La foto siempre perdiendo matices, miles de matices |
El coche se había empotrado en la
pared del estudio, dejando un maremágnum de ladrillos con yeso, un desconchando
bajo el techo y el morro de un Ibiza
alunizado. Se ha empotrado en la casita que habito, orientada al norte. El conductor se ha
salido de una curva de una carretera la comarcal gallega, zigzagueante como otra cualquiera.
Hemos podido poner orden en el caos.
Entre los cascotes que albergaban figuritas, desde la montaña pequeña de escombros con papeles y unos libros, asomaban un cuadro y mi orla. Ambos
descoyuntados, ambos malheridos.
El bodegón había quedado desparramado todo él. Con la leche empapando el
diario y otros papeles. El jarro de lata tenía una abolladura más que antes, y
el libro, abierto, montaba a horcajadas la pipa, que por suerte estaba apagada.
El lienzo, con pigmentos de la base descoloridos puede servir para otras
pinturas que tal vez me atreva a pintar, pero la orla ha quedado inutilizable.
Mi madre se empeñó en enmarcarla, ya ven,
por los birretes, digo yo. Lo cierto es que por no contrariarla, accedí
a ponerlo en el despacho, nombre que ella sostuvo para lo que siempre fue mi estudio.
Ese lugar donde a ratos hago como que pinto, a veces escribo, a menudo
uso para entrar en Internet, y donde siempre hay música bajita como
telón de acero frente al mundo.
Como mi madre ya descansa, no he pensado en reparar la orla hasta hoy mismo.
Porque el vidrio hecho pedazos vale más que el valor que yo otorgo a esa
instantánea, tan lejana ya en mi vida a estas alturas.
Sin límites cuadrados ni vidriosos que contengan el retrato colectivo, la
orla, algo amarilla, me llamaba… ¿para echar un vistazo desde el
hoy a mi pasado? El rectángulo con fotos ovaladas me ha dejado muda. Faltaban algunas
caras sobre algunos nombres. La de Sonia no estaba. ¡Pues mira que la lloré en
su funeral,... o nos lloramos!, recordando ante su tumba las noches en las que rematamos la
adolescencia. Aquellas en las que consumimos los últimos cartuchos de una edad
inocente en retirada. Enfrascadas ambas en amores incipientes, o dolientes, o
exultantes, entre apuntes de derecho
canónico o mercantil, o entre cervezas. Tampoco estaba Pablo, mi único amor,
ahora que lo pienso.
He seguido mirando huecos, por ver qué otros nombres
rotulaban otros rostros ausentes. La oquedad rotulada con mi nombre está a
punto de desaparecer. El dolor lo siento sordo, mantenido, mientras dejo caer la orla, para
agarrarme al hombro izquierdo que me desborda ya, compitiendo con el deseo de coger mi móvil y marcar... o dejar de asirlo.
Un accidente, provoca la caída de unos cuadros que pueden contener nuestras vidas, la del día a día, con sus cosas desparramadas y el recuerdo de una vida académica, en la que han ido desapareciendo los protagonistas de un tiempo pasado que nos alcanza
ResponderEliminarUn beso.
La escena del bodegón permitía esa imagen. La orla, intencional, cómo no, permite esa mezcla que quise mostrar que ya captaste. Un momentico y cotidianidad y pasado se van a la porra de los finales siempre cantados.
EliminarCreo que es un canto al carpem die. Un beso