mujer, generalmente de buen ver. De hecho,  en ocasiones, era el lugar donde iniciaban el ascenso hacia el cielo desde los besos y arrumacos en el mismo camarín con su asiento evocador.

Pronto observó que el muchacho del primero B practicaba el piano de cuatro a cinco y que ponía empeño, pero le faltaba mucho para que su hora de la siesta no tuviera un desagradable fondo a desafinados errores de partituras.

Los niños del segundo A eran dos gemelos que bajaban y subían por la escalera a su regreso de alguna actividad deportiva sobre las nueve de la noche, llenando la escalera de voces, o incluso de rebotes de pelota y multitud de risas.

Pero lo que más le molestaba era el vecino del cuarto, porque tenían un dálmata y un niño que ponía la tele con el barrio Sésamo a todo volumen. No podía saber que el chaval tenía hipoacusia por unas otitis crónicas, pero las pocas veces que usaba la cocina, ésta se inundaba de olores que no le molestaban en absoluto, pero casi siempre de voces del piso de abajo. Unos hablaban alto mientras cenaban, y los otros, al menos un hombre de voz muy grave, cantaba o silbaba mientras cocinaba, con lo que, para sus costumbres, el piso era perfecto si se obviaban estos inconvenientes.

El mayor trayecto del ascensor era el que él realizaba, pero hacía lo que es habitual, saludar, y con una vecina muy atractiva hablaba del tiempo.

El perro le ladraba cada vez que coincidían y siempre sospechó que el asiento había sido ensuciado de sus babas, pues aunque el amo intentaba calmarle, invariablemente  el animal plantaba sus pezuñas en el suelo, le miraba a los ojos y gruñía, para ladrar luego hasta salir del ascensor.

José asistió a una reunión de vecinos, donde se trataba el tema de la acometida de agua al edificio, que habían encontrado deficiente y en mal estado en una revisión rutinaria de Aguas de Barcelona. Escuchó educadamente, pero como el tema era del interés del propietario y a él no le afectaba, había acudido para que se tratara el tema de los ladridos del perro, de la hora de ejercicios pianísticos del chaval del primero y del horario de recogida de basura por parte del portero.

Se tuvo en cuenta sus objeciones y se llegaron a acuerdos, delimitando el horario del chaval de cinco a seis de la tarde, prohibiendo la entrada del perro al ascensor, salvo que estuviera enfermo o su vejez le impidiera usar las escaleras,  y atrasando una hora la recogida de bolsas de basura de las puertas.

En ascensor estuvo presente en la planta baja todo el tiempo de la reunión. Y su espejo reflejó los movimientos de los vecinos y el momento de la firma del acta de la anterior reunión, a la que el Sr Prieto no había asistido. Por lo que saludó con un lacónico “buenas noches”, dio la mano al propietario y subió a su casa.

Con la disminución de molestias durmió más tranquilo.

El dálmata subía y bajaba por la escalera, pero si en ese periodo de tiempo Don José iba en el ascensor, ladraba, le ladraba. Aunque sólo a él.

La noche de San Juan, cuando se celebra el día más corto del año,  es tradición en Catalunya hacer hogueras con los muebles viejos, festejar verbenas con un tipo de bizcocho que llaman ”coca”, (palabra que viene de cok, no de sustancia alguna extraña), y también es tradición tirar petardos.

Fue pura casualidad que Don José tuviera un arma en su casa. La guardaba en una caja de zapatos del armario del dormitorio de invitados, y pertenecía a un cliente, cuya defensa llevaba de forma impecable.

Los áticos se usan mucho para hacer verbenas esa noche, como es natural, pues la frescura permite disfrutar de los farolillos o adornos, la buena compañía y el sitio  privilegiado desde donde ver las hogueras de la zona y desde donde tirar petardos. 

El vecino del ático organizó un encuentro, a demanda de dos compañeros del gabinete y al que asistieron seis personas. Todo fue normal y divertido, hasta se podría decir que muy bien. Consumieron cava, comieron coca, bailaron los temas que llevaban para la ocasión, y tiraron petardos hasta bien entrada la noche.

