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viernes, 24 de abril de 2015

El grillo no es una mascota


Los perros dejaron de ladrarme, y me ladraban todos, cuando yo dejé de temerles. Una sola vez me había molestado un can, quien, por cierto, no me llegó a tocar. Me siguió corriendo, eso sí, mientras yo aceleraba de manzana en manzana, a la hora de la siesta, en una ciudad dormida.

Con mi nula capacidad de pedir ayuda, iba acelerando en mi carrera, a sabiendas de que era de las más difíciles de pillar en el juego de policías y ladrones de mi barrio y creyendo que eso era mi ventaja. Pero por más que aceleraba yo, más cerca sentía al perro, hasta creer notar su aliento en mi cuello. Oí un silbido potente, y al girarme respiré. Alguien le había detenido, dejándome el pulso acelerado, la respiración entrecortada y un pavor que no sé cómo se instaló tan adentro de mis miedos.

Yo era una de las personas que cruzan de acera por evitar una verja con perro, porque desde ese episodio, cómo no, me ladraban todos Parecían estar compinchados, de tal manera que hay barrios de casitas pareadas, todas ellas con perro, que yo evitaba, por el alboroto que provocaba mi presencia.

Tal vez el miedo huele a miedo. Adopté un cachorro de can, por dar una oportunidad a un abandonadillo, que pequeñajo y lloroso no me dio miedo, sino pena.

Desde que tuve a Humberto, don Pimpon para mis amigos y para mí, me buscan todos los perros, queriéndome lamer, cosa que me repele. Estoy cansada. Pasear por parques de canes es un desfile de perros de todas las razas y todas las mezclas, que quieren acercarse a mí. Lo malo es que desde que tengo gato, esto se está complicando, porque los gatos no van atados ni obedecen a sus dueños. Me siento flautista en Hamelin.

Era inimaginable que un día, una señora creyese que fuera yo quien lleva latitas de agua, y cuencos con pienso para ese ejército de felinos que cobija un solar vacío y baldío. No me entretuve mucho a explicarle el equívoco, porque empezaron a seguirme los mininos. 

Ya las pulgas me las han prestado una vez y no me apetece encariñarme con insecto alguno. Recuerdo a mi abuelo Miguel, con su afición de cazar grillos. Les dejaba en lugares cercanos a nuestra casa, porque le gustaba oírles cantar por primavera. No. Insectos nada de nada, gracias. No adoptaré a ningún animal más. Insectos, peces, aves...a ninguno.

jueves, 23 de abril de 2015

Montblanc, semana medieval





Es un vídeo del año pasado, cuando recorrimos mi hermano y yo, una Vila donde viví los tres mejores años de mi vida, criando a mis hijos en el mejor lugar posible. 

Un pueblo cuya muralla es donde se ubica la Leyenda de Sant Jordi, San Jorge. Este día, no festivo, es algo así como un San Valentín familiar, donde los hombres regalan rosas a las mujeres que le rodean 

La mujer regala un libro al hombre, pero en la realidad se comparten libros, porque no en vano es el día de la Lectura. Cita obligada de escritores cuyas obras se presentan en mucha ocasiones, poco antes de esta fecha para poder ofrecerlas como lo que son....flores abiertas a ser leídas, en la primavera de los tiempos de lecturas preciadas, elegidas para quien te importa.

Feliz día de San Jorge, Feliz día del Libro


martes, 21 de abril de 2015

Martes tras lunes

Tomado de Internet
Les paso la crónica de mi lunes, ahora que ya es martes.

No encuentro el teléfono, a pesar de que no lo uso de despertador estos días, porque ¿¡ y si resulta que me duermo?! Es mi deseo, pero está costando vueltas como puedo en la cama. Así que duermo poco, y duermo mal. Pero encontrarlo en la mesita de noche me dice la hora, que no es moco de pavo. Y por si llegara el caso...me despertaría. Pero hoy no estaba el aparato en su lugar.

