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miércoles, 29 de diciembre de 2021

Los cambios, en jueves

 


Siguiendo la propuesta de Molí del canyer, sobre los cambios, mi aportación es la que sigue:

Eso de emanciparse le había parecido una quimera. Por mil razones. Una de ella era que veía el mundo muy grande. Demasiadas opciones, tanto de estudios, paisajes, trabajos o relaciones, pensaba. Ser hija del notario del pueblo hacía que muchas miradas se dirigieran a ella, y lo toleraba mal. Las expectativas de sus padres eran muy claras, esperaban que estudiara derecho, si bien a ella no le atraía en absoluto eso de las leyes humanas. Educada en el catolicismo y permaneciendo en el colegio de monjas desde el parvulario, entendía más de las leyes divinas que de las tentaciones mundanas.

Aprobó la selectividad justita, pero suficiente para cursar Derecho, y sin saber qué más hacer, empezó ir a clase, cambiando el hogar por una residencia de estudiantes de Madrid. La capilla del centro era para ella sola y era allí donde cada tarde rezaba un Rosario. Le tranquilizaba y dejaba preparada para estudiar luego. No hacía apenas vida social, ni frecuentaba el comedor, prefiriendo llevarse la bandeja a su dormitorio.

Uno de los domingos en su pueblo, (cada fin de semana iba con sus padres), pidió hablar con don Elías, el sacerdote.  No tenía problemas de fe, ni de sexualidad u otros problemas de adolescencia, quería calibrar la opción de servir a Dios.   

Así las cosas, ese verano, en su casa, planteó su deseo de seguir su vocación, para disgusto de sus padres.  Claro, no sabía que destino le depararía a quien le quitaría esos anhelos tan espirituales. Sí, Joaquín llegó por vacaciones estivales, como ella. Era sobrino de una amiga de su madre, y era la primera vez que iba al pueblo con la tía.

Fue un relámpago en sus ojos. Notó cómo un calor súbito le trepaba por la cara. Él estaba tomando una cerveza en uno de los bares de la plaza. Cuando fue presentada, se aturulló con el simple “encantada” y el joven entendió que esa cara aniñada escondía un arsenal incontable de amor bajo la falda.

Una vocación divina cambió a otra vocación mundana, de encuentros en la chopera, con esos besos de tornillo que les dejaba temblando, y esos despertares cuajados de ansiedad. Fue el verano de su vida,  quien descubría el poder de las caricias, de los revolcones, de los levitares sin dejar el suelo.

Con el final de los estudios se fueron a vivir juntos a Madrid, donde un apartamento pequeño y frío cobijó el inicio de una historia de amor, que no llegó a durar mucho, pero que abrió la veda del corazón de Cayetana, ya nunca más proyecto de religiosa.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Baile con abanico, para Dulce



 Baile de salón, de Dulce

La invitación era sucinta, minimalista y franca. Se ruega asista con un abanico. Sólo un abanico me parecía poca prenda, y de nulo abrigo para estas fechas de fin de año, así que, una vez escogido el complemento, (me decanté por uno de plumas, con un cierto aire egipcio), sólo me quedaba elegir mi atuendo.

No quise usar más color que el negro, que, bajo el tono azulado de mi abanico, luciría sin quitar esplendor al propio abanico. Era entallado, con una falda de sirena y un escote palabra de honor. Me embutí unas medias de rejilla y elegí unos zapatos de salón. Me maquillé lo justo para engalanar mi mirada azul y mis labios frambuesa. No soporto ese aspecto de meretriz de algunas mujeres que confunden la evocación y la intriga con un erotismo de saldo.

A las diez, hora elegida para iniciar el encuentro del baile de fin de año, estaba en la puerta del castillo.  El anfitrión llevaba antifaz con lentejuelas rojas y negras, y un abanico muy varonil. Nos besamos las mejillas. Su aroma era a musgo y almizcle, un perfume denso que quedó sobrevolando por mi cuello, y que, en mi afán por oler mi propio perfume afrutado intenté disolver, o atenuar con movimientos enérgicos de mi abanico.  

