Tomado de Google |
Los mercadillos semanales me son
familiares desde que el Ayuntamiento designó la plazuela bajo mi casa para uno
de ellos, habida cuenta de que la ubicación anterior, tomando por asalto unas
calles, se quedaba pequeño.
Me he familiarizado con los
sonidos de las barras de metal que hacen de estructuras de carpas desde buena
mañana. Esas que conforman, en vez de espectáculos de feria, tiendas frágiles para
aposentan variopintas mercancías. En su
mayoría, esas paradas son para prendas de ropa, pero hay zapatos, y, desde hace
un par de años, hay algunas que ofrecen perfumes, baratijas y productos de
limpieza o utensilios para la cocina.
Me llamaba la atención una de esas "paradetas" con botellitas que imitan costosos perfumes, de los que se anuncian en televisión. Lo
regentaban unos jóvenes moros, quienes, desde temprano, armaban la tienda
ambulante para luego ofrecer buenos aromas a la gente que pasea en busca de
chollos, o de prendas necesarias pero baratas.
Ese espacio quedó vacío hace unas
semanas, pero ayer, su sitio lo ocupa de nuevo la parada de los perfumes, aunque
ahora son dos muchachas quienes la gestionan. Ignoro si hayan traspasado la licencia de venta, o es una especie de "préstamo" temporal.
Las vi montando la estructura con
un joven que las ayudaba, un poco más tarde que otros tenderos, para quedarse
luego ellas solas al cargo. Han iluminado la plazuela con sus vestidos de
colores, sus risas de alondras y ese agacharse a las cajas depositadas en el
suelo, para ir colocando las mercancías luego, en estantes improvisados, entre
pájaros de papel maché que colocaban entre los botellines, dando un resultado
primaveral a esos pocos metros cuadrados de mercado de quita y pon.
A media mañana se han quitado los
jerséis, para desayunar un bocadillo, sentadas en sendas sillas plegables. Con
sus camisetas sin manga y sus pantalones cortos, provocaron, sin querer, la formación
de un grupo de mercadilleros halagadores de sus perfumes, pero que compraron
poco, según me ha parecido.
Cuanto menos han puestos
pinceladas de color y de aromas en la plaza, entre perchas de ropas varias y
gritos de “barato, lo llevo barato, reina”.
Quedo al tanto de confirmar si
esa algarabía de luz permanece los lunes, sembrando alegrías, entre las paradas
de un mercado ambulante que huele a tiempo muerto entre grandes superficies con
ofertas todo el año.
Esos retazos de vida primaveral en pleno otoño, nos trae un no se qué de nostalgia, de tiempos pasados, de esos en los que los mercados traían las novedades y las noticias a los pueblos.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un beso.
Antes era la única manera de comprar en a algunos pueblos, hoy en día son testimonios de otros tiempos, por la accesibilidad de los comercios y las compras online, pero el bullicio de los vendedores, llamando a las mujeres casi siempre, para que compren bueno bonito y barato me causan alegría siempre.
EliminarUn beso
Yo no veas cómo disfruto con los mercadillos, me encanta mirar aunque a lo mejor luego apenas compre nada, pero ver a la gente pasear por allí y escuchar el.bullicio de la gente que va viendo cosas me encanta el ambiente que se crea.
ResponderEliminarUn beso muy dulce de seda, preciosa.
Es que alegra el alma el olor a churritos, o a frutas y verduras, y alimenta los ojos de batuburrillo de prendas y de colores.
EliminarPasear por un mercadillo debería ser obligado para levantar el alma :-)
Un beso, dulce María
Cualquier día te aparece Melquíades con un imán y se lo vende a José Arcadio el de los Buendía.
ResponderEliminarUn abrazo.
En cien años de soledad, capaz de que un Buendia se eche al monte de los ambulantes y recorra el mundo por regresar tatuado, con o sin perfumes de mujer que le abriguen.:-)
EliminarUn abrazo