Asomó el sol, aún escuchándose los sonidos de los borrachos, de los coches madrugadores y de los petardos tardíos. Y entonces, no supo cómo, al ver al viejo dálmata suelto por la acera y con una mujer satisfecha durmiendo en su cama, agarró la pistola, y casi sin apuntar, disparó, oyendo un sonido como el de un petardo tardío más.

Tras poner en un tupper la pistola, se orinó sobre las manos y luego las lavó concienzudamente para acomodarse después abrazado a Pilar y quedarse dormido.
Despertaron tarde  y con resaca. Desayunando, sintieron que había pasado algo, porque el patio interior emitía ruidos diferentes a los habituales.

Al bajar con Pilar, para acompañarla a su casa, el ascensor se paró en el segundo piso, donde una mujer explicó que habían disparado al perro del vecino del cuarto. Los tres comentaron lo peligrosas que son las armas y el miedo que tienen los perros a los petardos, llegando a explicar la  buena señora que al dálmata le daban Valium esa noche desde siempre, y que se metía bajo la cama del niño con pánico por los petardos.

Cuando salieron a la calle José vio restos de sangre en la otra acera, así como bolsas de basura por doquier.

Por la tarde cogió el tupper y se fue al rompeolas en una Golondrina, tirando la pistola al fondo del mar, olvidando que había que tener mala suerte para acertar borracho y desde treinta metros a un blanco móvil. Aunque pudiera ser que el casquillo no fuera de su arma, pues las armas ilegales de la ciudad se disparan para probarlas esa noche, o el día de fin de Año.

Cuando al día siguiente sus dos compañeros le felicitaron por la fiesta, que no quisieron llamar verbena en ningún momento, dijo: -”Gracias”, y siguieron la jornada de forma habitual.

Por la noche le llamó el portero desde la planta para avisarle de una visita. Una señorita llamada Vanesa preguntaba por él. Carlos la vio entrar en el ascensor con esos andares de una falda de tubo y las medias con las costura rectas como trazadas con tiralíneas, pero no le sorprendió pues el Sr Prieto recibía visitas de mujeres atractivas con frecuencia.

Lo que no pudo ver, fue cómo cogía un manojo de billetes en un sobre cerrado que además contenía una bolsita con cinco pastillas blancas y una azul.

El portero se retiró a sus dependencias a su hora y no la vio salir. Como era frecuente. Lo que le sorprendió fue que un compañero del vecino del ático, el conocido Arturo Bonavía i Fontanals llegara al mediodía, asustado porque el Sr Prieto no había ido a trabajar y no contestaba al teléfono fijo, ni al armatoste del móvil.

Entraron juntos con la llave de portería, encontrándole en la cama, frío y del color del mármol de la escultura de la entrada. Llamaron al juez para hacer el levantamiento de cadáver, pero no se hizo autopsia porque la funda de la pastilla de Viagra estaba en la mesita de noche y en su historial médico, su médico de cabecera le tenía diagnosticado de hipertenso y con una insuficiencia cardíaca.

La familia se hizo cargo de todo. Los vecinos que se cruzaron con aquella madre hundida y ese hermano diligente, les dieron el pésame y hablaron muy bien de él. Comentaron la gran pérdida para todos de estas muertes prematuras, pero no asistieron al tanatorio, que preveía el traslado del ataúd.


Por supuesto nadie planteó hacer llegar alguna corona de flores al entierro que se llevó a cabo en una ciudad de Murcia, de donde era oriundo.

El edificio singular I


He visitado un edificio peculiar.

Me dijeron que está habitado por un lobo al que llaman Jony que cata el agua azul de un recipiente de silicio. En ese bol descansa una lasca del Paleolítico superior. El arco de la entrada dirige la atención al objeto loado por Paula, la inquilina de la planta baja, y que no es otro que una estatua de una mujer de mármol, tapada con una hoja de parra.
La escultura es blanca como la nieve recién caída, y luminosa como una candela en las noches de luna nueva.

La portería tiene olas de hierro forjado como celosía y, de hecho, Carlos fue el primero en detectar la especial composición de la vecina de aspecto sencillo, corazón de diamante y luminiscencia de luciérnaga cuando adopta la forma de esfera de cristal irisado.