Me levanté, más a trancas que a barrancas, y vi que eran las cinco. Sí, de la noche. Me puse al revés las zapatillas de estar por casa, signo inequívoco de que sería un día malo donde los haya, pero por suerte no soy supersticiosa. Cambiar los pies de sitio costó un poco. Suerte que no uso lentillas, porque me las habría puesto, caído y perdido en un cerrar de ojos. Pero NO. Veo de lejos muy bien. De lo de ver de cerca tampoco importa para el caso.


Estornudé una sola vez. Primaveras con el polen en desbandada alegre... para sembrar los campos de asfalto, ¡que ya son ganas! Justo con el café con leche en una mano y la otra en la muleta, sensacionales los efectos colaterales de los estornudos sin manos.


Muy temprano para todo, miro si hay en Internet si figuran los correos electrónicos de un lugar donde he de hacer una gestión médica, enviar un informe, pero no existen. Hay fax, que no tengo, pero no aparecen los correos. ¡Y yo creyendo que lo del fax era como los mp3, que sólo lo uso yo! Resuelvo que habré de escanear en la nueva impresora. Una que recibe vía wifi pero que no tiene carpeta de "mis escaneos", como la vieja, que cambiamos hace un mes porque el carro debió de albergar muchas migas de pan, imagino.  Tomo nota de teléfonos, para que me informen de correos, y a las ocho, ya me pongo a llamar para que me informen de cómo hacer llegar un doumento escaneado, a las dos doctoras que me llevan. Un tándem sensacional, a nivel médico, sin quejas.


Decido hacer una foto de mi pierna lesionada, y el cacharro me dice que tiene la memoria llena, que ¿dónde lo guarda? Y yo qué sé. O que borre fotos. Bueno pues borro, tampoco hay muchas, y ninguna para un Publitzer.


Luego ya no encuentro el cable que conecta al ordenador con el puerto USB.  Ustedes,  lectores de este inicio de día, no merecen que les diga que sigo esperando en esta tarde la llamada de las doctoras, una u otra, o un triste mail como que han recibido sano y salvo mi informe escaneado. Ni que les cuente que hay lunes, que aun no trabajando, son una prueba  maratoniana de supervivencia.

El día acabó con buzones de voz llenos, con personas en reuniones que no podían ponerse, y hasta con el gato teniendo un día movidito. Suerte de mis hijos y de la perra.  Los primeros me aguantan hasta en los momentos malos, con la cara de según hayan tenido su propio día, eso también hay que decirlo. La segunda, cánido fiel donde los haya, medio sorda por la edad y de tamaño pequeño, sí me mira como escuchando

Casi derrapo el tenderme en la cama, esperando que la noche, con un Morfeo despejado, a pesar de la resaca por sobre-exposición a la luna llena de artificio, se hiciera cargo de los remos de mi canoa, dando unas coordenadas por referencia para navegantes desorientados que fueran exactas, y me llevaran a un sueño reparador. A ver si  mi cuerpo, magullado de arrecifes, y con la piel empapada de lodos de voces acalladas, al fin llegaba a puerto, con un bello sueño. 

Y sí. Hoy eran las siete cuando el día me ha despertado, cuando el sol casi se abría de luz por los rincones de mi cuarto, y sobre las calles que hoy seguiré sin pisar.

lunes, 20 de abril de 2015

Cuadro con orla

La foto siempre perdiendo matices, miles de matices
El coche se había empotrado en  la pared del estudio, dejando un maremágnum de ladrillos con yeso, un desconchando bajo el techo y el morro de un  Ibiza alunizado. Se ha empotrado en la casita que habito, orientada al norte. El conductor se ha salido de una curva de una carretera la comarcal gallega, zigzagueante como otra cualquiera.

Hemos podido poner orden en el caos.  Entre los cascotes que albergaban figuritas, desde la montaña pequeña de escombros con papeles y unos libros, asomaban un cuadro y mi orla. Ambos descoyuntados, ambos malheridos.

El bodegón había quedado desparramado todo él. Con la leche empapando el diario y otros papeles. El jarro de lata tenía una abolladura más que antes, y el libro, abierto, montaba a horcajadas la pipa, que por suerte estaba apagada.

