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lunes, 20 de abril de 2015

Cuadro con orla

La foto siempre perdiendo matices, miles de matices
El coche se había empotrado en  la pared del estudio, dejando un maremágnum de ladrillos con yeso, un desconchando bajo el techo y el morro de un  Ibiza alunizado. Se ha empotrado en la casita que habito, orientada al norte. El conductor se ha salido de una curva de una carretera la comarcal gallega, zigzagueante como otra cualquiera.

Hemos podido poner orden en el caos.  Entre los cascotes que albergaban figuritas, desde la montaña pequeña de escombros con papeles y unos libros, asomaban un cuadro y mi orla. Ambos descoyuntados, ambos malheridos.

El bodegón había quedado desparramado todo él. Con la leche empapando el diario y otros papeles. El jarro de lata tenía una abolladura más que antes, y el libro, abierto, montaba a horcajadas la pipa, que por suerte estaba apagada.

El lienzo, con pigmentos de la base descoloridos puede servir para otras pinturas que tal vez me atreva a pintar, pero la orla ha quedado inutilizable.
Mi madre se empeñó en enmarcarla, ya ven,  por los birretes, digo yo. Lo cierto es que por no contrariarla, accedí a ponerlo en el despacho, nombre que ella sostuvo para lo que siempre fue mi estudio. Ese lugar donde a ratos hago como que pinto, a veces escribo,   a menudo  uso para entrar en Internet, y donde siempre hay música bajita como telón de acero frente al mundo.

Como mi madre ya descansa, no he pensado en reparar la orla hasta hoy mismo. Porque el vidrio hecho pedazos vale más que el valor que yo otorgo a esa instantánea, tan lejana ya en mi vida a estas alturas.

Sin límites cuadrados ni vidriosos que contengan el retrato colectivo, la orla,  algo amarilla,  me llamaba… ¿para echar un vistazo desde el hoy a mi pasado? El rectángulo con fotos ovaladas me ha dejado muda. Faltaban algunas caras sobre algunos nombres. La de Sonia no estaba. ¡Pues mira que la lloré en su funeral,... o nos lloramos!, recordando ante su tumba  las noches en las que rematamos la adolescencia. Aquellas en las que consumimos los últimos cartuchos de una edad inocente en retirada. Enfrascadas ambas en amores incipientes, o dolientes, o exultantes,  entre apuntes de derecho canónico o mercantil, o entre cervezas. Tampoco estaba Pablo, mi único amor, ahora que lo pienso. 

He seguido mirando huecos, por ver qué otros nombres rotulaban otros rostros ausentes. La oquedad rotulada con mi nombre está a punto de desaparecer. El dolor lo siento sordo, mantenido, mientras dejo caer la orla, para agarrarme al hombro izquierdo que me desborda ya, compitiendo con el deseo de coger mi  móvil y marcar... o dejar de asirlo.

2 comentarios:

  1. Un accidente, provoca la caída de unos cuadros que pueden contener nuestras vidas, la del día a día, con sus cosas desparramadas y el recuerdo de una vida académica, en la que han ido desapareciendo los protagonistas de un tiempo pasado que nos alcanza
    Un beso.

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    Respuestas
    1. La escena del bodegón permitía esa imagen. La orla, intencional, cómo no, permite esa mezcla que quise mostrar que ya captaste. Un momentico y cotidianidad y pasado se van a la porra de los finales siempre cantados.

      Creo que es un canto al carpem die. Un beso

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.