El ponche estaba exquisito, y las delicatessen las encontré muy acertadas. Poco que ver con esos bombones de anuncio en casa de un embajador. El anfitrión iba y venía, agasajando a todos, con esa caballerosidad y hospitalidad que le caracteriza. Se paseaba por la sala, si bien dejé de verle un buen rato, tal vez tras una puerta que traspasó con la mujer de blanco y abanico japonés.

Otro caballero llevaba el mismo perfume, denso, y que quedó flotando cuando me entretuvo con unas anécdotas muy divertidas de su periplo en un viaje fotográfico por el Serengueti.

Yo abría mi abanico completamente, dejándolo a la vista, y con él me abanicaba cerca de la mejilla, por líbrame un poco del aroma, pero él seguía con su cháchara sin atender a mi vano intento porque se percatase de que prefería estar sola, pero no hubo manera. Cansada, con dolor en un juanete, y sin saber cómo deshacerme del tipo del antifaz negro y abanico rojo, me escabullí. Sin despedirme de nadie, llamé a un Uber y regresé a casa. Al día siguiente me llamaba alguien que dijo llamarse Daniel. Yo tenía que recordarle, según él.

─ Sí mujer, que te hablé del Serengueti.

Dios, me dije, el pesado. No pude oler su perfume, lo que me tranquilizó un poco.

─ Estoy loco por volverte a ver. Con tu abanico dejaste claro que te atraigo, y quiero que sepas que tú a mí me atraes muchísimo.

─ Caray, no sé qué decirte, no tenía conciencia de enviarte mensaje alguno. 

─ Eras la mujer más elegante e interesante de la velada. ¿Podríamos quedar? ─ remató─.

Reflexioné un instante. Salvo su perfume, me gustó mucho, sobre todo su voz y su sentido del humor.

─ Con una condición, te veré si acudes sin colonia alguna.

De eso hace cinco años. Sin perfume ni abanicos, hemos construido nuestro paraíso, en el Serengueti. 

Lenguaje de abanico

domingo, 26 de diciembre de 2021

Esa nostalgia a talco

 




El olor a talco de sus axilas

revoloteó efímero

por el cuarto de los cachivaches.

Aterrizó en tu nariz aguileña

y allá quedó dormido y expectante.

En un estado larvado,

a punto de eclosionar.

 

Alguna vez,

cuando sentías la espuma

burbujear en tus huesos,

sólo ese aroma a talco y musgo

de sus rincones secretos,

devolvía el azul intenso

de sus ojos de rocío a tus ojos grises.

 

Y en esos momentos de ingravidez,

por unos instantes de fuego,

el espejo urdía ilusionismos baratos.

Y te regresaba su rostro

vestido de una paz sin letanías.

Sólo su faz teñida de esperanza,

devolviéndote  a la vida.


Imagen de Aguirrefotox


lunes, 20 de diciembre de 2021

Felices fiestas, en jueves

 




 

Siguiendo la propuesta de La trastienda del pecado, y agradeciendo a Neogéminis el montaje fotográfico navideño, esta es mi participación.


                                                           Nochebuena en familia.

Con paciencia y con ganas

intentaré una receta

para estos días en familia,

por la cita navideña

 

Pondré un poquito de musgo,

papel de plata por río,

harina por nieve blanca,

y unos padres con un niño

 

Una carta para Reyes,

mazapanes y turrones,

zambombas y panderetas.

Son las mejores reuniones

 

Sobrinos, tíos y hermanos

Primos, algún amigo.

Y quien se una ese día

por compartir pan y vino.

 

Faltarán ya los abuelos.

Y se les recuerda siempre.

Y a quienes se fueron pronto,

dejando risas ausentes.

 

El nacimiento bonito.

O el árbol engalanado

llegan a los corazones

dejándolos abrigados.

 

Sin la mirada de un niño

los ingredientes no bastan,

son cosas y simples cosas.

Ellos las dotan de magia

 

Porque magia no nos falte,

ni sonrisas, ni alegrías.

Que los abrazos sean largos

en la dulce algarabía.