Cuando el llavín penetra por la cerradura, el llamador de mano de bronce enmudece aún más y entonces sueña con que ella, alguna vez, juegue a reproducir su antiguo esplendor, limitado ahora a ser limpiado dos veces por semana.

Cuando esa mujer cierra tras de sí la puerta principal, los interruptores de luz quedan aguantando la respiración. Sin atreverse a ponerse en marcha, pues saben que ilumina la escalera desde dentro, rellano por rellano, mientras los peldaños se preparan para la fiesta de unos pies que no golpean.

Carlos sale de su cuarto para saludar, inventando la excusa de colocar la tabla de planchar y alinear los cubos de basura que yacen en orden. Por verla llegar. Por decir “Buenas noches” Por sentir su luz.

En la primera planta un hombre sabe que la estatua frente al piso de Paula ya la vio desde su pose esmerada de carrara. Y que esa moradora silenciosa  la intuye desde detrás de la puerta, mientras escribe una crónica para del diario de Villamatojos de Arriba.

Este hombre, gran amante de la verdad y para más inri versado en la justicia social porque la siente propia, no mira jamás por la mirilla. Sabe de su llegada por el sonido de los tacones y la leve luz que se cuela bajo su puerta, casi siempre recordando que la cocina le espera. Si puede, sale a desearle que esté bien, siempre amable con todos los bien nacidos.

En el otro departamento, con su letra B en dorado, el músico detiene el metrónomo, deja sus manos reposando sobre las teclas de ébano y marfil y luego se acerca a ver cómo la esfera ilumina su rellano con sabiduría calma y sabor a luz que no quema. Esa que sólo acaricia las paredes a su paso, para seguir avanzando hacia arriba entre la quietud que sabe que devendrá en un continuar de partituras mientras seguirá su ascenso por los peldaños.

En el segundo piso reside un hombre que sabe de sí mismo lo que sabe. Con alma lobuna gregaria. Es ese vecino que siempre anda dispuesto a echar una mano con la cesta de la compra, el que tiene a orgullo ser quien es. Ese que valora como nadie lo que tiene. La sabe subir, nota esa suave luz por el rellano, pero sigue tras la puerta con sus princesitas. Ellas saben que se siente muy orgulloso de vivir en ese edificio singular y que con ellas jamás se siente solo, pero conocen el valor que da al vecindario.

Al otro lado de la barandilla, en otra puerta B, la esfera se detiene siempre. Porque en ese rellano su luz se entremezcla con la que sale del interior. Igual que todos oyen los tacones en la subida y el olor que la esfera va dejando, ella como esfera percibe las risas y las caricias de la vida que ilumina esa vivienda. Percibe el olor a mandarinas perpetuas y las conversaciones entre cariños cuidados de la mujer detallista y feliz que reina allá, morando corazones como hormigas en el suelo de los mejores pastos.

En el tercer piso vive la mujer de azul y risas. La que siempre lleva a mano la palabra que anima. Aquella que se interesa por todos los habitantes de esta Rue del Percebe. La blanca esfera sabe que no se acercará a mirar porque considera la ascensión algo tan privado que aún sabiendo que es el artífice de los prodigios de la electricidad indisciplinada, jamás querrá saber nada que alguien quiera ocultar.

Ante su vecino de altura, ante otra puerta B, la blanca esfera, que llega ya cansada, retoma aire de nuevo. Está habitado por un peluche amarillo. Un hombre tan serio y tan formal que se disfraza de lo que siempre fue, aquel niño que no quiere dejar atrás. Como lleva rato escuchando sus tacones, y notando que se acerca la luz que emana, abre la puerta para desear felices sueños, o feliz descanso, o explicar jocoso algo de la actualidad de la ciudad.

En el cuarto piso, mora una mujer pétrea de convicciones, cambiante como el agua que permanece intacta corriendo siempre. Está  al acecho de lo que hay en las orillas y anda tras la puerta sabiendo que la esfera luminosa sigue su ascenso. La identifica por  el tímido olor a hierbabuena de las cosas imperecederas. Esas que no deja ir antes de emprender el último tramo hasta su casa.

