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domingo, 1 de enero de 2012

Extraño baúl de recuerdos.

Ese día se había hecho tatuar la hoja de ruta bajo su pecho izquierdo con tinta de calamar. Esa vez quería seguir el rumbo de la cáscara de nuez hasta su destino, sin dejar que las corrientes profundas pudieran regresar a puerto una nave tan ligera.

Construyó unos cubos transparentes con voluntad y ánimos crecidos por un baño de sol y un secado de aire de Neptuno. Las esferas le parecieron difíciles de llenar ordenadamente y prefirió un poliedro para empaquetar las pertenencias que quería conservar del tiempo y del olvido. Depositó durante el día, y de una a una, las sensaciones y recuerdos que le habían calado hasta los huesos, con y sin chubasquero puesto. Queriendo y sin querer mojarse. Pequeñas y no tan pequeñas. De un instante y de un rato.

Al caer la noche confirmó que eran más de las creía. Descubrió también que eran esponjosas y que al ser depositadas abarcaban un espacio que paulatinamente se iba ampliando por sí mismo y que, de forma simultánea, se iba poblando de una luz blanca y fría.

Cuando llegó la noche, no podía explicarse el volumen de ese baúl que, a esas horas, parecía un arca de Noé con las especies a preservar.

La tapa encajó perfectamente. Tanto que quiso poner un lacre en la solapa de un sobre imposible.

Escribió entonces una carta, a nadie, con tinta negra y una letra picuda, ambas adoptadas del mismo calamar que la ayudó con el tatuaje. Y en ella sí usó la barra, profusamente además, y estampó por sello un símbolo en V, dentro de la señal que dejó el aluminio de un abre-fácil de una lata de mejillones.

Hace un año encontré en la playa una botella de cerveza con un tapón de corcho. Dentro había una carta con un lacre intacto. He tenido ocasión de leerla y hasta hoy no he sabido qué significaba. Si la cáscara de nuez de la que habla llegó a su destino no lo puedo saber por ahora, pero ha llegado a mi correo una foto de un objeto hallado en un sótano de una casa derruida de un pueblo costero y que adjunto.

Ruego a quien pueda conocer a una dama que guardó recuerdos en un poliedro de luz, le haga saber, que, aunque leída, su carta está a su disposición en un cajón de mi escritorio. Ese en el que guardo los objetos que encuentro en la playa, y que parecen perdidos y huérfanos, esperando a su dueño.

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