Feliz Navidad, blogueros y amigos, que gocemos de estos días en la mejor compañía. 

P.D. Si os apetece, mi poemario puede ser un buen REGALO



viernes, 17 de diciembre de 2021

Santi y Pau el pecas

 

Santi se había comprometido a besar a Gisela la bella, la chica de primero C, y a quien todos los chicos deseaban, ante la ignorancia de su belleza por parte de ella. Una de tantas apuestas absurdas. No parecía difícil. Bastaría con cruzarse con ella por el pasillo, justo al tocar la llamada del recreo. Bachiller ya no era como en la ESO, ahora les dejaban salir del recinto, durante la media hora que duraba el asueto.

Por la mañana del día señalado se lamentó de un grano infame que se había desarrollado en la noche. Justo en mitad de la frente. También se fijó en que la sombra sobre el labio superior estaba más oscura. Cogió una maquinilla de afeitar del padre e intentó rasurar esos pelitos negros, y muy finos, que nadie apostaría por que acabasen en bigote. La zona quedó muy irritada. Su madre le observó mientras desayunaba, sin sentarse, su vaso de leche con chocolate y, sin entrar en detalles, le ofreció una pomada, que rechazó.

Las clases, inglés a primera hora, y literatura catalana la segunda, pasaron sin pena ni gloria. Sólo pensaba en cómo hacerse el encontradizo al final del pasillo, en una esquina, justo antes de la escalera. Allí debía esconderse para sorprenderla. Se plantó en el lugar elegido, a esperar el aviso del recreo. Pere y Jaume pasaron ante él, guiñándole un ojo. El timbre sonó, y todos los alumnos se precipitaron hacia la escalera.

Gisela recogía su libreta. El compañero de pupitre le había hecho una zancadilla, tal vez sin querer. Entretanto “Pau el pecas”, con su envergadura de jugador de rugby chocaba con un Santi que se abalanzaba, dándose un beso en la barbilla. El topetazo fue de órdago. Santi se frotaba la frente, cuando Gisella, recolocando su falda, llegaba a la esquina señalada.  Él notó cómo su propia cara se convertía en una  amapola, al menos por el color. Ella no le prestó atención alguna y se perdió por el zaguán del centro, ante la frustración de Santi y las risitas de Pere y de Jaume.

Los tres amigos entraron a tomarse el bocadillo en el bar cercano. Los dos amigos se reían de Santi a mandíbula batiente. Poco antes de las once y media, Gisela entraba por la puerta del bar. Las mejillas de Santi, de nuevo le ardieron, y salió a la calle solo. Esperó a Gisela, y cuando se cruzó con ella le besó en los labios. La chica le miró de tal forma que era evidente que no estaba enfadada. 

Santi, días después, se hacía el encontradizo con ella muy a menudo y  “Pau el pecas” parecía hacerse el encontradizo con él. Lo cierto es que tanto Santi como Pau adoptaron la costumbre de ponerse desodorante, y hasta colonia. Faltaba dos trimestres todavía de ese primer curso de BAT, y todo estaba por descubrir.


Es un ejercico sobre adolescencia

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Pasando página, en jueves

 


                                                               

Siguiendo la propuesta de Neogéminis, sobre pasar página, mi aportación es la que sigue.

Encontré una libreta en el altillo de la casa familiar. Pregunté a mis hermanos, y no sé quién dijo que sería del tío Jacinto, el seminarista que tuvimos en casa unos años, y que al final no juró sus votos sacerdotales. Sabíamos poco, porque en esto mi madre era muy dada a mantener los secretos. Parece ser, creyó recordar mi hermana mayor, que se enamoró de una chica del pueblo vecino y que desapareció. 

Tras leer una sucesión de reflexiones, que acababan en dudas, y que imagino que reflejaban su determinación final de dejar su vocación aparcada, imaginé. Él sí pasó página. Quiero pensar que de manera feliz y duradera. Pude imaginar a los bolígrafos en la prieta escritura, pero esta vez doté a la libreta de capacidad para pensar y sentir.

