Tomado de internet |
A raíz de la
presentación del espectáculo de Sara Baras, “Voces”, en el Tívoli, de hace unos meses, me
puse a pensar nuevamente en la relación
entre danza y la poesía, porque son
disciplinas cuyas analogías nadie puede negar. Ya Paul Valéry, en su” Filosofía
de la danza” trataba el tema a raíz de su admiración hacia “La Argentina” (Antonia
Mercé i Luque, bailadora de flamenco de la época). Fue una conferencia
impartida en 1936, y que sería luego
sería publicada en forma de ensayo, y cuya lectura es altamente recomendable.
Trata de verificar
que ambas disciplinas parten de la falta de un objetivo formal, en cuanto a la
necesidad de comunicarse, a través de la
palabra, en el caso de la poesía, o de los
movimientos corporales, en el caso de la danza.
La poesía libera al
hombre del servicio a la "utilidad". Y si recordamos que la palabra “prosa”
proviene de “propsus”, ( “en línea recta”), el poema nos aleja de un tiempo
real, recuperando un tiempo cíclico, danzando sobre el papel, en donde cada
verso o cada estrofa, en su final, nos invita a un nuevo comienzo. Acaba
prevaleciendo la expresión por tanto, y
no la función.
¿Para qué sirven la
danza y la poesía, podrá preguntarse el prosaico que “va en línea recta”?. Precisamente
para liberar al hombre de la necesidad de servir a un objetivo, celebrando,
como con otras artes, que la vida sea celebración y gozo, además de planificación
de líneas de llegada o metas.
La danza, no nos
engañemos, tampoco tiene un fin especificado, aunque tenga un objetivo más o
menos definido. Los movimientos, en animales y hombre, como caminar por ejemplo,
están orientados a una meta, a un avance, a una narración, donde cada gesto obedece
a un plan para llegar a un fin. Pero en la danza, al avanzar sin línea recta,
no hay un tiempo pasado, ni movimiento ya hecho que dejar atrás, sino un
transitar por un continuo presente renovado.
Así como las
figuras alegóricas nos sirven para habitar el presente, en ambas disciplinas
uno se pierde. Pero no como quien deambula o vagabundea, esas búsquedas de un
propósito al que centrar el objetivo de la acción, sino que, danza y poesía se
identifican con un todo en un presente,
donde palabra o verso está para celebrar la voz interna, y todo el cuerpo y no
sólo una articulación está para plasmar el movimiento íntimo que nacen desde adentro.
En la danza se
recuperan movimientos de retroceso y de giro que serían considerados rémoras en
una acción determinada por un objetivo.
Ese retroceder, o ese girar o incluso balancearse que acompañan al actor, crea
el espacio propio y personal sobre ese espacio físico donde se mueve, al son de
una música interior.
En la poesía ocurre
algo parecido, y es el poeta quien construye su espacio, huyendo del que tiene
y le es dado, que sí usa para su comunicación en prosa y sí que persigue un
objetivo práctico y útil. Y no busca nada fuera de sí misma, pudiendo recrear
una existencia que no se agota, porque no tenía una línea recta.
Es una negación de
los caracteres de acciones prácticas, pues en la danza separa los caracteres de
los movimientos, haciendo del cuerpo tantas transformaciones y búsqueda de límites como el poeta cuando
usa metáforas o antítesis, cual piruetas para plasmar el alma, usando rimas, o
posturas, como lenguaje que nos aleja del
mundo práctico, formando, si somos buenos en ello, un universo particular.
Exactamente ese lugar privilegiado que
nos atrevemos a compartir.
Hubo un chileno, Luis
Sergio Cáceres Toro (1923-1946), que destacó en ambas disciplinas. Sobre él, el
historiador Luis G. de Mussy dice que le llamaban «el
delfín», y que fue poeta, bailarín del Ballet Nacional Chileno, pintor y un
excelente creador de collages y fotomontajes.
Hay seres dotados
de una inteligencia artística tan notable que pueden ser verdaderos ejemplos de
cuántos universos recreados pueden habitar en un solo ser humano, pero la
verdad es que siendo destacado bailarín o poeta ya debe saber uno por satisfecho, imagino , sin
necesidad de pinceles o cámara de fotos. Pues construye un mundo sin más elemento
físico que su propia voz interna. Y debe ser una sensación de plenitud
inigualable.
Hablamos, en ambas disciplinas, de ritmo, y ésa es la palabra
clave… pero ¿si un verso es rítmicamente yámbico, por ejemplo, las
caderas se han de mover de tal modo, y si son versos alejandrinos, los movimientos serán exactamente la mitad más
largos que si el poema es una décima hecha de octosílabos?. Pues no hay reglas. Porque se opera desde lo
pulsional. Y de hecho, hasta Sara Baras, en este homenaje a desaparecidos
genios del flamenco, o algunos poetas emergentes, buscan en el espectador (o el
lector) a un cómplice para una experiencia estética, pero no desde la
formalidad, sino desde la única dimensión rítmica libre, desde la pulsional.
Como danza
realmente generadora de universo, me quedo con El Bolero de Ravel, en ese final
de película “Los unos y los otros”, donde remata, de una forma alegórica, una
trama dramática como el mejor broche final para un film (con Jorge Donn).
¿Quién no vibra con esa melodía interna que nos recorre con su audición?.
¿Quién no construye un universo in crescendo en su alma al ver a los danzantes
de tal danza, o con Amor brujo, por ejemplo?
El arte, esa
actividad nada práctica y sólo humana, es la expresión poética de la voz interior
elevándose al más allá, desde un pragmático y gris "más acá".
La película Los unos y los otros la he visto cuando era niña, y he de decir que me impresionó bastante, y cuando escucho el bolero de Ravel, aún me vienen a la mente imágenes del film. Aunque es indiscutible el maravilloso baile del final....
ResponderEliminarsaludos
Me alegra que ese último fragmento de mi texto te haya regresado a unas imágenes por recordar con agrado. El ritmo, la música, como n mantra, es una pulsación que se nos contagia
EliminarUn saludo