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domingo, 26 de agosto de 2012

Piso compartido.


Gisela acaba de decirle que se iba el fin de semana con sus padres.

Había salido del dormitorio, como cada día. Despeinada y a caballo entre sus sueños y sus bostezos indisimulados, dejando el aire prendido de amanecer en ese instante. Salía de la ducha  tiñendo el pasillo de canturreo infantil y el pelo mojado y ese instante específico, preludiado por el cese de  las flamas en el calentador, era el pistoletazo de salida para Luis desde el lunes aciago en que la encontró por compañera de piso.

Loco de un olor que incendiaba las baldosas que ella iba ocupando en su trajinar por el piso,  no había conseguido apenas comer ni dormir desde el instante en que la vio. El jueves, aturdido, descompuesto, desaliñado y con ojeras violáceas, le había dicho que se moría por ella. Y Gisela, ignorante del corazón masculino, le había contestado, muerta de risa, que era lo más estúpido que le había dicho jamás. Ajena a la compleja maquinaria de los relojes hormonales, no podía calibrar el efecto de sus amaneceres rojos, de la luz azulina de sus ojos cuando se quedaba absorta, del hálito a pétalos rosas de su aliento, ni del de a almizcle difuso que emanaba de su cintura.

No entendió que Luis se venía abajo, como una escayola mojada, y no volvió a pensar en él, asumiendo que le vería el lunes.  Perdida en el mundo que la envolvía como una burbuja de jabón irisado y flotante, cerró la puerta como si tal cosa, para ir a clase.

Cuando encontraron el cuerpo del muchacho, su sien tenía un manchurrón de sangre reseca , que seguía un recorrido por su cara hasta llegar a un remanso en el hueco de la clavícula. Su sonrisa era tan limpia y bella que no cabía pensar en el suicidio, pero lo que llamaba la atención era el olor que compactaba el aire de forma concéntrica a partir del círculo descrito entre el ordenador y el sillón giratorio y que llegaba hasta el pasillo, aunque ya atenuado. Era un aroma dulzón. A jazmines y sándalo, en una mezcla imposible, que sólo consiguió que aquellos dos policías municipales se echaran a llorar.

Sintieron la desesperación de sentir la calamidad que ese amor hacia Gisela llevaba adherida. Esa desesperanza que había traspasado la piel y  los músculos, para llegar y quedarse, en los huesos de ese estudiante que acababa de llegar del pueblo para compartir piso, por primera vez, con una compañera de facultad. La que resultó que devoró su corazón sin ser consciente del halo de su fragancia a muerte que desprendía su insólita belleza.


2 comentarios:

  1. Si murió feliz, que así sea. Pero una pena habiendo tantos olores por descubrir, y quedarse solo en el primero.
    Un besote compartido y en espera de muchos más

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    1. No pretendía ser la historia de una muerte prematura, sino del impacto de un aroma.

      Por supuesto, referido a edades tan tempranas cabía esa somera lectura. Que por supuesto te agradezco.

      Un besote sin aroma, creo que los he agotado:)

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.