Ella, la libreta, comenzaba a temblar cuando Jacinto se ponía frente a ella. No podía negarse, así que le ofrecía su blancura, a prueba de esa fuerza que ejercía con el bolígrafo.  Que agarrara el utensilio tan mal, ya no tenía importancia, estaba resignada a ello. Lo que le llenaba de pavor es que empezaba al borde mismo de la espiral, y llegaba al extremo exterior sin dejar un margen por ningún lado, por diminuto que fuera. Esa letra tan pequeña, tan de caligrafía de los salesianos le producía una sensación de claustrofobia. Se sentía llenada a niveles de rebasamiento, y no sabía por qué, cuando se acercaba a su final, el tipo iba encogiendo la letra más y más todavía, para su deseperación. 

No poder hablar le causaba una frustración enorme. Porque le habría gritado, “Jacinto, por Dios te lo pido, pasa página de una vez”.

Palabras 286

martes, 14 de diciembre de 2021

El caganer, de un belén catalán

 

Imagen de Aquí, La historia del Caganer

La madre llevaba a la nena al colegio. Hacía frío, y al enfundar el gorro de invierno en la cabecita de Noelia, ya saliendo del portal, la cría se giró hacia Eva.

Mamá, ¿y el caganer? No le he visto

Pues yo tampoco le he visto, pero seguro que estará escondido tras alguna mata o tras el pozo, ya sabes que le avergüenza un poco.

Pero me gusta verle, con su gorro rojo

Es la barretina, ya sabes, roja y medio caída, no lo llames gorro, cielo.

Perro es un gorro discutía Noelia.

Así fueron caminando hasta la puerta del cole, donde Eva respiró. Esa niña no paraba de plantear cuestiones, y no acababan con un ¿y por qué? tras otro. Era muy curiosa y la madre se agotaba cada mañana, así que entró en la cafetería cercana al centro escolar, donde otras madres también respiraban de sus cachorros.

Mientras, en casa de Eva, un caganer estaba ubicado tras una oveja con patas se alambre. La Virgen María le había colocado allí, pero el personaje estaba dispuesto a cambiar a un lugar más destacado. La oveja lo agradeció, porque el caganer atufaba. El tipo acuclillado quería estar en primera fila y adelantar a todos. Al pasar por el río los patitos se quejaron, que no ensuciara el agua, por Dios, gritaron.  Un pastorcillo requería ayuda, pero al ver la postura del catalán, desistió de pedírsela.

La Virgen seguía durmiendo, y el Niño Jesús vio cómo un tipo de barretina se instalaba al lado de su cuna. Melchor, cercano, tomó su cetro real y sin desmontar del camello le atizó en la cocorota roja, provocando el llanto y quejido del tipo cagón, y con ello despertando a San José, en primera instancia, y a la Virgen, pobrecita, en segunda. El Niño Jesús, recién nacido pero muy listo ya tan pequeño, se estaba divirtiendo, y suplicó a su madre que dejara que el catalán se quedase cerca de su cuna. 

Eva llegó a casa y buscó al caganer, que estaba entre la cuna y las pezuñas del camello del Rey Melchor, y por supuesto, lo trasladó tras una tomatera de la huerta, la adquisición de ese año. La señora que tendía ropa arrugó la nariz, pero Eva no podía ver esos movimientos, ni escuchar al Niño que iba pidiendo por favor que no desterraran al monigote divertido.

Eva no creía en la magia de la Navidad así, así que cuando la nena se puso a reír, se sorprendió al ver al personajillo de nuevo entre la cuna y el Rey.

¿Ves mamá?, el caganer está cerca del Niño Jesús. ¿ves cómo a Él sí le gusta? No le escondas.

Sabiendo que nadie estuvo en su casa, al final la madre dudó. A ver si ella misma dejó el caganer allí, cerquita del niño, para divertirle, o la magia navideña estaba empeñada en hacerse sentir.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Armándose un Belén

 


Imagen de Aquí

Eva supo que era un error. Sin ganas de volver a levantarse, pensó que ya armaría el Belén por la mañana.  La caja de personajes había quedado abierta, con parte de su contenido esparcido en el suelo, ante la mesa, esa sí despejada y a punto para el Nacimiento.

