Les vi paseando. El setter con la empuñadura de la correa en la boca, y un
señor con trenca negra. Con sus manos manos sujetadas entre sí, a la espalda.
Los escaparates estaban iluminados, y en la calle peatonal había gente
suficiente como para no dejar suelto a un perro, pero parecía ser la forma de
pasear de esta pareja, porque el animal iba al lado del hombre, escasamente a
un palmo de sus piernas. Al mismo paso distendido que él. Paseaban por el centro de la ciudad. Ni más ni menos.
Les adelanté y me detuve a mirar una tienda de ropa casual. Las rebajas no
perdonan a las tarjetas de crédito, y ahí estaba una blusa blanca, con un
floreado delicado. Salpicada de unos degradados infinitos del color violeta.
Resultaba tentadora la maniquí, con su etiqueta a los pies, la iluminación de bombillas de led creando un espacio blanco azulado, con un rótulo en el suelo. Descuentos importantes . La pose era sentada, sobre un sillón de terciopelo
granate. Tan quieta. Tan a punto de escucha. Tan moderada y amable que llenaba el escaparate de tranquilidad.
Recostado , cerca de sus zapatos, yacía un peluche de perro canela,
como aderezo de la decoración. Por si les interesa, pero no lo creo relevante,
la maniquí lucía una peluca de media melena, rubio platino, y unos labios pintados en rosa chicle.
Yo iba haciendo cuentas, como ahora tengo por costumbre, en un deseo
infructuoso por cuadrar los haberes con los deberes, cuando el reflejo de la
pareja heterogénea se acercó lentamente, al mismo lugar del escaparate, hasta que se quedaron inmóviles ante la luna reluciente de una tienda en una calle. El señor quedó a mi
derecha, y el can tocando la pierna derecha de los pantalones de cheviot.
El perro, sentado ya, dejó
caer la correa, y comenzó a hablar. Con esos sonidos que no vocalizan palabra
alguna. Sí, esos aullidos flojitos como algodón de besos, queriéndose explicar. Sin más sonido articulado que la mirada profunda. Pero que le confería un qué sé yo de humanidad.
Miré al hombre. Sin más intención de ratificar que el perro estaba suelto,
hasta de sí mismo.
Me miró, con las manos en los bolsillos en ese momento, y amablemente me
explicó.
-“En un momento vuelve a cogerse por la correa. Es que hay algo en la
perrita que le atrae.”
-“Estupendo”-dije yo. Y entré a confirmar las tallas al interior de la
tienda.
La dependienta de los piercings de estrellas azules, al
observar que yo miraba hacia fuera, me dijo sonriendo, que desde que cambiaran de
escaparatista, la extraña pareja iba cada tarde a contemplar el aparador. Sobre la misma hora. Hacían el mismo ritual un buen rato, y luego se iban.
Según le dijo el señor, esa costumbre del perro de pasearse a sí
mismo, le había permitido ver las mujeres más hermosas de la ciudad. Incluso las que, a sus ojos, no eran de cartón piedra. La joven había arqueado los hombros al confiarme la explicación, que a ella le diera, y me la transmitía sin más, con ojos pícaros.
Pero les diré un secreto. Yo creo que es una forma que tiene para entablar conversación el señor de la trenca. Y que el setter es una excusa, pero puedo estar equivocada.
En los próximos días pasearé por la zona, por ver a un perro pasearse a sí mismo.
Creo que es el típico caso de perro que saca a pasear a su amo, para que siga agarrado a la vida, vea y hable, se relacione con el emtorno y se comporte con él, como compañero qué es.
ResponderEliminarUn beso.
Yo seguiré paseando por ver si les veo conversar ante otros escaparates. Creo que el señor de la trenca tiene una timidez exagerada, y que su psicoterapeuta se disfraza de can. Por un decir.
EliminarUn beso.
Yo soy un toro que se pasea a si mismo.
ResponderEliminarDesde pequeño.
Te creo. Desde siempre.
EliminarYo me paseo sola, pero esta estrategia del tipo de la trenca me está motivando!
Un beso.
Me ha gustado este pasear por la calle con el perro, es una manera para salir a disfrutar del entorno, de la calle, además, es una buena compañía, el pasearse uno mismo y también con su mascota.
ResponderEliminarFELIZ 2014.
Un beso.
Las calles, así como las veredas están cargadas de vida. A veces, alguna te sugiere imposibles y posibles, lo que te permite imaginar diversos puntos de partidas, y de finales. en un juego infinito.
EliminarDe las mascotas hay mil aspectos que me interesan, porque aliñan la vida de muchos humanos de sensaciones y posibilidades.
Un beso, y que 2014 siga llegando feliz para ti.
El perrito se enamoró del peluche, y el señor, del maniquí. Los mensajes subliminales, a nosotras no nos hacen efecto, vamos directas al grano, a la blusa...no tenemos tiempo que perder.
ResponderEliminarPues estaba yo bien segura, como tú, Aries. Pero ya explicaré las razones por las que ahora yo me paro ante escaparates del mismo diseñador. Porque ando yo en plan detectivesco.
EliminarCuando se encuentran cosas interesantes, a pesar de ir como bólidos todo el santo día...hasta las blusas pueden esperar!:-). Broma.
Un abrazo.
Efectivamente, si los perros hablaran...Un perro puede ser, y creo que muchas veces lo es, un buen bastón para apoyarse por el peso de tanta soledad. A veces el amo contagia al perro, y otras el perro al amo. Mientras, la vida sigue entre tarjetas de crédito y rebajas. Y escaparates. Aunque, en realidad, todo es un solo escaparate. Un decorado por el que nosotros paseamos y gastamos nuestra existencia, como cada cual...
ResponderEliminarLos perros son esas mascotas que pueden dar la compañía y la fidelidad que tanta falta algunas veces.
EliminarEl escaparate, en ocasiones, como en el caso de un blog, es la residencia por un rato. La vida, con sus tarjetas y rebajas, los compradores y ojeadores, van desfilando por la acera de la vida. ¿ O era al revés?. Broma.
Un abrazo.