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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Asma en la siesta.


Había llegado al territorio de  la muerte, pero allí fue incapaz de soportar la inmensa soledad de no tener a mano a sus seres queridos, ni a las ves, ni a  las flores que alegraban su existencia. Pero lo que en verdad le dolía era la ausencia del silbido tenue del respirar de su amada.

Aún a sabiendas de que no había lugar para el regreso, su fidelidad a la vida hizo posible lo imposible,  y una tarde de Octubre se presentó en el dormitorio donde Amanda hacía su siesta entre vapores de eucalipto y pañuelos impregnados de espliego por los rincones del cuarto.
Se sentó en la mecedora de mimbre donde tantas horas pasara en contemplar sus sueños y sus denodados intentos de vencer un asma tan caprichoso como tenaz.

Amanda dormía entre suaves estridores, soñando su propia muerte. Vestía en el sueño un camisón con ribetes de encaje en puños y cuello y su cabello lucía trenzado a ambos lados de la cara. Estaba mirando la mecedora, que ocupaba Alfonso, con su eterno batín canela y sus ojos verdes enmarcados en las gafas de pasta. Hacía como que leía el libro que tantas veces recitara en voz alta para calmar su respiración agitada y su corazón al galope de una vida que habría de defender hasta que él la llamara, para descansar por siempre en la paz de un respirar profundo y sosegado de un amor eterno. 

Aquel que sólo él podría ofrecerla, hasta un poco más allá de la muerte.  

2 comentarios:

  1. La muerte contempla la escena, hasta con cierta emotividad, ella que está acostumbrada a todo tipo de recibimientos, se para a contemplar la atención del caballero para con su amada.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. La muerte quedaba en suspenso hasta que vio a Amanada durmiendo y a Alfonso esperándola. Porque la parca, también a veces hace trampas con los sitios y los tiempos. Es totalmente inmune a los sobornos, pero aún puede entender algunas excepcionales historias de vida.

      Un abrazo

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.