La Virgen María se puso a dar órdenes así que algunos pastores se empeñaron en poner el río y un puente, quien no quería actuar por esta vez, y que ya instalado se estuvo quejando toda la noche.  Los Reyes Magos buscaban sus camellos, que estaban en el fondo de la caja. No hacían más que molestar, “¿has visto mi camello?” preguntaban a cada personaje que encontraban. Unas ovejas de patas de alambre andaban buscando su lugar por la mesa, pero los dos pastores estaban discutiendo con la señora que tendía ropa, así que se pusieron en el agua del río, para mojarse las patas, dijeron. San José se dirigía a ellas y las convencía de salir, y ponerse cerca de un pozo que ya se había instalado. La Virgen no daba abasto. Cargando con el Niño Jesús iba de un lado para otro, intentando poner orden.

El corcho para hacer montañas y el musgo habían quedado en la cocina, en una caja de madera de frutas, y cuando el musgo intuyó lo que pasaba, se puso a reptar por el pasillo, para llegar al comedor y a la mesa del Nacimiento. Iba dejando un rastro húmedo, que la lavandera intentó secar, muy enfadada porque tendría otro trapo que lavar en el río, donde un patito solitario, ya sin ovejas, llamaba a su mamá pata.

El molino con motorcito estaba en la caja todavía, pesaba demasiado para subir escalando o saltando hasta la mesa, y andaba remugando “es que me dejáis solo, hostia”, pero entonces una casita para poner sobre el corcho, también se quejó, y con razón. El Ángel estaba ya en la mesa, pero se quejaba de que, si no se colocaba el establo, a ver dónde se iba a poner.

El establo, y los dos animales del mismo seguían en la caja, en el fondo, y se negaron a salir, que fuera Noelia la niña quien los colocara, que estaban hartos de esperar turno para subir, siendo los primeros que debían colocarse. Eran el centro de atención, que cómo se les había ignorado, que qué poca vergüenza. Claro, los camellos también se quejaron. Los habían puesto en el fondo de la caja porque abultaban con su altura, pero que eran muy importantes, mucho más que esos pastores que habían organizado el festival de armar un belén.

La Virgen, despeinada, con voz ronca de gritar, acabó organizando el Nacimiento. Hizo que todos se pusieran en una esquina de la mesa y el musgo y los trozos de corcho formaron la base del Nacimiento. El río se colocó luego, y sobre él un puente convencido de que, sin él, el pescador quedaba feo. Sobre el río hizo ponerse al patito, y a un hermanito que estaba escondido. La mamá pata no apareció. Se habría perdido, dijeron. El pozo, el molino, las ovejas, los pastores y el largo etcétera fueron ubicándose de manera normal.

Casi amanecía, la Virgen, San José y el niño ayudaban a colocar a ese ángel que, a pesar de sus alas, no sabía volar. La estrella del Oriente quedó en el suelo, sin chincheta no podía sujetarse en la pared, pero el Nacimiento estaba montado.

Había colegio, así que Noelia madrugó, y vio el Nacimiento montado.

─Mamá, mira, la Virgen está dormida, parece agotada, y San José se ha estirado con la cabeza en el lomo de la mula.

La madre creyó que la nena había montado ella solita ese bonito Nacimiento. Cuando la pequeña lo negó, Eva se quedó pensando:¿A ver si existe eso que llaman la  Magia de la Navidad?.

 


sábado, 11 de diciembre de 2021

Tal vez hasta te inventé

 


Te vi la otra tarde,

y por no poder controlar mi pulso,

tomé trastabillando la bocacalle.

Ibas solo y parecías pensar en voz alta.

Abstraído. Ausente. Tal vez ni estando.

 

Cuando tropecé hoy contigo,

al girar en esa esquina de la plaza,

al unísono un “perdona” nos dijimos.

Me repuse del choque, retoqué mi falda,

y hemos seguido nuestros caminos.


Recompuse los papeles en mi brazo,

la cinta de mi bolso sobre mi hombro,

caminé digna, siguiendo la línea recta,

inapelable, de la acera,

acelerando el paso y los recuerdos.

