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lunes, 28 de diciembre de 2015

Fiestas gatunas


Subí a una escalera, por acceder a la caja de los abalorios de Navidad, para bajarla luego, cargada de miedo a caerme y pavor a que un gato necio se interpusiera en mi camino, estando yo de esa guisa. Con ambas manos ocupadas.

Desistí pronto de montar un pesebre, por la obvia imposibilidad de colocar las figuritas, y que se mantuvieran quietas. No es que se movieran solas, es que apenas las intentaba alinear se iban en pos de una de sus pata delanteras.

Los arañazos para afilar sus uñas contra el corcho que simulaba un portal para cobijar un nacimiento, sonaban a gloria para sus oídos, y ese musgo recién comprado, aun en la bolsa, sin haberlo colocado, ya había llamado su atención.

Eché de menos a Alfred, quien con algún conjuro literario me quitase de en medio a un personaje molesto de un relato navideño, pero las letras tienen la consistencia de las palabras, y tampoco me hubiera servido para alejar a un predador de una aventura de caza que parecía desplegarse ante sus ojos.

Entonces saqué el árbol, de segunda mano, de una caja con asa. Ese que no había desplegado el año pasado ante la adolescencia del minino. No sé cómo explicarles que no llegué a abrir sus ramas tampoco esta vez, pues con mis primeros movimientos para armarlo se me hizo evidente que las bolas podían durar unos segundos, o tal vez minutos, y poco más. Las bolas de mi casa no se rompen, y le sirvieron de pelotas relucientes y juguetonas, así que volví a guardarlas. De hecho, procedí a guardar todo menos unas cintas de espumillón y algunas bolas, para decorar las paredes.

La mesa de Navidad tuvo que estar preparada con cerradura previa del gato en una habitación, porque le resultaba tentadora, y le habíamos visto con su pose de felino en la sabana, al acecho. Pero todo resultó bien. Lloró poco desde su habitación de aislamiento, o le escuchamos poco. 

Ya pasada la etapa de montar un Belén, o el pesebre, recordé un río de papel de aluminio, que de tan limpio parecía imposible, y esas palmeras que luego rociábamos con nieve...que ya me dirán que contradicciones. Por recordar, recordé a ese niño Jesús tan desnudo. Y a un abeto de navidad, que manda narices el gusto de comprar uno natural y la bobada de uno sintético como el mío, pero que en ambos casos hay que calcular tamaño de adornos y número, porque no quede un perifollo abigarrado, o de una pobreza de espíritu que quite el alma. En caso de poner los dos ornamentos, siempre recuerdo echar en falta ese máster de cálculo y física cuántica como poco, para acabar cabiendo sin deshacer la sala de cada casa.

Los agobios de las comidas de Nochebuena o de Navidad son tan dulces como cómicas a ratos. Recuerdo esas mesas de amor y paz donde no faltan cuñados pesados en enseñar su ipod. O esas en Cataluña, con invitados con afán independentista, y abuelas beatas, porque entonces ya la comida se convierte en una maratón de diplomacia!.

Lo de la noche vieja será de mayor estrés si cabe, pero esta vez, si lo celebro en casa será de mucho más agobio, porque además este acontecimiento viene con límites  de reloj en mano. Las compras para esa cena son de episodio de guerra de obstáculos, y su preparación es uno de tetris en acción. Se ha de cuadrar la cena con la preparación de uno mismo. Y es que está feo empezar el año hecho unos zorros!. Y ojo a los preparativos para el brindis con las doce uvas.

Cuidado con no descontarse al preparar la docenita exacta, y rezar porque no tengan semillas! porque entonces, ya si hay que pelarlas y quitarles los pipos, requieres un tiempo y una destreza que a esas alturas ya no tenemos. Los rizos quieren alisarse, la raya de los ojos buscó esa noche destinos más lejanos, y esa ropa roja de estreno nos aprieta ya tras atracarnos en la cena.

El gato el año pasado jugó con dos uvas que rodaron de los platillos de cerámica azul para las grandes ocasiones.

Se sobrevive, eso sí. Tragando o engullendo, para brindar y darse un beso ¡con la boca llena! Feliz año, eeeeh, felicidades, grfdddfd... Y ahora suerte que no suenan los teléfonos!. Porque nos pillaban los buenos deseos con la boca sin poder hablar, diría que farfullando como cerdos.  Vaya manera de empezar el año, ¿no?

Si hay fiestuqui después, o se celebra fuera de casa, se corre el riesgo de que alguien te sujete por la cintura gritando Congaaaaa, y otros riesgos, como que se colisione con otra conga. Si hay heridos, tras la ambulancia sigue una fila de congueros hasta el hospital, donde el personal de guardia aún lleva los gorritos y/o, los collares de hawaianos, porque estar de guardia no implica no celebrar un poquillo la Nochevieja. Porque seamos francos...si uno no disfruta de estas fiestas...¿cuándo va a disfrutar uno, no?

Igual toco las campanas con un tenedor sobre una botella, a la hora en la que el sueño me llame, y desisto de alegría impostadas, histerias de mininos y alusiones a lo que nos trajo un año. Pero eso sí, el mío trajo un curso de narrativa, festonado de gente maravillosa, a las que deseo, como a todos, un feliz año nuevo

6 comentarios:

  1. Vienen fiestas e independientemente de creencias religiosas, varias y diversas, a todos nos place mostrar la casa con sus mejores galas, para en estos días tan señalados, recibir y aglutinar cuanta más familia mejor, contra toda lógica que la logística nos pudiera mostrar.
    La cuestión es que las diversas piezas del hogar estén espléndidas, con una sala comedor, como apoteosis de la decoración festivalera.
    Como bien dices, todo esto puede ser incompatible, con la presencia en la vivienda de mascotas felinas, con un alto grado de compromiso selvático.
    Lo mejor en estos casos es ofrecerle al elemento distorsionador un apetecible bocado de turrón de coco, por ejemplo, bañado en un buen jugo altamente narcotizante, lo justo para mantenerlo catatónico, no se vayan a creer, no me gusta eliminar mascotas, sólo humanos, pero eso es otro tema.
    Una vez esté como una suave y esponjosa mojama, podemos ponerlo encima de una librería, para poder disfrutar de su presencia y no echarle de menos. Y tener la conciencia tranquila por tenerlo junto a la familia en una fecha tan señalada.
    Es una idea.
    Un beso.

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    1. jajaja. Me imagino a Lego, narcotizado, medio zigzagueante, entre intentos de encaramarse a una estantería, mirarla, saltar sin fuerzas e ir probando eso de acechar los abalorios, sin poderlos tocar.

      Son fiestas entrañables, familiares y cargadas de buenos recuerdos, y por eso, aun con gato, y sin adornos, son tan preciadas. Deseo que estén siendo de tu agrado y te estén recargando las pilas para acometer textos delirantes, divertidos y amables como siempre.

      Un beso

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  2. Tal y como lo pintas, considerando que no exageras en absoluto, se me ha ido apeteciendo cada vez más lo del tenedor y la botella.
    Un abrazo y feliz 2016, cuando te cumpla darle al tenedor.

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    1. Pues no lo descartes, porque para congas ahora no estoy, y tal vez me hace el apaño un tenedor cualquiera, a la hora en que Morfeo me ronde....:-)

      Un abrazo grande y mis mejores deseos de un año espléndido

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  3. Me encantan los gatos. Para mí no molestan nunca... pero tu cuento es muy bueno.

    Abrazos
    Ana

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    1. Los gatos son muy bellos animales, eso sí. :-). Veo Que salió largo el cuento :-)-

      Gracias. Un abrazo

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.