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viernes, 16 de septiembre de 2011

Partida de Blackjack.

Venía del último encuentro con ese amigo especial que a través de  las palabras entró sigilosamente, como un ladrón, y  de puerta en  puerta hasta su cama.
Había dejado que ganase  por esta vez la pasión sin más y dejó meridianamente clara la intención de no permitir que entrase en esta historia ni una sola sílaba de esa  oratoria que él blandía como mejor arma de seducción.
Esas cartas estaban trucadas y con ella no podían funcionar. Las había inventado ella.
Los meses habían dado el fruto de largas noches desatadas y de gozosos abrazos sin límites previos ni minutas posteriores. Era una buena partida: con una figura y un diez. Aparentemente no cabía error.
Cuando descubrió que iban entrando en el tablero nuevas piezas quiso enrocarse pero él no pudo negar que se había convertido en un adicto a sus brazos, a sus risas y a sus sonidos bajo la ducha bebiendo agua de la alcachofa entre ese vapor cargado de olor a jazmines y canela.

    La libertad le había costado demasiado. La ganó en una larga y cruenta partida, y la valoraba exactamente como cada quilate de su corazón. No iba a  jugársela en la primera mano de una mesa de Black Jack. Por esta vez  y por este hombre sin duda alguna sería que no.

2 comentarios:

  1. Maravillosa partida la que te has jugado, amiga. He disfrutado de esa lucha entre la verdad más absoluta y el azar preñado de magia... y me ha encantado el resultado.

    Un abrazo.

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  2. Gracias. Me alegro que te haya gustado. Es lo que tiene la capacidad de imaginar; situaciones posibles, pausibles, improblables e imposibles. La magia de cualquier sombrero.
    Un abrazo.

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.