  

No me giré por ver si me mirabas.

Creí sentir tus ojos en mi espalda,

como en las noches de abril.

Cuando jurabas que ni la luna

Iluminaba como mi piel desnuda

 

Entre los pentagramas,

que dibujas en el aire,

y tus gafas que claman revisiones,

puede que ni me vieras.

Tal vez hasta te inventé.



miércoles, 8 de diciembre de 2021

El manuscrito perdido, en jueves


Imagen de Aquí. Esta vez es Myriam  del blog Amores y relaciones, quien nos hace una propuesta un poco especial. Escribir sobre un manuscrito robado, nada menos. Esta es mi participación.

La “Loa a la alegría” era ese manuscrito del que hablaban. Redactado por San Pablo en persona, acogía en su seno, tanto expresado por Jesucristo como por el mismo apóstol, la idea de que la dicha de estar vivo glorificaba a Dios. Es verdad que Umberto Ecco no lo específica con el título correcto, pero deja claro que, entre aquellos muros del medievo, los monjes lo tenían escondido de miradas indiscretas, ya que su intención y objetivo, era hacer perdurar la idea de que la risa es una ofensa a Dios. 

Ezequiel no había estudiado curso alguno de antropología o similar, pero era un enamorado de la historia, sobre todo el Medievo. Su visita a El Louvre la organizó con meses de antelación. Lo más complejo era poder pernoctar en el recinto, ya que está lleno de vigilantes y cámaras de seguridad. Se había hecho amigo íntimo de una restauradora que trabajaba en el sótano, y gracias a ello sabía que, casi con certeza, el manuscrito descansaba en un arcón de madera, en la zona refrigerada y con control de humedad. La noche elegida entró a las siete en punto de la tarde, última oportunidad de pasar desapercibido entre visitantes. Se escondió en un lavabo de la planta baja y allí preparó su estrategia. Formó un pequeño fuego en la papelera, provocando la alarma y evacuación de toda la planta. Sivie le había proporcionado una llave del sótano, al menos la dejó a su alcance y él pudo hacer un molde, así que entró, llegó a la puerta de la sala y confirmó que estaba abierta, tal y como ella le dijera. 

El arcón pesaba sobre dos quilos o poco más, y pudo guardarlo en una mochila del Decathlon bastante pequeña. Desde el sótano escuchó cómo inspeccionaban la planta baja y cerraban el museo. Eran las ocho de la noche, y él se dispuso a dormir en un rincón, usando la mochila por almohada. Soñó en serpientes y árboles de un edén perdido, donde él era Adán y quiso probar el fruto de la sabiduría. Al instante, en su sueño, se le planteaban conceptos como el de la Creación del Universo, el porqué de las estaciones y un sinfín de preguntas que le llevaban a concebir la esencia de un Dios omnipotente al que adorar. Le despertó una patada en el lomo, de una bota militar. Era un tipo alto, con cara de pocos amigos, quien le exigió poner las manos a la espalda, para esposarlo. La mochila quedó oculta.  Fue imposible acusar a Ezequiel de robo alguno y quedó libre. 

He conocido a Ezequiel en un bistrôt de Montparnasse. Silvie le abandonó y andaba emborrachándose. Me falta convencerle de que me diga con exactitud dónde está su pequeña mochila, pero tendré que esperar a que, en algún encuentro íntimo, se vaya de la lengua, un poco más. 

Palabras 455  

martes, 7 de diciembre de 2021

En un sube y/o en un baja



Allí donde el aire suena suave

y huele a menta,

como la ribera alegre

de un arroyo embravecido,

nos nutre una sístole

de euforia y alborozo,

un rayo de luz recién nacido.

 

Allí donde se cruzan

los rasgos de la noche,

con las chiribitas de las risas,

nos atrapa, nos devora,

la alegría inmensa de un saberse,

de un estarse, de un sentirse

intensamente vivo.

 

Allí donde reposan

las sombras del olvido

con los aletargados silencios,

como un mar en la neblina,

o un latido entrecortado,

un velo negro nos abduce.

