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jueves, 26 de mayo de 2016

Casa rural y Van Gogh

De Internet

La mañana se abría con la luz que destilaba la ventana de la habitación del hotel rural. Daba a un campo, de cereales, según creyó, salpicado de amapolas. Le recordó a un cuadro de Van Gogh que había visto en una exposición temporal.
Esos días de vacaciones, ante una primavera de ocio improvisado, le regalaba días de asueto sin planes, casi como inacabables días de verano de la infancia. Había llegado de noche, sin perderse, por una vez,  a las afueras de un pueblo de 600 habitantes, según google, gozando de un aire limpio que le despertó el hambre y el recuerdo de Paula, la chica de la panadería de ese lugar quien le bautizara en artes ignoradas.
Tras una ducha, y con un desayuno digno de un marajá, se enjaretó unos pantalones de deporte del Decathon, unas zapatillas muy usadas y una camiseta de be happy. El camino de tierra que tomó rompía en dos un bosque, donde el cantar de unos pájaros le invitó a sentarse bajo un pino. Así, con el sol tamizado entre las hojarasca moteada de piñas, sintió la paz de estar libre de  culpa, libre de relojes, libre de ataduras.
Debió de dormirse unos minutos, tal vez menos, pero revivió una tarde de adolescencia en la casa de veraneo de Pablo, un  compañero de COU, donde el paisaje recordaba a un nacimiento de Navidad. Un perro ladraba ahora, y él,  soñaba aromas de juventud cargada de sueños por desenvolver. Al lado del can había una mujer, de unos cuarenta, con short azul y blusa roja con lunares blancos.  Se levantó y, mientras miraba cómo ella jugaba con el perro, señalando ambos algo en el suelo, sintió un rubor en las mejillas; un calor que, como un incendio, y de los pies a la coronilla, le iban despertando los mismos instintos de saberse vivo que aquella noche lejana. Cuando, con diecisiete años, en casa de su compañero, no escuchara más voz que la de su corazón. Derritiéndose de pasión, eso sí, con una reconocible torpeza, vista desde el hoy, yació sobre una era  ya segada, reventadita de amapolas saltarinas alrededor de una muchacha que oliera a pan.


Imagen de Aguirrefoto
Era ella, con voz de princesa, quien jugaba con un mastín, a lanzarle un palo. Con el tuétano de sus huesos tiritando por la casualidad  de un choque ente su sueño y la realidad, se escondió tras un enorme pino, siendo un fisgón de una mujer que nunca supo si llegó a amar, pero que le iniciara en la senda de eso que llaman pasión de amor


4 comentarios:

  1. Mas allá de esta bellísima narración - como todas las que nacen de tu pluma - me he quedado admirando la obra de Van Gogh, porque anoche mismo, repasando la obra de unos cuantos genios de la Pintura, sentí, que tal vez el único pintor que quiso hacer trascender la Realidad del Espacio, fue precisamente Van Gogh, que intentaba plamar las vibraciones no visibles de la materia, algo que sucede todo el tiempo. Cordiales saludos.

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    1. Muchas gracias por tu amable lectura. Muy especial en vedad la obra y la vida de tal genio

      Un cordial saludo

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  2. Precioso relato. El genio y la pasión de Van Gogh. El instinto apasionado del protagonista de tu cuento. Ambos sentían intensamente...

    Muy buenos esos recuerdos de la panadera...

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    1. Pues e-me alegra que te gustara. Hay lugares, rurales, que imprimen un tono reflexivo a las presencias o estancias.

      Un abrazo

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.