Justo antes de emprender el último jalón, la puerta B pintada de tres colores cobija a una vid de terciopelo, como una parra de enredadera que da sombra a los sueños en verano. Es un pintor de pinceles de besos y frases de peso abiertas en canal. Este vecino, el último en desearle un feliz descanso, anda siempre cazando mariposas que pintar de bandas tricolores entre cantos de libertad.

En su ático, la luz de su esfera se mantiene, pero adopta forma de mujer para ser esa que desayuna vida recién exprimida, con tostadas de sensatez y dos pastillas rojas, para reforzar el hierro que la hace ser magnética y saberse republicana.


Se deja mimar por el amor de la envuelve y tras despedirse de las estrellas, deja que los sueños la hagan renacer, de luz blanca, al día siguiente.

domingo, 27 de octubre de 2013

Un niño que nace, la feliz llegada.


Llegaron a la clínica con la certeza de que a María la iban a recoger del cole, y desde la recepción la hicieron pasar a una sala de espera donde apenas esperó unos minutos, entre unos dolores evidentes de la prisa por ver el mundo de su segundo hijo. Tan buscado, tan deseado, que llevaba días soñando con él.

Pablo, aprensivo como siempre, se avino con una sonrisa torcida a dejarse poner la bata verde y hasta el gorrito sobre su calva, y en la sala de partos, se comportó con la experiencia de la veteranía cogiendo su mano, acariciando su brazo y animándola gozoso a respirar bien para ayudar a salir al pequeño. Y así fue, en efecto, sin complicación alguna nacía un chaval, adelantando un sólo día su .fecha prevista de llegada.

Era un varón muy blanco de piel, con un cabello tan claro que parecía carecer de pestañas y cejas pero que lloró con una potencia que demostraba a las claras su vocación de vivir. Al ponerlo sobre su pecho, los besos iban a tres bandas, entre Pablo, Pau y Eva, llorando ellos emocionados y tranquilo el recién nacido.

La visita de la mañana siguiente de María les dejó algo confusos, pero ver que al fin se avenía a cogerlo en brazos les hizo sentir felices. Esos dos hijos eran la culminación de un amor sin marcha atrás, sin frenos de emergencia ni chalecos salvavidas.

No le dieron importancia alguna a que le arrojase el chupete en el cuco del hospital pues les pareció accidental. María era la reina de la casa, el centro de atención, la luz de sus ojos. Cómo no entender que ese muñequito al que encontró horroroso le produjera cierto disgusto?

Eva pasó el reconocimiento médico, y confirmando encontrase muy bien, pidió el alta para dormir en casa. Porque ¿dónde mejor que su casa para estar con sus dos tesoros? Su madre insistió en que al menos esperase 36 horas, pero no vio sentido alguno, y es… ya se sabe, las madres siempre protegiendo a las hijas.

Las amigas y compañeras de trabajo estaban disgustadas pues tenían la intención de irla a visitar al día siguiente y tuvieron que precipitar la visita a la hora del café, pero valía la pena disfrutar de sus niños en el entorno más natural posible. En su casa.

Llegaron sobre las ocho de la noche y María ya estaba duchada y a punto de cena, y ante la insistencia de la reciente abuela, ésta se quedaba con ellos hasta ver que la lactancia iba bien y que todo estaba como Dios manda.

Pau resultó ser el recién nacido más tranquilo que pueda uno imaginar. Comía y luego dormía. Sólo lloraba para avisar del hambre o disconfort, así que María tenía poca excusa para sentirse desplazada, pues seguía siendo la reina de la casa, salvo los ratos que el bebé requería atención especial de Eva.

Este nacimiento sucedió hace tiempo, pero fue tan bonito que valía la pena recordar, que un día, un niño llegaba a este planeta de locos, con la mayor cordura que se le pueda exigir a un ser humano. Sensación que la perra puede confirmar, pues se entienden desde que ambos supieron que eran iguales y se cuidan el uno al otro.