Nos entierra en un pozo, vacío.

 

Allí donde se recogen y

entremezclan en un nudo

los sones de desidia y atonía,

con la vista cargada de ceniza,

un no estar, un no ser

un sentirse intensamente

ausente, nos deja vencidos.

Imagen de Aguirrefotox


lunes, 6 de diciembre de 2021

La musa imperfecta o un poemario vital

 


Foto de mi autoría.

Me he dejado llevar por los versos, como por cascada de imágenes, todas floridas y bellas, por conjunciones astrales con sonoridad y ritmo adecuado. En un alarde de alegorías a cuál mejor hallada. Amante de fuego y alharacas, mujer que no cede ante lo duro, poeta que sabe encontrar el ritmo exacto de su corazón tiznado de versos en tinta china.

Hay poemas de amor caducado y de adioses, de soledad y vacío, nostálgicos y enamorados. Otros heridos, en carne viva. Algunos más son incisivas reflexiones, ante la rabia vital, o la impotencia por dejar el lugar de origen. Te calan hasta los huesos esos poemas a esa madre, tan cercana, y a ese padre, tan ido ya, junto con seres amigables, que sin duda han incidido, e inciden, en el mar bravo del ejercicio de sobrevivir que ha adoptado como estrategia ganadora. Y lo es, como atestigua este poemario,

Unos versos sin concesiones, con mucha sangre coagulada en el cielo de la boca y un inmenso deseo de seguir latiendo, como quien sigue vivo por pura rabia, y a puro echarle coraje, por no decir entrañas.

Totalmente recomendable. Sin emprender la lectura a trompicones y a mamporros, con calma, saboreando esos versos en la boca, degustándolos. Un exquisito regalo de nuestra amiga bloguera LUNA ROJA


domingo, 5 de diciembre de 2021

Mi historia con un loco.

 


Había escuchado la conversación en el quiosco ante un café. Se referían a él como el de la doscientos cinco. La rubia alta decía que desde que entró en el pabellón de crónicos, siempre le había visto igual.

─No envejece─ dijo la rellenita─, pero igual es porque come, duerme y pasea, y eso de una vida tranquila desgasta muy poco

─Mujer, llevo quince años, y todos los ingresados hacen lo mismo y bien que les salen canas o arrugas─ contestó la rubia,  llevándose una cucharada a la boca.

Allí las dejé hablando ante unas tazas de chocolate. Me alejé para fumar un cigarrillo tras el café. El tiempo era bueno, y me apetecía contemplar los árboles. Ese loco estaba sentado en un banco del parque donde me senté. No sé por qué, le dio por preguntarme cosas, y no sé por qué, me avine a responder lo mejor que sabía.

Cómo retener el instante, me preguntó. Ahí intenté hablarle de una foto, por ejemplo, pero alegó que esa imagen en tinta no podía captar el tiempo, y aunque pudiera, no sería nunca el exacto. Porque esa fracción de tiempo, ese nanosegundo, ya estaría huido, se habría gastado.

Era correcto, así que no pude argumentar nada, sintiendo que había caído en una trampa filosófica. Con cierto temor ante sus ojos, penetrantes, oscuros y muy brillantes, di por acabado el descanso en ese banco. Me despedí y me levanté. Él me sujetó por el brazo, sin violencia, y me miró fijamente.  Al girarme por verle, constaté que hablaba solo, o tal vez no, porque miraba fijamente a ese reloj de la estación de tren cercana, y parecía dirigirse a él en su alocución, sonriendo como un orate.

Llegué a mi casa sintiéndome muy cansada. Me dormí temprano. Amanecí ante un espejo deformado, con cara y cuerpo de unos noventa años. Sin apenas fuerzas, llegué al teléfono inalámbrico, y he marcado el 112 con unos dedos artrósicos, deformes y doloridos. Espero que alguien me ayude, quizás usted mismo, amable lector, y llame a GUSTAB

PD. La palabra loco me resulta feísima y no la uso jamás, son enfermos mentales, o somos, ojo, que nunca sabemos si de un agua no llegaremos a beber.


sábado, 4 de diciembre de 2021

Poemario marino, o los rumores de mi pleamar

 


Ya sí. Listo para poderse comprar en formato papel tapa dura, o para descargar. Me llevó meses decidir si me animaba  a publicar o no. El sentido del pudor a cada quien se le asoma como puede, si bien sólo hay un poema autobiogáfico, de mi adultez más que madura, y que compartí en este blog. 