El lienzo, con pigmentos de la base descoloridos puede servir para otras pinturas que tal vez me atreva a pintar, pero la orla ha quedado inutilizable.
Mi madre se empeñó en enmarcarla, ya ven,  por los birretes, digo yo. Lo cierto es que por no contrariarla, accedí a ponerlo en el despacho, nombre que ella sostuvo para lo que siempre fue mi estudio. Ese lugar donde a ratos hago como que pinto, a veces escribo,   a menudo  uso para entrar en Internet, y donde siempre hay música bajita como telón de acero frente al mundo.

Como mi madre ya descansa, no he pensado en reparar la orla hasta hoy mismo. Porque el vidrio hecho pedazos vale más que el valor que yo otorgo a esa instantánea, tan lejana ya en mi vida a estas alturas.

Sin límites cuadrados ni vidriosos que contengan el retrato colectivo, la orla,  algo amarilla,  me llamaba… ¿para echar un vistazo desde el hoy a mi pasado? El rectángulo con fotos ovaladas me ha dejado muda. Faltaban algunas caras sobre algunos nombres. La de Sonia no estaba. ¡Pues mira que la lloré en su funeral,... o nos lloramos!, recordando ante su tumba  las noches en las que rematamos la adolescencia. Aquellas en las que consumimos los últimos cartuchos de una edad inocente en retirada. Enfrascadas ambas en amores incipientes, o dolientes, o exultantes,  entre apuntes de derecho canónico o mercantil, o entre cervezas. Tampoco estaba Pablo, mi único amor, ahora que lo pienso. 

He seguido mirando huecos, por ver qué otros nombres rotulaban otros rostros ausentes. La oquedad rotulada con mi nombre está a punto de desaparecer. El dolor lo siento sordo, mantenido, mientras dejo caer la orla, para agarrarme al hombro izquierdo que me desborda ya, compitiendo con el deseo de coger mi  móvil y marcar... o dejar de asirlo.

Cometas de palabras

Last days Winter 2015, de Bernaldo Soldo



Te regalo la palabra MULETA. No el trapo rojo tendido ante un toro bravo, sino el artefacto que nos ayuda a caminar, sobre los lomos de las ideas, cual montura de fantasía que nos ayuda a volar.


Volamos, con la pluma, como en cometas de frases, con hilos de seda por fonemas, hasta donde el viento en libertad nos lleva.

Por afán de lo que vuela. Palabras al son del viento, montadas sobre invisibles cometas.


sábado, 18 de abril de 2015

Mercadillo de la vida

Disculpen la funda, alberga mis gafas, y un cable para cargar el móvil prehistórico con el que me muevo

Fui con un hermano a un mercadillo semanal, de brocanters y artesanías, que resultó ser de buhoneros, en su mayoría, y con algunos puestos o paradas de objetos, ropa, e incluso calzado de segunda mano. No vimos ninguna de las dos bicis que le han quitado a él, pero había algunas también. . De origen similar a las que podíamos haber hallado. En resumen, en nada me recordó un mercado dominical que tuve ocasión de ver hace un par de semanas, pero he de reconocer que me ha impactado.

Hemos montado la mesa de terraza plegable, sobre ella un fulard, y con una silla, también plegable, hemos desplegado algunos atriles, algunos sujeta- libros y unos pocos  imanes de figuras de ajedrez, que apenas se podían ver.

A nuestra izquierda, un hombre de unos cincuenta años , acompañado de su madre, disponía juegos de ordenador y consolas, un pinocho de madrea,  tres ipods, unos smartphones, unas cámaras de fotos de bolsillo y algunas cosillas más. Entre ellas, como protagonista a admirar, yacía una cámara réflex De marca indefinida Ninguna "Leica" que llamar tesoro por descubrir. A nuestra izquierda un joven magrebí ha llegado con un hatillo y luego colocado, sobre un cartón extendido, ropa variada, y nosotros,  y la parada, parecíamos unos hippies perdidos en una mar de abalorios viejunos y, a mi entender,  con poca personalidad. Nada pintábamos allí. Éramos un toque de color en un mar de grisuras.

