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miércoles, 11 de enero de 2012

Esa acuarela.

Estrenó el año redimensionando su casa. Con el júbilo de estreno aún en su calendario de bolsillo se animó a reinventar su espacio, dando un nombre único a cada objeto.

Se disfrazó de medium y en el recibidor vio una acuarela de un puerto anclado en el siglo XIX. Llamarla acuarela de la entrada, o marina de veleros era dar nombre a un objeto. Como en su mente era un tiempo concreto, una luz especial y un ánimo definido que podía recuperar al vuelo, la bautizó “Marina plan B”. La compró en un mercado de segunda mano, en una mañana especialmente luminosa y tras buscar unas sillas para su nueva casa.

Al pronunciar su nombre llegó una suave brisa de Septiembre, un olor a tabaco de pipa y una ventana con cortinas a cuadros escoceses. Sintió la presencia de un hombre maduro, de pelo cano y foulard gris que mezclaba colores y agua, paisaje y sueños en la tarde. Pudo distinguir una melodía, a lo lejos, sin poder identificarla y la llegada de un niño cauteloso a la habitación. Con la certeza de que el niño estuvo quieto, mirando sin decir ni una palabra, cerró los ojos y esperó. La ventana abierta movía la cortina. El hombre seguía pintando.

Sólo ella pudo llegar a percibir una voz muy tenue que decía “Para Luis” y creyó ver cómo los trazos se movían levemente en señal de agrado, tras el cristal del marco. Esa marina tenía nombre, un nombre propio, y ya no podía negar que llegó a sus manos por puro enredo de fechas y destinatarios.

La pregunta nació de forma natural pero tardaría unos años en volver a dar nombre a las cosas y unos más en averiguar quién era ese niño que conquistó la tarde de un hombre que fumaba en pipa mientras pintaba una acuarela.

2 comentarios:

  1. Me reordeno los pelos de la cabeza alterados por esa suave brisa marina que viene de tú mágica acuarela.

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  2. Gracias Alfred. Al escribirlo pensaba en una afición de personas con gran corazón y buenas manos para ser bálsamo de ratos grises.
    Un abrazo.

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.