De Hooper Nighthawks (1942) |
Estoy en el bar. Desde el final
de la barra, veo el tiempo pasar, con sus múltiples caras huecas. Me recreo en
las brumas del alcohol y me río de los pasos perdidos, de los nudos deshechos
de la memoria. Intento nadar entre las
derrotas.
Estoy en un bar. Desde el principio de la barra noto cómo me miran unos ojos atigrados, que ignoro
todavía si es por miopía, embeleso o solamente por un mojito de más. Sus ojos
me llaman sin prisa pero sin pausa.
Entre la bruma, esa mujer me
invita a adentrarme en una nueva bruma, a dejar de nadar por el pasado, y, no
sé por qué, a zambullirme en ese pliegue
de su falda, que deja intuir una piel preparada para acariciar mi mirada sin
gafas ni espejismos.
Ese tipo, tras las gafas, parece seguir el rastro de mi corazón, cansado de
tempestades.
Me levanto, trastabillo, intento
mantener la coherencia de mis pasos mientras me dirijo lentamente hacia el
extremo opuesto de la barra, intentando hacer un salto mortal para aparentar
sobriedad en una trayectoria, un tanto oblicua. Disimulo mi borrachera
Parece que se acerca, un tanto
beodo. Mira al suelo, como buscando algo que se le cayó, luego levanta la vista
y de nuevo me mira. El camarero bosteza y mira el
reloj. Luego le mira a él, y a mí, debe pensar que vaya para de pánfilos. Se
dirige hacia mí, por un segundo se me ocurre que nos
indicará una pensión cercana. Qué disparate, luego se detiene y yo le pido la cuenta.
No sé si se me ha caído algo,
miro al suelo. El camarero bosteza. Ella parece a punto de marcharse, mejor
pido la cuenta también
Vaya, tengo que rebuscar en el
gran bolso el monedero. Él se echa la mano a su bolsillo interior de la
americana. Pero parece no encontrar la
cartera. Me mira, está sonrojado. Yo acabo encontrando la tarjeta de débito y
la pongo sobre la barra.
Recojo del suelo la cartera,
mientras ella, vaporosa, se incorpora
del taburete. A dos palmos percibo sus aromas y las posibles trampas. Al
camarero se le escapa un suspiro de alivio mientras yo no puedo evitar imaginar
el aroma a jazmín de su piel que me llama tenue pero imperiosamente, tal vez a cruzar
hasta la última puerta de su intimidad.
Digo un "gracias"
acelerado, y musito una despedida al camarero. Él me mira y yo le vuelvo a
mirar, sin ser capaz de asimilar que la forma en que ese tipo me ha mirado esconde
más preguntas que respuestas. El tipo no reacciona a mi gesto remolón de
ponerme el abrigo. Tengo la tentación de
acomodar la cabeza en su cuello y pasar mi brazo por su cintura, por ver si el
azar nos regala una oportunidad en el fresco de la noche.
Como no me espabile, la mujer
se alejará. Sin pasado ni futuro, tal
vez podremos dar una oportunidad al azar y traspasar el miedo a una nueva caída,
meciéndonos en la casualidad que nos ha
unido, con nombre de bar oscuro y olor a whisky barato.
La suerte está echada, al menos,
por esta noche, yo me retiro. El tipo sigue inmerso en sus propias luchas y
desvelos. Pediré un taxi y dormiré, con mi gato a los pies.
La suerte está echada, se esfuma
la quimera de una tormenta desatada en
torno a dos bocas y dos cuerpos cargados por años de zozobra y pérdidas mal
encajadas. La veo partir, mientras me subo las solapas de mi abrigo. Otra noche
más, la desazón y el fracaso me harán compañía en la cama matrimonial, vacía.
El camarero, acostumbrado a tales soledades a ambos extremos de la barra, se quita el delantal y cierra el bar, para ir con su familia, una noche más. Estaba claro que los dos pánfilos no llegarían ni a decirse hola, esos solitarios empedernidos habían atravesado, nuevamente, otra meta en su camino de soledad enquistada.
Somebody to love
El camarero, acostumbrado a tales soledades a ambos extremos de la barra, se quita el delantal y cierra el bar, para ir con su familia, una noche más. Estaba claro que los dos pánfilos no llegarían ni a decirse hola, esos solitarios empedernidos habían atravesado, nuevamente, otra meta en su camino de soledad enquistada.
El camarero ya ha visto infinitos desencuentros como este...