Relacionarse ha sido extremadamente aleccionador, y es una experiencia que no hubiera cambiado por nada. Conocer las historias que guardan estas personas de la calle, en cuyos pasados nunca estuvo lo de ser mercadillero, es una aventura que deberían vivir todos lo políticos. Y digo todos.  

Vi dos cojines, uno de ganchillo, y otro de un tejano cortado las perneras y luego cosido y rellenado para hacer el almohadón, que se ofrecían. Junto a toallas, dos pantalones, unas lamparitas,  y una olla a presión. Ese batiburrillo, entre otros otros cachivaches domésticos, conformaban la imagen que en México llaman hacer “garaje” más  o menos, y que consiste en que cuando uno se  muda, pone a la venta todo lo que no se lleva consigo, a veces a miles de kilómetros. Otras veces se hace por vaciar la casa de trastos no usados. Variopinta parada de enseres vanos, como  restos de naufragios. 




La señora ha dicho que al verme llegar, hoy con muleta, y a pesar de ese artefacto, le he recordado a una hermana suya, que acababa de fallecer hace un mes. Por esclerosis múltiple. 

Le pedí que me guardara el cojín del tejano, porque la medida me pareció genial para poner bajo mi rodilla, pero que el cinturón que llevaba, aderezo que a ella le había parecido una idea fantástica, podía quedárselo, porque la hebilla y en sí la idea, para el uso que le he de dar me era un estorbo. Lo usará para otra idea. Me parece estupendo.

He regresado al mediodía, ya equipada con una gorra y unas gafas de sol, porque el calor ha ido subiendo durante la mañana. El pinocho iba  a caer, sí o sí, porque me gustó desde el segundo cero, y me ha bajado el precio de señor de madre incorporada, cuya historia es como la de miles de españoles en paro y pasados los cincuenta. Su esposa, que tampoco cobra ya el paro hace relojes usando vinilos de 33 rpm, ¿recuerdan?, pero por encargo, únicamente. Según nos han informado madre e hijo.

Mi Pinocho articulado, yendo a la escuela, presupongo, observen su mochila

La historia de los cojines, porque compré los dos a la señora del "garaje", merece un post aparte, pero sepan, que no era un espejismo lo que sucedió al final de la mañana.

Mientras esperaba a mi hermano, para sacar la mochila y el utillaje de la experiencia mercadilleril, he visto, apoyado en un contenedor, un maniquí agrietado y desnudo. Una mujer flaca como yo, con la cara alargada y barbilla pequeña, y con los ojos pequeños, estaba mirando al cielo. La peluca, algo torcida, y de un rubio ensortijado, relucía al sol. El por qué no puedo decirlo, pero tuve la tentación de quitarme la camisa, consciente de que llevaba camiseta debajo, para vestirla.

La simple la certeza de que era inanimada, y que ni para ese mercadillo era válida, me hizo desistir del ademán iniciado de quitarme la ropa oliendo a suavizante, mientras un escalofrío recorría mi espalda, bajo un sol implacable, esperando el ciclo de la vida de las cosas, con la cajuela de mi auto abierta. Lo dejo en la imagen del maletero abriendo la boca a otras sensaciones, que descubrí más tarde.


viernes, 17 de abril de 2015

Anciana con caco



Ayer me percaté de que habían pintado al lado de mi timbre, un simbolito. Creí que un niño juguetón había hecho bromas con su lápiz, y me desentendí. Pero el azar tiene esos caprichos tan curiosos, que leí poco después, que son mensajes entre cacos, y até cabos.

Con que era casa de vieja sola? Me sentí furiosa y humillada, lo segundo porque quien sea quien sea quien investiga lo que hay en los pisos, no ha considerado a mis mascotas como un peligro, pero además, verme vieja cuando con mis setenta años ando  más que conservada de maravilla, me ha llegado al alma de mi poquita soberbia y coquetería.