Rumores de pleamar, sólo en Amazon

El prólogo y la confección de capítulos, entre olas marinas difíciles de agrupar, ha corrido a cargo de Lucia de Luna, excelente poeta mexicana, doctorada por la UNAM, que tengo el gusto de poder llamar amiga. 

Su blog es El caldero de tinta y sin más, aquí va mi deseo de que les guste.

Aurora huída

 




Se quedó gris la calle sin tu talle.

Se enquistó la ausencia en las puertas,

las ventanas y veredas de la ciudad.

Yo no olvidé tu nombre ni tu apellido.

 

No recuerdo tu cara, ¿ves qué broma?,

Ni siquiera puedo recordar claramente

los hoteles y las avenidas paseadas,

ni tu pícara sonrisa a media noche.

 

Tengo fresca, por contra, en mi retina,

la imagen de tus manos delicadas,

tus embestidas de fuego en la mañana,

y tu acariciar mi nuca con los dedos.

 

Recuerdo con precisión de relojero,

tu mirar callado ante mis manos,

tus acordes ausentes de guitarra

y tu vagar, desnudo, ante el silencio.

 

Tus facciones vienen de tarde en tarde

como canción de cuna ya perdida,  

como girasol perdido entre las nieblas.

Como un delta engullido por las olas.

 

La huella de los amantes se esfumó,

sin sabor a sal ni a despedidas,

calladamente, sin ruido de tambores,

dejando huérfana a mi aurora huida.

 



viernes, 3 de diciembre de 2021

A oscuras para él

 


Él tenía en su mente el plan perfecto. Había elegido con cuidado el atuendo para el salto. No era cosa de quedar como un mamarracho ese día, se había dicho, con ese humor agrio que ostentó siempre, y que no llegó a ser británico.

Haciendo buen uso de su memoria, dejó el texto de apegos y enseres bien casados.  Había donado cachivaches, ropa en buen uso, libros y algunas figuritas que algún día significaron algo. El reloj bueno se salvó de la quema, y unos gemelos que   usara en su boda, restos únicos de un naufragio de amor. Pocos enseres para pocos afectos resultó una ecuación sencilla. Llamó a su amiga, una de las pocas que aún podía llamar así, deseándole una feliz salida de año y óptima entrada del próximo.  

Engalanado con una sonrisa impostada, buen abrigo y gorra escocesa a juego, llegó temprano a la cena de navidad de la empresa, como era costumbre. Llegar tan pronto le permitía ver llegar a los otros, gente anodina de obligada compañía. En el restaurante le ofrecieron un aperitivo para que se le hiciera más corta la espera. Degustó unas ostras, de Galicia, España, le dijeron. Tomó tres por no abusar. Desde el coronavirus el olfato no le orientaba en nada, así que le extrañó sentir unos retortijones súbitos que le llevaron al wáter, con prisas acuciantes.

Llegaron los compañeros, cenaron, y sólo uno preguntó por él. Su jefe hizo notar que las ostras estaban en mal estado, y poco después tuvo que ir al aseo, encontrándolo cerrado. Costó mucho abrir la puerta atrancada por dentro, pero allí yacía Leonard.

La amiga se enteró de la muerte unos días después, ya enterrado. En su casa encontró la carta de despedida, con su letra imposible de falsificar. La intención de arrojarse al Sena no pudo llevarla a cabo, hasta en eso tuvo mala suerte, se dijo. Silvie, recordando las noches de charlas inacabables, tomó una figura solitaria del aparador que le había regalado muchos años atrás. En una ceremonia sencilla, al alba, dejó que la figura, un Leonard de cerámica, se hundiera en el río de la ciudad de la luz. A oscuras para él.