ResponderEliminarDos pánfilos perdidos en un mar de timideces y complejos.
Besos.
El camarero ya tiene mucha experiencia en soledades. Es el único, en este cuento, que sabe qué se lleva entre manos.
EliminarUn beso, Toro. Feliz martes
El único que ve la barrera entre dos soledades es ese camarero desencantado.
ResponderEliminarEse cuadro, tiene un significado especial para mi.
Un beso.
No sabía si era este o uno del mismo estilo, impersonal, de Hooper, pero este era exactamente el que encajaba como anillo al dedo en el texto.
EliminarEse camarero, la de historias inconclusas o bien terminadas que podría explicar, ¿verdad?. Un beso y un feliz martes, Alfred
Espectador y notario de tantos sentimientos ocultos...
ResponderEliminarUn abrazo y feliz día.
Notario que daría fe de tantas soledades y callejones sin salida, de tantos y tantos fracasos. En el cuadro ya desprender el papel e testigo mudo, estatua de sal.
EliminarUn abrazo y por un martes sin soledades ni derrotas.
Llevan un mojito de más justo el que les quita chispa y decisión el que les hace dudar, y el que duda pierde comba pero esta noche y hasta que se duerman, harán cábalas de si hubiera… tendría que…
ResponderEliminarY es que son solitarios empedernidos. Un relato ambientado con cambio de personaje sin saltos en la imagen, con un actor protagonista en el papel de camarero. Muy bueno y la pintura de Hooper es perfecta. Abrazucos
Hablan para sí, un hombre y una mujer, de extremo a extremo a extremo de la barra de un bar, en las horas nocturnas en las que piel añora, aun sin saber el qué, y se hacen cábalas de imposibles, contando con un azar que nunca, o casi nunca, está por la labor de ofrecer finales felices.
EliminarTal vez, por los mojitos, ni recuerden luego que ...y si yo hubiera dicho...Es un texto inventado, pero la pintura era tan exacta que no pude dejarla pasar. La canción también es acertada, en mi opinión. Un abrazo grand ey por un marte sin aristas, ni barras de bar en solitario.
Esos halcones de la noche, no fueron capaces de robarle unas horas a la soledad.
ResponderEliminarTe leo y miro el cuadro y hasta soy capaz de ponerle banda sonora al momento.
Besos.
Creo que es de los post que más me ha costado dar forma y que luego he disfrutado con más fruición. Este texto, a diferencia de casi todos, no es a vuelapluma, ha pasado por tres cribas, y me faltaba el camarero, que al fin añadí. Los halcones de la noche, vestidos de soledad, a la caza de no se sabe qué ratón desorientado.
EliminarMe alegro que hayas imaginado, y hasta puesto banda sonora este texto, porque me es muy preciado, por mil motivos. Un abrazo grande, Juan L.
Muy bonito tu relato, Albada. El cuadro de Hopper le va como anillo al dedo a la situación que muestras. Dos soledades que lo seguirán siendo por la torpeza de cada uno de ellos. Un juez, el camarero, testigo frecuente de tales situaciones. Una lástima que el alcohol sirva para ahogar la comunicación necesaria para romper el aislamiento.
ResponderEliminarMagnífico relato
Un beso
Me alegro que te haya gustado. Son lobos esteparios, tan cómodos en su soledad, por mucho que la vistan de derrotas, que difícilmente cazan cuando salen de caza, por decirlo suave, pero el alcohol es evidente que no les ayudará jamás.
EliminarUn abrazo grande, Juan Carlos. Por un martes con sol y sin soledades.
Hola! No conocía tu blog. Me ha encantado el post y tu manera de redactar, por lo que me quedo por aquí a seguirte.
ResponderEliminarUn abrazo
Bienvenida, por supuesto, siéntete en tu casa. Muchas gracias, Sophia. Ojalá mis textos te entretengan y te gusten.
EliminarUn abrazo grande y feliz martes
Soledad enquistada... eso ya requiere cirugía mayor.
ResponderEliminarBien narrado este desencuentro. A la suerte debemos ayudarla. Ella se conforma con aparecer.
Un beso
Pd. Desde el móvil me permite comentar
Estoy de acuerdo, al azar hay que echarle ganitas, si no, se muestra remiso. Dos seres que puede que se crucen más veces, pero que no creo que lleguen a hablar, menos íntimar :-). Son náufragos en un océano de soledades, tal vez conseguidas apulso. Quíen sabe.
EliminarUn abrazo grande y por un martes sin derrotas, con besos a aser posible