Imagen de un parque de Nou Barris |
Por sexta vez se le había caído un
plato de la bandeja en ese domingo. En esta ocasión había sido uno pequeño, con
sus aceitunas danzarinas, una a una resbalando, para rodar luego sobre la acera
bordada con hojas, ante la tienda elitista del Paseo de Gracia. No me importó
en absoluto que dos de ellas quedaran sobre mi regazo y una más hubiera hecho
puntería en mi bolso colgado de la silla de aluminio, porque la leve humedad se
secaría en un santiamén.
Le vi agacharse de inmediato para
recoger los frutos verdosos, pero fue evidente que se sabía observado por Juan,
el camarero jefe, quien había accedido de mala gana a que le contrataran para
los fines de semana.
Anselmo había agotado la
prestación del paro en 2013, y con sus cincuenta y cuatro años eso de
reinventarse, que aconsejan como solución para encontrar nuevos trabajos, no le
había funcionado. Si bien había podido trampear la situación los primeros meses
con pequeñas chapuzas, ahora sabía que su futuro laboral no era incierto, sino
de un color negruzco como las nubes que asomaban ese Octubre por encima de la
ciudad, amenazando con un diluvio de agua que acabaría con los más pequeños
sueños que aún guardaba, de remontar su situación.
Ignorándonos por completo, miraba
de reojo donde estaba Juan continuamente, mientras se concentraba en la recogida
de aceitunas, que acabó colocando junto a los fragmentos de plato en su
bandeja, ya libre de nuestras cervezas, de unos bocadillos y de unas patatas
bravas. Nada nos dijo para disculparse. Me pareció que murmuró un “perdone” en
voz muy baja y con la mirada vidriosa, cuando saqué a manotazos las olivas de
mi falda, pero no puedo afirmarlo.
Le vimos avanzar con la bandeja aún
en alto por los restos del destrozo, con pasos muy cortos, hacia la barra de
diseño. Le observamos luego con las espaldas encogidas, ante un tipo de una edad
inferior a él, quien le señalaba y nos señalaba con ademanes bruscos, hablándole
con un tono de voz que destacaba sobre el murmullo de la vida en el Paseo.
Entretanto, el camarero empequeñecía segundo
a segundo, con sus manos aferrando el filo de la bandeja, ya vacía, ante
sus piernas, mientras iba bajando la cabeza, y sin levantar la vista en ningún
momento.
No había pasado ninguna tragedia,
y estábamos dando cuenta del tentempié bajo el toldo amarillo en un domingo
otoñal, cuando a los pocos minutos nos trajo otras aceitunas, en una bandeja
más pequeña, donde además portaba un
café para prepararlo con hielo, para la mesa de nuestro lado.
El tintineo de la taza contra el
platillo, del hielo contra el contorno del vaso largo, y de la cucharilla sobre
el metal de la bandeja, me hizo pensar en qué música más discreta acompañaba su
temblor de manos.
Escribo esto ante la aceituna
casi seca que aterrizó al lado del libro que llevo, de Saramago, en mi bolso
viajero de historias para no pensar.
Estas historias para no pensar en lo duro que puede ser el día a día para quien solo le queda una leve desesperanza, en no acabar el día peor que el anterior, ni que sea recogiendo y pagando los platos rotos.
ResponderEliminarUn beso.
Hay demasiadas historias, ficticias o literalmente reales, donde lo que queda en los corazones son resquicios cada vez más estrechos de esperanza en un futuro. Anselmo es uno de esos hombres que quieren despertar cada mañana, pensando que se acabó la pesadilla, pero que no logran despertar
EliminarUn beso
Como Anselmo hay otros muchos y muchas con un futuro incierto e inseguro, reinventándose toda una vida.
ResponderEliminarUn placer leerte , Albada.
Un beso dulce de seda .
Creo, y lo digo ne serio, que un trabajo para toda la vida, digamos, limita el crecimiento de un apersona, porque al moverse en su zona de confort, no espabila, no inventa, no arriesga, no avanza.
EliminarPero moverse en la incertidumbre perpetua de un futuro donde moverse, ha de ser agotador y desesperante. También la edad sin duda juega un papel en el miedo la futuro, pero la incertidumbre continuada creo que ha de ser un factor desestabilizador para cualquiera. Está de moda eso de los contratos basura, y así nos vemos, y así nos va.
Un beso, dulce María
sese e
Qué bien descrita la sensación desangelada de quien está sufriendo las consecuencias de desempeñar un trabajo que no es de lo suyo, teniendo que soportar además las impertinencias de alguien que seguramente no sabe hacer otra cosa y es en lo único en que puede sentirse por encima de él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Imagino que es una situación común en estos años, donde, a falta de poder reinventarse, en ingenieros de la mercadotecnia, muchos trabajadores de la construcción, por ejemplo, se ven abocados a hacer oficios sin vocación y con temor a no poder alimentar a los suyos.
EliminarEl encargado experto en una labor, puede enseñar bien o puede aprovecharse de su superioridad, entrecomillada. Y vimos a uno de los segundos, imagino.
Un abrazo
Has fotografiado con palabras la crueldad del mundo en que vivimos.
ResponderEliminarReinventarse?
Ya está bien de tantas palabras vacías para enmascarar la tragedia.
Me ha dolido el relato.
Besos.
Se han pasado con la alegría de hablar de reinventarse ante la tragedia de un paro galopante.
EliminarMe dolió ver el temblor que describo al final, que me hizo darle un principio inventado, haciendo un relato de un anécdota, pero muy posible. Un beso