He llamado a un viejo conocido, quien ha instalado puntos de detección para encender luces en el pasillo, y una cámara filmadora redondita y azul apuntando a la puerta. Me llevé la tarde en ocultar, por si acaso, los objetos que considero valiosos. Digo objetos, que son pocos, que tendrían tal vez cierto interés en la reventa, porque mis tesoros, es decir, mis recuerdos o mis fotos, no creo que sean objetivos de caco alguno. Mis cajones de congelador son ahora para imaginar:bolsitas con esas poquitas joyas, y  el segundo cajón de mi mesita de noche con una mezcolanza extraña, ya que alberga, entre medias panty y fajas que no aprietan, unas tarjetas de crédito sin crédito, unas piezas de marfil, herencia de mi abuelo, y un reloj con una pluma de escribir que ya no uso. Ni uno ni otra.

He cerrado la puerta como siempre, sin doble vuelta de llave, y las ventanas como siempre, porque los árboles dudo que sean el acceso previsto, y he dormido estupendamente. Vestida con un chándal del mercadillo, que es abrigador y cómodo.

Cené muy ligero, como es costumbre en mí, y acariciando el espray que me trajo Margarita, de aquella excursión a Andorra, me ha despertado el alboroto de la silla que apoyé en la puerta de mi cuarto.

Si no hubiera sido tan bruto ese moreno de ojos grises, no habría sacado mi pistola del cajón superior de la mesita, pero cuando quise darme cuenta, el estruendo había sonado, y mil manchas de sangre pringaban toda la habitación.

Las mascotas se han asustado un poco, así que veré de tranquilizarlas antes de que algún vecino aporree la puerta, pero son las cuatro y veinte de la noche, así que, será cosa de pocos minutos que yo me empiece  a asustar.




lunes, 13 de abril de 2015

Fin de Semana Santa


Las carteras y mochilas con los deberes esperando nuevamente, despertar en el piso de la ciudad, con  el Nesquick tibio en las mesas, dando su adiós a la mini-vacaciones de Semana Santa. Porque las vacaciones escolares, quedaron atrás.

Con esos horarios reconquistados. Con ese  trajinar de nuevo por las calles llenitas de niños con cara de sueño y de ilusión. Con esas mochilas que ya no lucen nuevas, sino ajadas, por el recorrido de los meses del curso escolar. Con los sonidos a vida tras las ventanas.

Los patios de luces rezuman de los conocidos sonidos de los chavales, con esos apremios a que apremien, entre tejemanejes de cucharas removiendo los desayunos. 

Luego se oyen, desde los recibidores, las puertas cerrándose, y los pasos por la escalera entre sonidos de risas y alborozo infantil.

De la calle llegan los sonidos de las rueditas de las mochilas por las aceras. De las madres que intentan frenar el ímpetu de los más lanzados, y los sonidos de las madres que luchan por acelerar a los remolones. Y ya, sobre las nueve de la torre en el campanario, el día nos regala el silencio que marca el nuevo cambio de los ritmos en la ciudad. Hasta el mediodía, los tiempos seguirán otros sonidos, y otros ritmos. Dando un respiro a quienes habitamos en pisos en zonas de colegios.

Muchas mujeres respiran. Luego toman un café con leche, con otras madres que han llegado a la meta de ver entrar a los críos en el colegio, y que respiraron aliviadas, como las demás. Todas ellas, acomodando los traseros, comentando cosas banales. Para ese mundo no son tan banales, y casi siempre llenas de cuadernos,  deberes, notas o evaluaciones, y hasta "colonias" en puertas, con sus pesadillas organizativas.

Las oigo, en ocasiones, dejar sentadas las pericias, y hablar de algunos titulares de prensa, para despedirse entre las mismas páginas del mismo guión, de los mismos quehaceres, de las mismas vueltas de las próximas peripecias, frente al desafío de la casa, la comida y de esa la vida en círculos cerrados que me recuerdan a los peces boqueando, por falta de aire, a esos peces de ciudad.