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De Lecturalia |
He dibujado tu cara, con más pena
que gloria.
Con un carboncillo que dormía en un plumier olvidado.
He hecho un boceto y he mirado
mis manos.
Mis dedos artrósicos me traicionan
o los recuerdos se me confunden entre los verdugones de los años.
Una cara que ahora encuentro
ajena,
me mira desde un bloc
Arranco
el mamarracho,
quedando pedacitos en la espiral metálica.
Esa espiral, tan superior, con su vertical visión del mundo. La
que divide la realidad de lo que sucedió.
Hago un esfuerzo para arrancar con
precisión
los fragmentos perforados de este intento de dibujo.
Para desincrustar
con ellos los últimos retazos de ese recuerdo confuso.
Quedo exhausto y pensativo
con un
dolor derramando escarcha
entre las falanges
y esa instantánea de dos jóvenes
asomados a una noche cuajada de estrellas.
Yace en la mesa de la cocina una
bola de papel,
junto a la caja de
calmantes y frente a un plato de loza.
Los recuerdos van derramándose
entre los azulejos hasta desaparecer, en esta prisión de los olvidos.
Mañana, en el café de la esquina, intentaré volver a recordarte, a recuperar las líneas de tu torso mientras cocinabas cantando... esa canción, sí esa. Que ahora no recuerdo.