María, a través de Alfred

Mis papás me lo habían dicho desde hacía muchos, muchísimos días, que iba a venir un hermanito. Mamá me ponía la mano en su barriga para que lo  notara.
Incluso apoyaba la oreja en ella y podía oír, según decía mami, a ese hermanito, que pronto tendríamos en casa.

A mí me parecía bien. Todos los de mi clase tenían hermanitos, pero no hablaban de ellos para nada.

Cuando la abuela me vino a buscar toda contenta a la hora de comer, para llevarme a la clínica a conocer a mi hermanito, no sentí nada especial.

Mamá estaba en una cama con tubos y una cara que no era tan bonita como la que tenía antes. Papi estaba nervioso y hablaba muy rápido.

Me cogió en brazos para subirme y poder ver una cosa sonrosada con poco pelo, que no decía nada, y no se movía.

Me dijo que era un bebé muy guapo, como yo. A mí no me lo pareció, pero bueno, a mí lo que me gustaba de verdad, es la perrita para jugar, porque  saltan corren, te persiguen, te besan…Los perros son muy monos y simpáticos.

Mi hermanito no hace nada de eso, no hace nada de nada, no sé qué gracia le ven. 

Gracias Alfred, por hacer de María. Gracias a mi hijo por estar aquí.


sábado, 26 de octubre de 2013

El hacedor de burbujas. Para Humberto


Cada verano, con la excusa de que todo seca tan rápido, Pep era libre para jugar con el sol del lavavajillas, que birlaba a su madre, e irse por el campo a hacer burbujas de jabón.
Le fascinaba cómo eran etéreas, se elevaban con la más tenue brisa, y rompían en mil pedazos de lluvia efímera, produciendo una alegría tornasolada en la sombra de la vieja higuera.
Esa estación acababa, y el colegio le disponía de nuevos horarios y normas, de menos libertad para sus experimentos de jabón y luz. Mas, en su cuarto, como alquimista en ciernes, esquilmaba tiempo a sus deberes para seguir con su afición.
Su madre preguntaba desde el pasillo. -¿Pero qué haces?. Y él cada tarde respondía 
-Estoy estudiando.
Escondía una camisa vieja de su hermana que siempre andaba húmeda de agua y jabón, y acababa por salir a la hora de la cena, con la mirada llena de burbujas de ilusión.
Las notas parecían no responder a tantas horas de estudio, pero los padres le tenían catalogado como un niño solitario, gran lector  y buen chaval, con lo que dejaron que pasara el tiempo, y con él las ganas de Pep de seguir avanzando entre el agua y sus formas, entre los arcoíris sutiles, empapando sus mandiles con esencia a vocación.
¿Para qué sirve un talento?. ¿En qué unidad medimos un goce?. ¿Dónde ubicamos en las notas escolares la pasión por lo pequeño?
Pues yo eso no lo sé. Sí que hago burbujas de jabón con truco, que aprendí del gran Pep, que sigue activo, investigando…adivinen ahora con qué.

Dientes de leche y Daniel o Aitor, o...

Foto de Google. Está en la calle Arenal 8

Había una vez, hace mucho, pero mucho tiempo, un ratoncito que se dio de bruces contra un soldadito de plomo que yacía en el suelo, ante un trozo de queso manchego, olvidado de un bocadillo, en suelo del comedor.
La mala suerte hizo que perdiera de golpe todos sus dientes y le saliera un chichón en su cabeza, con lo que quedó un buen rato sin conocimiento por el dolor de cabeza y lo que es peor, con hambre ante unos efluvios de ensueño.
Cuando despertó, en un rincón, se prometió a sí mismo coleccionar los dientes de leche que se les fueran cayendo a los niños de Primero de todas las escuelas. Urgió un plan. Cambiaría cada diente por un regalo, en compensación al disgusto de perder tan preciado y blanco bien.
Desde entonces, los niños ponen bajo su almohada esos dientes de leche que se caen, casi siempre sin dolor, y  mientras el niño o niña duerme, sigiloso y conocedor de lo que les pueda hacer ilusión,  les deja un presente.
Como no se supo nunca el nombre de tal roedor, le pusieron un apellido común en España, y es por ello, que el Ratón Pérez sigue llamándose de tal modo. Llega a ser tan famoso que en Madrid hay una calle dedicada a él.
Daniel, si un día te llevan a esa ciudad reclama que si tienen tiempo, te dejen ver la placa de la foto que te envío.
Por si ya lo intuyes, me apellido es Pérez y este es mi regalo para el próximo diente que se te caiga. Y no temas, porque cuido bien de toooodos los que he llegado a reunir.
Ahora tendría para comer mil bocadillos o cientos de frutos secos. Pero ya sólo me alimento de vuestra sonrisa melluca y tierna cuando despertáis, 


