Foto tomada de Google |
Sentada en el asiento derecho del escarabajo restaurado, guarda en el regazo un
buen manojo de cajitas cerradas.
Cada una de un tamaño y un material, pero cada de ellas
cabe en un rincón de cualquier anaquel de vitrina.
Convivían entre figuras que guardaban una emoción y
sin saber cómo ni por qué, una tarde de Abril se soliviantaron. Fueron sujetadas,
de forma brusca, y dejadas caer en una
bolsa verde. Durante un rato, en una inquietud in crescendo, el traqueteo hizo
que chocasen unas con otras produciendo un sonido similar a un castañear de dientes.
Al fin oyeron una cremallera y respiraron tranquilas,
creyeron finalizado ese incómodo viaje. En mudanzas previas habían sido
tratadas con más cuidados y mimos pero dieron por bien empleado el incómodo
sistema de transporte.
Se descubriendo en el regazo de ella, sobre un pantalón vaquero y notando un viento cargado de promesas. Las manos que las acunaba estaban cálidas y secas.
Observo un coche parado. Una mujer elige algo. Seguramente es la primera que abre. Es de
cristal, cuya tapa y unas pequeñas patas son de un metal dorado. La abre
atentamente, la mira por todas partes y al cabo de unos poco minutos,
la deja abierta en el suelo, sobre la grava. Se ponen en marcha de nuevo y el
sonido de la primera marcha, revolucionando el silencio me llama la atención.
La segunda es de madera con tapa en forma de arcón,
con un grabado de aves del paraíso de bellísima
policromía. Mira lo que contiene, la vuelve a tapar con precaución y paran de
nuevo, para dejarla, tapada, en la cuneta también. A unos cinco quilómetros de
la primera.
Sucesivamente va mirando y dejando pequeños bultos
por un trazado de alquitrán mal conservado entre pinos, matorrales y agujas
marrones que alfombran la tierra.
Cuando el coche circula en paralelo a la línea de la
playa, en su regazo no queda cajita ninguna.
Detienen el coche y avanzan tomados de la mano hasta
notar la arena húmeda y fría bajo sus pies. Con tantas paradas la tarde tuvo
tiempo de ir recogiendo al sol.
Les he seguido por un motivo: estoy de vacaciones.
Estoy hasta el gorro de soportar una serie de la tele que se empeñan en seguir mi
mujer y su hermana. Salí a dar una vuelta con el coche porque hace calor y al
menos con el climatizador en marcha puedo escuchar tranquilo la música que me
apetece. Me gustan los Volkswagen Sedán y vi uno parado tras una curva, eso es
todo. No creo que hayan notado que les seguía, pero en cualquier caso, no les
he molestado en su reparto de cajitas.
Llego a contemplarles. Estáticos como estatuas. Saco la cámara de la guantera y justo cuando voy a fotografiar la puesta de sol con el contraluz que componen, él, con la mano de ella en su mano derecha, eleva su brazo, señala al sol y oigo que dice:
Llego a contemplarles. Estáticos como estatuas. Saco la cámara de la guantera y justo cuando voy a fotografiar la puesta de sol con el contraluz que componen, él, con la mano de ella en su mano derecha, eleva su brazo, señala al sol y oigo que dice:
-¡ Mira…..!!
No sé qué era tan extraño de mirar, pero la foto se
fue a pique. Yo regresé al apartamento, con la tentación de recoger las cajitas que ella dejó por el camino. Pero estoy seguro de que encontrarán unas manos mejores que las mías para explicar su secreto, si lo tienen.
Cajitas dejadas en el camino hacia la playa, conteniendo los versos declamando su mutuo querer, tan antiguo cómo el coche que les lleva a contemplar la enésima puesta de sol. Testigo de sus promesas cumplidas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Las cajitas tienen vida, y sienten. Es la vida, a la través de las manos de esa mujer, lo que las pone de nuevo en el camino de otras estanterías.
EliminarSeguramente el secreto que guardan es la magia de lo que uno asocie a cada una.
Un abrazo
Actos ajenos nos despiertan y llaman la atención. Nos reclaman como seres que habíamos dejado de pertenecernos, entregados a la rutina del día a día que nos envejece sin piedad.
ResponderEliminarUn misterio por resolver, una vida ajena que queremos hacer nuestra pues la propia la sentimos gastada. Un motivo para seguir creyendo, confiando y esperando.
Un beso Albada
Una verdad. La cosas "viejas" nos envejecen. Nos hacen sabios pero nos lastran.
EliminarEn cada nueva estación de cercanías, me he despojado de "cosas". Si sigo sin querer guardar más pongos, el próximo traslado lo hago con mochila.
Un abrazo