Español en prácticas


Viniste hace cinco años, con la intención de ser ave de paso, picotear alguna frase y ver la obra de Gaudí.

El tiempo te ha ido estafando, con su declinar de verbos pospuestos. El idioma no logra acomodarse con la irregularidad de tantos verbos que aquí se escapan de cualquier norma.

Pero tu sentirte naúfrago en tierra extraña es porque no llegaste a impregnarte del clima y los tempos, ni entendiste la vida en la calle, o esos lunares de la luna que por las noches nos iluminan en verano.

Ahora, que el género chico de las Zarzuelas andan buscando nuevos asientos en los teatros, te llevé a escuchar una. Y observé tu cara impasible, con esos tímidos y discretos movimientos de las palmas de tus manos de violinista sobre tus perneras.

Te mando un regalo que no puedes abrir con el alma cerrada a la querencia de cerrar los ojos para dejarte llevar.

Las instrucciones son tan difíciles que te ruego que las sigas al pie de a letra. Sí, al pie de la letra, esa expresión que sí puedes entender porque la sientes tuya. Con tu orden, las partituras no se escapan del atril, ni una corchea derrapa por el pentagrama de tus tareas organizadas al minuto. Y ejecutadas con precisión de relojero.

La selección en “automático” puede llevarse a cabo por control remoto, pero perderá en optimización, pues no permite matizar el grado de humedad de tu audición, ni de permeabilidad de tu corazón, por lo que selecciona el modo manual de activado.

La música, en este caso un popurrí bajo la batuta de Cobos, hace circular las ondas a través del aire climatizado que tú hayas conseguido. 


Ponte tranquilo y date tiempo. No importa el mueble que utilices, o el suelo si es tu gusto. Acomoda tu cuerpo buscando una simetría que te sea cómoda, cierra los ojos sin forzar los párpados. Respira inhalando por la nariz y espirando por la boca y empieza a dejarte llevar.

Notarás que cierta alegría te va inundando de sol y cascabeles, sentirás burbujas octaédricas de las que yo fabrico y seguramente, cuando nos volvamos a ver, podremos gozar de alguna Ópera en español, cuyo texto puedas sentir más cerca de tu piel.


Tu regalo, Hans. Que lo puedas abrir y disfrutar.  


lunes, 21 de octubre de 2013

Blanco de mil matices

Gentileza de arcoinri

Blanca como la luna, 
yo escalo la piel de escarcha, de tu cintura

Blanco el papel 
que espera la tinta verde de sangre, de tus locuras.

Blanco el diente, 
blanco el colmillo, que jalona en rojo tus mordeduras.

Blanca la cima, 
de nieve aupada, que te mira tan chico desde su altura.

Blanca la verja 
por repintar, decapada de azules rastros de tu cordura.


Blanco te quiero, niño. 
Alma blanca tu grafito, con mil tonos de blancura.

viernes, 18 de octubre de 2013

Artista al sol




Con lija, barniz, constancia  y purpurina

ennoblece lo antiguo hasta embellecerlo

Caza la luz. Pegándola en cartulinas.

Deserciones, trazos, polvo, aderezos…

hasta encender la luz en las retinas


Como un radar infantil, de sol henchido

rastrea la belleza, por las esquinas.

Color o silencios rotos, de gas herido,

colecciona en cajas, que rotula encima,

esos pasos dados que marcan la vida.


En la cumbre de Maslow, cual mariposa

Adormece a la luna, si se le antoja.